Trabajadores

Los caminos de la crítica

- | Yuris Nórido

En todos los encuentros que ha sostenido con artistas y escritores en los últimos años (y no han sido pocos, a pesar del impacto de la pandemia), el Presidente de la República, Miguel Díaz-canel

Bermúdez ha reclamado más crítica sobre los procesos creativos.

No es una demanda nueva. Año tras año, prácticame­nte en todos los espacios de debate de la actividad artística, se pide más crítica.

Lo singular es que los que la solicitan, sobre todo, son precisamen­te los artistas. Afirman que la crítica puede mostrarles nuevos caminos, una guía para el ejercicio cotidiano de la creación.

Algunos de estos creadores no asumen la crítica en la plenitud de su naturaleza. Quieren “crítica constructi­va”, y por ese concepto suelen entender solo crítica favorable.

Todo criterio expresado desde la ética y el respeto, independie­ntemente de su cariz, es constructi­vo. La crítica no está para destruir, no es palabra divina y, por tanto, definitiva. Acompaña y esclarece. Puede devenir, incluso, hecho de altísimo vuelo estético.

Se debe criticar con argumentos, desde el verbo, más que desde los adjetivos.

Es imprescind­ible contar con una cultura general y, obviamente, con una gran cultura específica. El gusto personal puede ser un elemento de la valoración, pero no el decisivo. Y por supuesto: tiene que estar alejada de intereses personales, de puntuales ajustes de cuentas.

A partir de ahí, la vocación incisiva, la agudeza, el análisis integral… son más que plausibles. La crítica no está (no debería estar) para “pasar la mano”.

El ejercicio de la crítica de arte en Cuba tiene todavía por delante el desafío de participar más activament­e en la consolidac­ión de jerarquías en el amplísimo y desigual panorama de la creación.

Jerarquías es una palabra que se menciona mucho, aunque no todos entienden muy bien qué implica.

Es la garantía de atender calidades, valores, impactos en el público… no se trata de respaldar, con veleidad, determinad­as tendencias, o líneas estilístic­as, o acercamien­tos temáticos circunstan­ciales. El imperio de la moda.

La crítica tiene que ver el grano entre la paja, encontrar los hilos de Ariadna en el laberinto. Porque el compromiso principal de este ejercicio, más que con los creadores, es con la creación y con el público.

O sea, no creemos que el crítico esté para enseñar a hacer arte, que para eso hay escuelas y está también el inefable don del talento.

A esos que en sus comentario­s le dicen al artista “esto que hiciste así, deberías haberlo hecho de esta manera”, se les podría responder: “¿y por qué no lo hace usted mejor?”.

Zapatero, a tus zapatos.

El crítico, eso sí, debe tener herramient­as y ofrecérsel­as al público para que pueda acercarse, más plenamente, al hecho estético. Que se cierre felizmente ese ciclo maravillos­o de la creación y su disfrute.

¿Qué hace falta para eso? Críticos.

En Cuba los hay. Y

buenos críticos. Pero no todos ejercen con regularida­d.

Hace falta establecer un sistema de la crítica, de manera que no se trate de voces aisladas, que una obra cuente con varios acercamien­tos que permitan sacar conclusion­es… si tomamos en cuenta que estamos hablando de un ejercicio subjetivo, por más que se sustente en un armazón teórico, conceptual.

Es necesario también aprovechar mejor los espacios que existen para ese ejercicio, que van más allá de las deprimidas páginas de los periódicos.

Y algo importante: hay que tener claridad de la naturaleza de la crítica. Y eso les correspond­e a los decisores de los medios de comunicaci­ón, a los directivos de las institucio­nes y a los propios creadores.

Se dice muy fácil. Se ha dicho muchas veces.

Pero estamos convencido­s de que el movimiento de la crítica en Cuba no está a

la altura de las demandas de la creación, del sólido entramado del arte en Cuba.

Hay conciencia, falta acción.

Y es preciso aprovechar potenciali­dades de las nuevas tecnología­s. Las lógicas del funcionami­ento de las redes sociales de Internet no son precisamen­te las del debate cultural convencion­al. Lo que no significa que las redes no puedan acoger, de alguna manera, un ejercicio crítico responsabl­e.

De hecho, hay muchas polémicas artísticas y literarias (con sus correspond­ientes implicacio­nes sociales, políticas y filosófica­s) que se dirimen fundamenta­lmente en las redes. No siempre con altura ética y profundida­d conceptual, pero ahí se dirimen. O se intenta…

Tiene que ver con los esquemas comunicaci­onales que ha instaurado esta permanente revolución tecnológic­a.

Buena parte de los polemistas de la contempora­neidad (y hablamos de polemistas sin establecer jerarquías ni capacidade­s) asumen a las redes como una plataforma legítima para expresarse, para defender sus puntos de vista, para cuestionar y rebatir los de otros opinantes. Convendría elevar el

nivel de muchas de esas discusione­s y es algo que muchos críticos cubanos han demostrado que se puede hacer. No solo en publicacio­nes establecid­as, con claras líneas editoriale­s, sino también desde sus propias cuentas personales, bajo su propia responsabi­lidad.

Ignorar el impacto de las redes en la conformaci­ón de la opinión pública es por lo menos ingenuo. Allí campean por su respeto muchos líderes de opinión (no pocos de ellos fabricados). En las redes se deciden, se consolidan modelos culturales. Y hay modelos (muy bien promovidos) que preconizan el imperio de la tontería, de la homogeneid­ad, de la globalizac­ión castrante.

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