Trabajadores

El último abrazo antes de emigrar

- | Joel García

Siempre se lo dije a los tres. Emigrar es un acto valiente, porque es renunciar a lo poco o mucho que tengas, para empezar una nueva vida que puede salir de maravillas desde cero o destrozar el futuro con un arrepentim­iento espiritual que pocas veces se reconoce.

Pero es un derecho universal emigrar. Desde el poblado a la cabecera municipal. De una provincia a la capital del país. Y de Cuba hacia el mundo. En tiempos de crisis económica se acentúa más y no por lógicas matemática­s y cálculos de una sola vida para disfrutar sin privacione­s, sino porque hay aspiracion­es profesiona­les y personales que no se encuentran en la tierra que tocó nacer, sin que medie por eso conflicto político con el sistema o gobierno.

Cualquier historia o vivencia nunca será igual a otras. Y hay desgarradu­ras mortales, pues algunos nunca más responden un teléfono con su voz. Sin embargo, lo más común estriba en los dolores de añoranza, identidad y en ese último abrazo frío que deja en hijos, madres, abuelos, hermanos.

Siempre se lo dije a los tres. Les deseo triunfos y prosperida­d, pero al final del camino para el emigrante más exitoso del planeta: “donde quiera que llegue, donde sus triunfos impacten, donde sus riquezas aumenten, siempre vas a ser un extranjero”.

Extranjero de costumbre, de cultura, de identidad. En esas fotos que necesitará­s ver; en esa comida que nunca tendrá la misma sazón; en esas reuniones familiares donde siempre estaban los Van Van; en esos amigos ausentes que compartier­on momentos irrepetibl­es de formación humana; en esas sonrisas que una y otra vez provocaban Elpidio Valdés y sus historias mambisas. Extranjero de no sentir que La Habana vetusta, con calles rotas y un Malecón de siete kilómetros, vuelve a tus noches; que nada endulza mejor que el azúcar de tus cañas por más que lo intentes con otras variedades; que las playas calurosas de tu Caribe no tienen parangón, aunque la publicidad venda otras con yates incluidos; que Internet te acerca todo, pero no te deja ir al Latino a gritar por Industrial­es ni besar a quienes te ven por un teléfono con ojos de alegría, pero corazón a media asta. Siempre se lo dije a los tres. Respetar la decisión de emigrar me iba a dejar solo y una familia incompleta. Que nadie es más conforme o menos inteligent­e por preferir vivir en Cuba y soportar limitacion­es e ineficienc­ias; una sociedad imperfecta, pero rebelde hasta sus raíces. Ellos tres son mis hermanos. Uno a uno decidieron emigrar y en el último abrazo recordé siempre a mis abuelos: Cuba no es un paraíso, pero es la que extrañarán siempre. Así los extraño a ellos, por más que esto sea una crónica que hace años escriben todos los que nos quedamos del lado de acá. Y los abrazo de nuevo.

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