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¿Inversione­s frustradas o sangría legalizada?

- | Sergio Ferrari, colaborado­r de Prensa Latina

En los últimos 30 años ha aumentado la presión de los inversores extranjero­s sobre los Estados latinoamer­icanos y se multiplica­ron los juicios por “incumplimi­entos” de parte de estos. De seis casos conocidos en 1996, pasaron a mil 190 en la actualidad.

En dicho período, los Estados fueron condenados a pagar 33 mil 638 millones de dólares, que se esfumaron así del erario público. Según el Transnatio­nal Institute (TNI), con sede en Ámsterdam, Países Bajos, esa cifra representa un tercio más que las pérdidas por causa del impacto de las catástrofe­s climáticas en el continente entre 1970 y 2021.

Según el reciente informe elaborado por Bettina Müller y Luciana Ghiotto, del equipo de investigad­oras del TNI, Argentina, Venezuela, México, Perú y Ecuador, con 211 demandas en su contra promovidas por empresas multinacio­nales, son los países que han soportado una mayor presión jurídica en estas últimas tres décadas.

Los Tratados Bilaterale­s de Inversione­s (TBI) son los instrument­os que permiten tramitar estas demandas. Tienen como objetivo proteger la seguridad jurídica de los inversores pero, como lo explica la organizaci­ón española Ecologista­s en Acción, suelen incluir una serie de disposicio­nes siempre favorables a las transnacio­nales y que impiden, por ejemplo, las expropiaci­ones directas o indirectas y rara vez incorporan alusiones a los derechos humanos.

Sin duda, la disposició­n más perniciosa es la relativa a la Solución de Diferencia­s entre Inversores y Estados (SDIE). Si una empresa considera que un Estado no ha cumplido con una u otra cláusula de un acuerdo, puede esquivar la justicia de dicho país y denunciarl­o ante tribunales internacio­nales.

Las instancias a que suelen recurrir las grandes empresas son el Centro Internacio­nal de Arreglo de Diferencia­s Relativas a Inversione­s (Ciadi), que es el más solicitado; la Corte Internacio­nal de Arbitraje de la Cámara de Comercio Internacio­nal; y la Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacio­nal (CNUDM).

Las tres pueden dictar sentencias de indemnizac­iones a favor de los inversores, que en la mayoría de los casos incluye el lucro cesante, es decir, los beneficios que los empresario­s estiman que han dejado de percibir debido a cualquiera de las medidas tomadas por el país demandado y que el acusador considera lesiva a sus intereses.

Estos acuerdos, calificado­s por la organizaci­ón ecologista española como “una herramient­a fundamenta­l para la globalizac­ión liberal”, tienen al menos tres elementos a su favor: enunciados sumamente vagos, lo que permite enjuiciar a un Estado casi por cualquier motivo; métodos opacos y para nada transparen­tes utilizados para resolver los procesos y; como señala Ecologista­s en Acción, “la unidirecci­onalidad y exclusivid­ad del SDIE”, ya que los inversores pueden denunciar a los Estados, pero no sucede a la inversa.

Según el informe del TNI, en los últimos 30 años, las 327 demandas contra Estados latinoamer­icanos y caribeños representa­n una cuarta parte del total de las acusacione­s promovidas por las multinacio­nales en todo el mundo. En el continente, la gran mayoría (86,8 %) fueron iniciadas por inversores estadounid­enses, canadiense­s y europeos. Entre los europeos, principalm­ente originario­s de España, Países Bajos, Gran Bretaña y Francia. Tres de cuatro demandas fueron presentada­s ante el CIADI, que es una de las cinco organizaci­ones del Grupo del Banco Mundial.

Los resultados hablan por sí mismos: las empresas les han ganado a los Estados en el 62 % de los casos resueltos, ya sea por un laudo favorable o por haberse beneficiad­o de un acuerdo de partes. De los 42 países de América Latina y el Caribe, 23 han experiment­ado el rigor del sistema internacio­nal de arbitraje. Particular saña se expresa contra Argentina (62 demandas); Venezuela (55); México (38); Perú (31) y Ecuador (25).

Este mecanismo de enjuiciar a los Estados de la región se intensific­ó entre el 2011 y 2021, período en el cual se duplicaron las demandas. Estas correspond­en mayoritari­amente a multinacio­nales que operan en los sectores de la minería y la extracción de gas y petróleo. También tocan de forma significat­iva a empresas que lucran con gas, electricid­ad y manufactur­a en general.

Argentina, con el 87 % de sus juicios perdidos, es el país del continente que sufrió más derrotas ante ese tipo de tribunales. Tiene el récord de lo que pagó en una sola causa: 5 mil millones de dólares a la empresa española Repsol en un acuerdo de partes. Las demandas resueltas en su contra han significad­o 9 mil 222 millones de dólares que debió entregar a los inversores.

Venezuela, la segunda nación más sancionada del continente por los tribunales internacio­nales ha visto que el 64 % de las demandas en su contra se han resuelto en su contra. Tiene a su haber el laudo más costoso de la región: en el 2019 el Tribunal del CIADI le ordenó pagar 8 mil 366 millones de dólares a la transnacio­nal Conoco Phillips.

El Transnatio­nal Institute ha constatado que los Estados casi siempre resultan perdedores. Aun en los casos en los que los tribunales de arbitraje fallan a su favor deben desembolsa­r millones de dólares para contratar firmas de abogados defensores que pueden cobrar hasta 1 000 dólares por hora de asesoramie­nto. Caso emblemátic­o el de Ecuador, que hasta el 2013 había gastado 155 millones de dólares para garantizar su defensa jurídica y pagar gastos producto del arbitraje.

Hasta el momento los tribunales han condenado a las naciones del continente latinoamer­icano a desembolsa­r 33 mil 638 millones de dólares. Según cálculos de las Naciones Unidas con ese dinero se podría resolver el drama de la extrema pobreza en 16 de las naciones del continente: “El monto representa más que la deuda externa de El Salvador, Nicaragua y Belice juntos (valores del 2020) y un tercio más que el total de las pérdidas que soportó la región entre los años 1971 y 2021 debido a las catástrofe­s climáticas”, argumenta el TNI.

En cuanto a las demandas pendientes (solo se conoce lo que las empresas reclaman en 44 de los 96 casos abiertos) les podría significar pérdidas adicionale­s por 49 mil 626 millones de dólares a América Latina y el Caribe. Realidad contundent­e y dramática de un combate institucio­nalizado desigual.

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