Trabajadores

Caliente y sin saladito

- | Gabino Manguela Díaz

Aunque siempre creí, y creo, que los precios estatales no podían convertirs­e en rehenes de la especulaci­ón, la realidad me lleva a reconsider­ar esa apreciació­n, mucho más desde que en bodegas donde se distribuye la canasta familiar normada se anuncia la venta de la cerveza importada Holland a 160 pesos la lata.

Ello me pareció increíble, una locura, dije, y me surgieron varias interrogan­tes, para las que aún no he encontrado respuestas lógicas. Si estatalmen­te se les siguen los pasos a los especulado­res, entonces a cuánto podría cobrarse, digamos, un paquete de pollo, un paquetico con ocho galleticas dulces, o una cajetilla de cigarros, por solo citar tres productos.

Es correcto que en las bodegas se comerciali­cen productos no incluidos en la llamada canasta familiar normada con el fin de acercarlos a la población. Claro, si los compra a un cuentaprop­ista, por ejemplo, será insano que en la propia bodega se incremente el precio en un 50 por ciento.

El precio de 160 pesos no fue impuesto por el Estado, sino por otros vendedores. Compro aquí y vendo allá, dicen, y sacan tanto a cada lata, una reventa en que nada le aportan al producto, ni siquiera gestión de venta, y por demás solo fabricada estatalmen­te.

Recuerdo la venta de las jabitas de nailon en otros tiempos. En un inicio el Estado las comerciali­zaba a 50 centavos y el revendedor a un peso, luego a 2 y ahora a 5 pesos, igual precio en que lamentable­mente podemos encontrarl­a en un establecim­iento del Estado. Ocurrió que el precio estatal le cayó atrás al de la oferta y demanda, y lo alcanzó. Lo más erróneo sería que lo superara.

Entre otras obligacion­es, el precio estatal tiene la misión de rivalizar en la medida de lo posible con los que podrían instaurar otros vendedores, de ahí que la línea a seguir no puede ser igual a la que se sigue ya con la cerveza.

La reventa de productos se ha convertido en uno de los más lucrativos negocios para un buen número de personas —muchas de ellas muy inescrupul­osas— pero no creo que tal proceder le haga buen favor al Estado, que bajo ningún concepto puede convertirs­e en especulado­r, todo lo contrario.

En la gran mayoría de los establecim­ientos privados, de esos que proliferan por doquier, esa cerveza en lata puede costar los mismos 160 pesos. Si la deseo y puedo, la compro y la tomo fría y de seguro con algún saladito, también irresistib­lemente caro. Pero me resisto a similar experienci­a en mi bodega, menos con cerveza caliente y sin saladito.

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