Trabajadores

Los números también son historia

- | Joel García León

Cuando la 63 Serie Nacional se acerca a cumplir su segundo tercio y la lucha por los boletos a la postempora­da se va aclarando (al menos para cinco conjuntos), un tema sugerido por una gloria deportiva que pasó más de 20 temporadas entre estadios, aplausos y vítores me mueve a la reflexión.

¿Qué impide retirar los números emblemátic­os de un equipo para que ningún joven talento o pelotero cambiado de territorio pueda usarlo? ¿Por qué deberíamos hacerlo, tal y como ocurre en todas las ligas profesiona­les de béisbol? ¿Cómo se emparenta esto con el cuidado de nuestra historia y el tan socorrido Salón de la Fama del Béisbol Cubano que no llega a concretars­e?

Cada una de las preguntas ameritaría­n tesis de licenciatu­ra, pero la síntesis nos obliga a pocas líneas. Cuando se escogen los números para colocar en los uniformes funciona en muchos deportista­s el recuerdo por el ídolo de infancia o adolescenc­ia, pero toca a las direccione­s correspond­ientes retirar de las opciones aquellos que marcaron la historia de ese elenco, del territorio y de Cuba, si fuera el caso de una selección nacional.

En la actual campaña hay jugadores con números tan significat­ivos y que deberían andar en vitrinas como el 7, 17 y 31 de Industrial­es (pertenecie­ntes a Juan Padilla, Javier Méndez y Pedro Medina, respectiva­mente); el 2, 4, 13 de Villa Clara (que otrora llevaron Eduardo Paret, Pedro Jova y Ariel Pestano); el 3 y 6 en Santiago de Cuba (defendidos por José Luis Alemán y Antonio Pacheco), el 22 en Pinar del Río (por siempre de Rogelio García); y así pudiéramos seguir mencionand­o ejemplos.

Deberíamos por ética, honor, entrega y calidad no solo evitar que nadie más los use en nuestras temporadas, sino crear Salones de la Fama a nivel territoria­l en los que, apoyados por las nuevas tendencias en la museología, se les rinda tributo a tanta historia escrita con nombres dorados. Quizás algunos de los nuevos actores económicos pudieran pensar en esa inversión.

Es fácil de demostrar que esos templos no serán moles de piedras que nadie visite. Solo hay que hacerlos atractivos, dinámicos y bien interactiv­os (los grandes equipos de todos los deportes en el mundo tienen esos lugares de obligada visita), y pueden incluso generar muchos ingresos para ser rentables y seguir creciendo.

Esto conecta directamen­te con ese sueño de volver a tener un Salón de la Fama del Béisbol Cubano, refundado en el 2014 por un grupo de historiado­res, periodista­s y especialis­tas del béisbol, pero detenido en el tiempo nuevamente por burocracia, temores a posibles exaltacion­es que tocan por méritos y amor al béisbol cubano, aunque no vivan hoy aquí; así como por conceptos alejados a la verdadera razón de este lugar.

En medio de la inercia incomprens­ible para muchos que trabajamos y cooperamos con otros intentos del Salón de la Fama después del 2014, el proyecto del Salón de la Fama del Palmar de Junco es un ejemplo de cuánto se puede hacer cuando prima el deseo y el amor a la pelota, y no los frenos y ataduras por temas materiales. Ojalá y todas las provincias prendieran sus motores como Matanzas.

Los números de los uniformes son historia porque detrás de ellos hay hombres que nos hicieron vibrar con su desempeño (sea desde el box o desde la caja de bateo) y merecen ser recordados siempre. Ahí también van la memoria de un país y el no dejar morir nunca lo que, por suerte, fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación el 19 de octubre del 2021.

Examinemos este tema hasta el equipo nacional, en el que el 5 de Antonio Muñoz, el 10 de Omar Linares, el 14 de Luis Giraldo Casanova, el 35 de Braudilio Vinent o el 99 de Pedro Luis Lazo, por solo citar un quinteto de lujo, jamás deberían ser entregados a nadie más. Quedan otros números para escoger y hacerlos grandes e inolvidabl­es como los anteriores.

Solo hace falta que tengamos conciencia de lo que eso implica en el alma de nuestro béisbol, en especial de los peloteros que hoy van al estadio o miran un juego por la televisión y no encuentran razones para prestar gratis y sin atributos ganados el legado que ellos construyer­on. Y tienen razón.

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