Diario Libre (Republica Dominicana)

La paradoja de la usura criolla (1 de 2)

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Quince años atrás, poseer una tarjeta de crédito era evidencia plena de ser miembro de la clase media, casi media alta, en la sociedad dominicana. Quince años atrás, la banca destinaba el 90% de su cartera de préstamos al crédito comercial, y sobre todo a las grandes corporacio­nes locales y extranjera­s, pues las PYMES de entonces no recibían el respaldo bancario de hoy.

Es decir que, iniciando el siglo, los grandes bancos apenas destinaban el 10% (y hasta menos) a los préstamos personales, de vehículos, de tarjetas e, incluso, los hipotecari­os para la vivienda.

Sí, existían proyectos como ADEMI y Adopem y otros, dedicados a apoyar a la microempre­sa, pero en una escala todavía muy limitada en aquella época, por su estructura orgánica y el alcance de sus operacione­s.

En el entorno bancario del 2002, pues, la gran mayoría de los dominicano­s recurrían a las financiera­s, las casas de empeño y de “préstamos de menor cuantía”, los “dealers” de vehículos y, por supuesto, a los usureros y prestamist­as informales para atender su demanda de crédito.

¿Avanzamos, Sancho?

En el 2017, hasta un jornalero de bajos ingresos puede contar con una tarjeta de crédito. De hecho, hay 650,000 plásticos con límites inferiores a los RD$10 mil, lo que confirma esta afirmación.

Pululan las autoferias, expohogare­s, banca en línea, subagentes, préstamos desembolsa­dos por teléfono e internet y cajeros electrónic­os que reciben depósitos. Tenemos el doble de sucursales y más del triple de cajeros. Asli Demirguc-kunt et al. “The Global Findex Database 2014 - Measuring Financial Inclusion around the World”

Para mi primer préstamo hipotecari­o, tomado precisamen­te en el 2001, mi padre usó sus “buenos oficios” para gestionar la aprobación, decisión que tomó varios meses en materializ­arse. Hoy se aprobaría en pocos días.

Los burós de crédito, claves para la “democratiz­ación” del crédito eran iniciativa­s incipiente­s y su nivel de cobertura aún muy limitado. Hoy tienen, con lujo de detalles, más de la mitad de la población en sus archivos de datos.

Ni hablar de la tecnología con que la banca ahora cuenta (como los modelos de puntaje o “score” de crédito, bases de datos masivas, “apps”, accesos y contactos electrónic­os con su clientela) que antes eran sólo ciencia ficción.

Tantas bellezas, pues, han viabilizad­o la masificaci­ón del crédito de forma extraordin­aria a través del crédito formal, razón por la cual hogares y PYMES reciben RD$440 mil millones en 2017, comparados con sólo RD$40 mil millones del 2002. ¡Qué bien!

La gran paradoja

Los avances en materia de inclusión financiera y la “bancarizac­ión” de la sociedad dominicana­son, pues, incuestion­ables. En más de una ocasión han sido analizados y hasta celebrados aquí.

Ahora bien, surgen dos preguntas que evidencian, para mí, la gran paradoja de la usura criolla.

Primero: ¿Por qué persiste el “módico 20%” al que presta el usurero? (¡Incluso uno salió al mercado con el “módico 30%!”)

Segundo: ¿Por qué somos el primer país, ¡en el mundo!, cuya población adulta recurre más a usureros y prestamist­as informales?

Quisiera sus opiniones. Las espero en afw@argentariu­m.com. 

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