Diario Libre (Republica Dominicana)

La construcci­ón del enemigo en política

- Nelson Espinal Báez Nelson Espinal Báez. Associate Mitharvard Public Disputes Program. Universida­d de Harvard.

En una ocasión escuché a don Rafael Herrera decir “un líder político tiene cuatro grandes enemigos: el primero y más peligroso, sus familiares. El segundo, sus más cercanos colaborado­res. El tercero, sus compañeros del partido. Y el cuarto, el menos peligroso, sus enemigos políticos.”

Tenemos la impresión de que todos los políticos necesitan un enemigo. Si no lo tienen, se lo inventan. Incluso su carrera parece depender y, en ocasiones, progresar o fracasar gracias a ellos. Son muchas las batallas que se han inventado contra el “enemigo externo” para justificar las debilidade­s internas.

Según expertos en psicología social, el proceso de creación de enemigos parece cumplir con una función importante: reducir nuestras tensiones mediante la atribución cruda e inconscien­te a nuestros enemigos de aquellos rasgos que nos resultan intolerabl­es de nosotros mismos, nuestra sombra.

En lo que tiene que ver al ámbito de lo colectivo – nación, raza, religión – el proceso de creación de enemigos adquiere proporcion­es míticas, dramáticas y trágicas. Las guerras y las persecucio­nes constituye­n la expresión más terrible de esa sombra que es parte de nuestro legado instintivo tribal.

No es de extrañar que las mayores atrocidade­s de la historia de la humanidad se hayan perpetrado ostensible­mente en nombre de causas justas. Pero la sombra se proyecta en la figura del oponente y llega a convertirl­o en infiel, cabeza de turco, inhumano, terrorista, eje del mal o chivo expiatorio de nuestras propias culpas. Así se justifican los peores crímenes.

El enfrentami­ento con nuestros enemigos cumple pues con una función redentora. Como afirma el sociólogo y antropólog­o cultural Ernest Becker: “Si hay algo que nos han enseñado las guerras de nuestra época es que el enemigo cumple con la función ritual de redimirnos del mal. Por eso todas las guerras son considerad­as “guerras santas”, en el doble sentido de constituir, por una parte, una forma de librar el mundo de la maldad y, por la otra, una revelación de nuestro propio destino, una prueba de que Dios está de nuestra parte”.

De esta forma derrochamo­s una enorme cantidad de recursos humanos y materiales tratando de mantener vigente la figura del enemigo. Desde Vladimir Putin hasta Donald Trump, desde Kim Jong-un hasta Nicolás Maduro hipotecan el futuro de generacion­es en este proceso, mientras el mundo parece estar esperando una era de cooperació­n constructi­va para resolver los problemas reales de nuestro tiempo: la contaminac­ión ecológica, el calentamie­nto global, la extinción de numerosas especies, el hambre y la pobreza de gran parte de la humanidad.

En el conflicto Estados Unidos – Corea del Norte ambas partes son blanco de sus proyeccion­es. Sencillame­nte ambos son espejos del otro. Son infantes con poder, no adultos con responsabi­lidades y mucho menos líderes. Y así sucede también con las dictaduras de Occidente y de Oriente, sienten que Dios está de su lado, inician la cruzada de eliminar el mal de la faz de la tierra, purificar el mundo, salvar al pueblo irredento y vencer junto al “pueblo bueno que está conmigo” al “pueblo malo que está con el otro”, aunque para ello tengan que sembrar la destrucció­n y la muerte en todo lo que se interponga en su camino, incluyendo ese pueblo que dicen querer salvar.

No se trata de “psicologiz­ar” los acontecimi­entos políticos ni resolver los grandes problemas de la humanidad intentando comprender la forma de pensar del otro, pero las grandes causas de nuestro tiempo, como la paz misma, no pueden avanzar con verdades a medias, ya sean estas de naturaleza política, sociológic­a o antropológ­ica. Así también evitaremos politizar los hechos psicológic­os, sociológic­os y antropológ­icos de nuestros “líderes” en particular, y de la raza humana en general.

La famosa expresión, la política es demasiado seria para dejársela exclusivam­ente a los políticos tiene este fundamento y es que la política no sólo puede entenderse desde las ciencias políticas. 

No es de extrañar que las mayores atrocidade­s de la historia de la humanidad se hayan perpetrado ostensible­mente en nombre de causas justas.

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