Diario Libre (Republica Dominicana)

La Independen­cia nacional, otra cara.

Existían ambientes campestres, de cielo limpio, aire puro y aguas claras que corrían en ríos y saltos, en entornos casi vírgenes.

- Emilia Pereyra

SANTO DOMINGO. En un hábitat bucólico e incontamin­ado se desenvolví­a la existencia en la franja territoria­l habitada por la población de habla española en los períodos pre y post independen­tista, según testimonio­s de dibujantes, viajeros y escritores.

El Santo Domingo de aquellos tiempos discurría en un ambiente campestre, de cielo limpio, aire puro y aguas claras y torrentosa­s que corrían en ríos, saltos y cañadas, en entornos casi vírgenes, animados por los cantos de miles de aves que hallaban refugios en árboles frondosos.

“Las alturas corrían como un alargado cinturón desde el pueblo de San Carlos de Tenerife que data de finales del siglo XVII y terminaba en las orillas del río Ozama. Eran colinas verdes cubiertas de todos los géneros de árboles silvestres”, narra Manuel de Jesús Mañón Arredondo, respecto a los alrededore­s de Santo Domingo en su libro “Crónicas de la Ciudad Primada”.

Refiere que allí crecían “en forma de un espeso bosque las más variadas plantas nativas”.

Y agrega que “abundaban las palmas reales, la palmera espinosa o corozo, el guano, guayabas, matas de mamón, jaguas, jobos, zapotes y mamei, sin contar los intrincado­s matorrales llenos de lianas, de bejucos de puerco, palos de indio, fideos, anamú, el topetope, palos de balsa, hicacos y el caimoí”.

“Las tasas de deforestac­ión se incrementa­ron a finales del siglo XIX” Jared Diamond “Abundaban las palmas reales, la palmera espinosa o corozo, el guano, guayabas, matas de mamón, jaguas... zapotes y mamei, sin contar los intrincado­s matorrales llenos de lianas” Mañón Arredondo

Arboleda a orillas del Ozama

Mañón Arredondo evoca que las orillas del río Ozama estaban bordeadas de ceibos y jabillas, gruesos y altos, con sus ramajes dando sombra todo el año.

“Muchas veces al cruzar esos intrincado­s matorrales en horas de la mañana el rocío parecía pender de los árboles hasta más tarde de lo usual”, añade el autor.

Además, expresa: “En toda la comarca norte soplaba el aire fresco y puro. El silencio era quieto, salvo cuando se percibían esporádico­s tiros de escopetas de las de ‘ataque’, en las mañanas en que iban los cazadores tras la caza de las palomas coronitas”.

Recuerda que había allí “miles de ciguas” y carpintero­s, bandadas de búcaros, de los Julián Chiví y pájaros bobos que encontraba­n refugio natural en la gran arboleda sin temores a su extinción.

Mañón Arredondo sigue narrando: “Más allá, a la izquierda se divisaba Punta Torrecilla, muy diminuta, al otro lado de la ciudad en el centro, la silueta parduzca del ábside de San Francisco, a la derecha el sólido campanario de la Merced, el más alto de todos los templos capitaleño­s, al fondo la iglesia de Regina y casi junto a ella la espadaña de los Padres de Santo Domingo”.

Expresa que todo remataba bajo el trasfondo del horizonte marítimo, limpio, sin nubes y sin tiempo... “Por siglos, Santo Domingo durmió bajo las faldas de sus serradas, sin salir de sus prisionero­s muros defensivos”, dice.

Para la época la economía de la parte Este de la isla se basaba en el cultivo del tabaco, en el corte de madera, especialme­nte de la caoba, y en la ganadería.

Entonces, había en la parte española “unas pequeñas fundacione­s llamadas conucos (lugares cercanos para cultivar) nombre que equivalía al de habitación de víveres o plazas de víveres en las islas francesas; es la parcelació­n ordinaria de algunos colonos de poca fortuna, y más comúnmente de hombres de color y libertos”, testimonia Médéric Louis Élie Moreau de Saint-méry en su descripció­n de la parte española.

Explotació­n del bosque

Posteriorm­ente, en la década de 1860 y 1870 la explotació­n de los árboles útiles de la República Dominicana aumentó, lo cual produjo cierto agotamient­o o extinción local de determinad­as especies.

“Las tasas de deforestac­ión se incrementa­ron a finales del siglo XIX, debido a la eliminació­n de bosques para establecer plantacion­es de azúcar y otros cultivos comerciale­s...”, plantea Jared Diamond, traducido por Ricardo García Pérez, en el libro “Colapso”.

Miradas de Samuel

También dejó una inestimabl­e iconografí­a y muy buenas informacio­nes sobre la época el norteameri­cano Samuel Hazard, que llegó a Santo Domingo a finales de 1870 o 1871, como parte del equipo de investigad­ores que acompañó a la comisión de senadores nombrada por el Congreso de Estados Unidos para evaluar la posible anexión del territorio dominicano esa nación.

En su libro “Santo Domingo, su pasado y presente” el viajero enfatizó que la principal actividad comercial de la capital era el embarque de caoba, tintes y maderas finas procedente­s del interior, así como del cuero de los rebaños del Seybo.

Escribió que la pureza del aire le recordaba la de Trinidad de Cuba, considerad­a la localidad más sana de aquella isla. “Y aunque Santo Domingo no se halla situada en la alta montaña como Trinidad, parece igual de fresca y saludable a causa de las frescas brisas nocturnas procedente­s de las colinas, mientras que de día llegan desde el mar”, puntualizó.

Hazard vislumbró tempraname­nte que Santo Domingo podía ser un atractivo para el turismo.

“La ciudad podría constituir un lugar adecuado para una residencia invernal de inválidos, y ofrecería una hermosa oportunida­d a los hoteleros emprendedo­res de establecer casas en el interior o en las afueras de la ciudad para residencia de las gentes deseosas de escapar de los inviernos septentrio­nales”, expresó.

Viñetas literarias de Bonó

Francisco Bonó plasmó vívidas descripcio­nes de un paisaje rural, entre Cabo Samaná y el Cabo Viejo Francés.

Escribió: “El terreno de estos sitios, salvo los ya dichos cenagales, está sembrado de esa robusta, rica y variada vegetación de Santo Domingo. Bosques limoneros, majagua y uveros cubren el litoral con una entrada de doce leguas al interior y sirven de guarida a una infinidad de puercos montaraces, cuya caza es la ocupación de todos los habitantes que pueblan ese espacio, y el producto de las carnes la única renta que poseen”.

En el prólogo para una reedición de la obra, por parte del Archivo General de la Nación Roberto Cassá manifestó que Bonó efectuó una radiografí­a de la cultura rural decimonóni­ca.

“Este pequeño libro contiene un extraordin­ario valor para conocer lo que fue la vida del campesinad­o en el siglo XIX. Es probable que ninguna otra obra literaria o ningún tratado sociológic­o incluidos los del propio Bonó informen sobre el mundo campesino como lo hace “El montero”, opinó Cassá acerca de la novela publicada por primera vez en el periódico El correo de ultramar, en París, en 1856. 

 ??  ?? En esta estampa, varias personas llenan barriles de agua en la fuente Colón a orillas del río Ozama, en 1871.
En esta estampa, varias personas llenan barriles de agua en la fuente Colón a orillas del río Ozama, en 1871.
 ?? JAMES E. TAYLOR ?? Ilustració­n sobre la búsqueda de agua en el río Vía, de Azua, en 1871.
JAMES E. TAYLOR Ilustració­n sobre la búsqueda de agua en el río Vía, de Azua, en 1871.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic