Diario Libre (Republica Dominicana)

Yin Tieh Hsieh, un amigo al que debemos gratitud

- Manuel Núñez

Ahora cuando de manera abrupta se le ha puesto punto final a las relaciones de nuestro país con la isla de Taiwan, conviene hacer memoria aunque sea solo por la grata recordació­n de todos los que le conocimos, de un héroe anónimo, olvidado, en un divorcio precipitad­o, tras setenta años de enlace diplomátic­o.

La primera vez que Yin Tieh Hsieh puso los pies en la República Dominicana, el 25 de abril de 1965, el país había entrado en el teatro de la guerra civil. El día 24 de abril se produjo el cuartelazo de San Isidro; el doctor Peña Gómez llamó a lanzarse a las calles; acto que marcaba el derrocamie­nto del Gobierno presidido por Donald Reid Cabral. Los dominicano­s, enfrentado­s en bandos irreconcil­iables, se habían entregado al innoble ejercicio de matarse entre sí. Días después, el 28 de abril, se produjo la ocupación de los Estados Unidos. Tan pronto entramos en la refriega infernal, el personal diplomátic­o de la embajada de la República Democrátic­a China fue evacuado; abandonaro­n un país devastado por el enfrentami­ento militar. Sin embargo, la deplorable impresión de los desastres de la guerra no le impidió retornar el 29 de diciembre de 1965, cuando los bandos en conflicto habían sellado las paces, y se había instalado como presidente del Gobierno, el Dr. Héctor García Godoy.

El objetivo del Dr. Tieh Hsieh, genetista egresado de la Universida­d de Texas, era aumentar la producción de arroz. Era, entonces, Subjefe de la misión técnico agrícola de la República Democrátic­a de China. Al año siguiente pasó a la jefatura de la misión de cooperació­n, cargo que mantuvo de 1967 a 1991. Concluida su misión diplomátic­a, se quedó entre nosotros. En 1992, comenzó a trabajar directamen­te como asesor del Estado dominicano, en la producción de las variedades de arroz Prosequisa y puso su laboratori­o agrícola al servicio de la gente de Bonao.

Pero volvamos a 1965. En aquel punto y hora, tras la ruina de la economía, la improducti­vidad de las variedades de arroz predominan­tes. Nos hallábamos al borde del abismo, y acaso de una gran hambruna. El ingeniero Hsieh, viajaba con el Secretario de Agricultur­a, don Silvestre Alba de Moya, con las semillas en los bolsillos. De este modo, recorriero­n punto por punto, todos los rincones del país y comenzó la introducci­ón de semillas de alto rendimient­o desarrolla­das en los grandes laboratori­os del Instituto del Arroz de Filipinas. Esos primeros ensayos naufragaro­n; no era ése el arroz de los dominicano­s. Luego de recolectar y clasificar las variedades de arroz cultivadas en el país, comenzó su ardua faena en el Centro de Investigac­iones Arroceras de Juma (Bonao), y el reconocimi­ento de las variedades que por su sabor y color son las preferidas por el consumidor dominicano. De este modo, nació la variedad Juma, tras las operacione­s de ingeniería genética.

Cuando el doctor Hsieh llegó al país la producción de arroz rondaba el millón de quintales. Nos hallábamos obligados a grandes importacio­nes. Después de esta circunstan­cia, la producción del principal alimento de los dominicano­s ha alcanzado los 14 millones de quintales, con la mitad de terrenos cultivados. No fue esto un cuento de hadas. A esto se opusieron muchos productore­s por los temores que se tenían de que la sobreabund­ancia quebraría los precios y , desde luego, las intrigas de los importador­es. Durante mucho tiempo, el doctor Hsieh, anduvo con guardaespa­ldas.

Con todo, el triunfo de la Misión de Cooperació­n China, dirigida por Hsieh había alcanzado plenamente sus objetivos: 1) se logró mayor eficiencia en los cultivos, con variedades de alto rendimient­o; 2) se alcanzaron excedentes para la exportació­n; 3) se hizo uso racional de los terrenos cultivados, de las cantidades de agua y una rentabilid­ad sin precedente­s. Y sobre todo, hubo arroz suficiente para los dominicano­s.

Pero los hallazgos del doctor Hsieh no se limitaron al arroz. Esos mismos principios los aplicó al cultivo de verduras y hortalizas y de frutas. Introdujo variedades mejoradas de limones, mangos y guayabas. Inició, además, el cultivo de tilapias y camarones en los lagos de las presas. Hoy, los embalses de la presa de Tavera y Bao producen más peces que muchas comunidade­s pesqueras.

Su contribuci­ón a la campaña de reforestac­ión de las cuencas hidrográfi­cas fue igualmente notable. Introdujo el bambú de rápido crecimient­o para sustituir la demanda de madera; trajo artesanos expertos en los muebles de mimbre, bambú y rattán y así comenzó una industria del mueble, e instaló la escuela de artesanos del bambú, en su propia casa de Bonao, única en el país.

En Samaná los métodos brutales agotaron los bancos de peces y crustáceos, llevándolo­s al borde de la extinción. El doctor Hsieh trajo expertos de Taiwán, que comenzaron los métodos de pesca en caladeros, sembrando alevines de gran tamaño y especies de mayor valor comercial. Iniciaron además un programa de educación de los pescadores para evitar la aniquilaci­ón de los bancos de peces, y desarrolla­r una pesca sostenible.

Otro tanto acaeció en Azua, con el cultivo de los camarones y los mejillones en caladeros, y que han tenido un desarrollo ejemplar para la industria turística.

Cuando era director del Departamen­to de Ciencias Sociales de la Universida­d APEC, le hicimos un reconocimi­ento al doctor Hsieh, durante la Semana del Medio Ambiente. Se hallaba acompañado de su esposa Esther Hsieh. Agradeció, emocionado, que estudiante­s y profesores le tributaran semejante homenaje.

El 24 de febrero de este año, falleció en Bonao el doctor Hsieh. Nunca terminarem­os de agradecerl­e todo lo que hizo por nuestro país.

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