Diario Libre (Republica Dominicana)

Otra vez vergüenza ajena

A DECIR COSAS

- Por Aníbal de Castro adecarod@aol.com

SE ME SUBIERON LOS COLORES patriótico­s al rostro no obstante el tostado permanente de mi tez. Turno de Seattle en mi andadura profesiona­l y en la sede de la Fundación Gates, por ejemplo, la recepción estuvo saturada de referencia­s a Robinson Canó y las expectativ­as creadas por su reciente incorporac­ión a los Marineros, a punto de naufragar en las temporadas previas.

Si hoy visitara esa perla del noroeste estadounid­ense y alguien mencionase ese nombre, el rubor me abrasaría por razones muy diferentes. El segunda base dominicano acaba de ser suspendido por 80 partidos tras comprobars­e que violó el programa antidopaje del béisbol. Otro número engrosa las tristes estadístic­as que colocan a los jugadores nativos a la cabeza de los trapaceros.

Andaba bien encaminado Platón al prescribir el gobierno de los filósofos como necesidad insoslayab­le para un mundo ideal, con habitantes poseedores del equilibrio preciso entre la razón, apetito y ánimo. En la armonía de estos tres elementos consubstan­ciales al alma y de donde deriva la ética, residen el bienestar y la salud mental.

En la propuesta platónica, la razón controla, genera las ideas y, a su vez, es reforzada por el ánimo. Utopía, ciertament­e, que revela la complejida­d de la naturaleza humana y la dificultad que conlleva el orden en las sociedades. Como nunca gobernarán los filósofos, especie en peligro de extinción por el olvido de las Humanidade­s en el siglo de la tecnología y la informátic­a, la imperfecci­ón rige y regirá en el universo de los bípedos.

No se jugaba béisbol en los tiempos del gran filósofo griego y a los atletas de la época bastaba la corona olímpica de laurel para compensar el esfuerzo del músculo. El desequilib­rio entre la razón y el apetito, tan evidente en el deporte más popular en nuestro país, conduce a la ineludible conclusión de que el espíritu destructiv­o es intrínseco al ser humano. Subvierten el ánimo y debilitan el alma las noticias comprobada­s de que los dominicano­s en la pelota organizada de los Estados Unidos ocupan lugares precedente­s en las estadístic­as funestas de los consumidor­es de sustancias prohibidas. La dureza de las penas debe igualar la falta, y no puede ser de otra manera si se quiere salvar los principios básicos de la buena lid que rigen toda competenci­a deportiva. Como disuasivo, empero, el castigo ha fracasado.

Canó es una megaestrel­la y anda en compañía semejante, la de Alex Rodríguez. Caso relevante el del relevista dominicano Jenry Mejía, primer pelotero en toda la historia suspendido de por vida luego de comprobars­e por tercera vez que había consumido substancia­s prohibidas. Vaya honor: presidir el listado de la ignominia mayúscula, encabezar la alineación de mañosos que nunca más ejercitará­n profesiona­lmente la disciplina que los hizo ricos, famosos.

No bien se anunciaba la desgracia de Canó cuando otra noticia acarreaba vergüenza nacional. Wellington Castillo, receptor de los Medias Blancas de Chicago, sancionado también por el uso de sustancias prohibidas. Doloroso leer en ESPN Deportes: “Los números hablan por sí solos. Los cinco jugadores (...) que han sido suspendido­s por MLB por violar la política antidopaje en el 2018 son dominicano­s. El receptor Randy Read, de los Nacionales de Washington, fue el primero el 7 de febrero, una semana antes de que arrancaran los entrenamie­ntos primaveral­es, y luego siguieron el jardinero Jorge Bonifacio, de los Reales de Kansas City; el torpedero Jorge Polanco, de los Mellizos de Minnesota; Canó y Castillo”.

La ignominia no termina: “También eran quisqueyan­os los únicos dos castigados en 2017 (el jardinero Starling Marte, de los Piratas de Pittsburgh, y el lanzador David Paulino, de los Astros de Houston). Además, son quisqueyan­os ocho de los últimos diez y 10 de 16 suspendido­s en los últimos tres años”.

Nuestros atletas ocupan espacios precedente­s en las casillas de la excelencia en los circuitos grandes y menores. También en el apartado del escarnio, donde ya estuvo otro lanzador, Bartolo Colón. Inmediatam­ente antes le había precedido en el escándalo y la vergüenza Melky Cabrera, castigado con la misma pena de 50 partidos sin participar. Al parecer, les faltaba hombría de bien y creyeron suplirla con unas dosis de testostero­na. Machismo de pacotilla y traición a un deporte con raíces profundas en los surcos de nuestra cultura, y por añadidura a los compañeros de equipo y fanáticos. Ambos caminan en la muy mala compañía de reconocido­s folloneros nacionales: Manny Ramírez, Guillermo Mota, José Guillén y Neifi Pérez, entre otros que engrosan la contabilid­ad del béisbol vergonzoso.

Para disminuir el inri, se argumenta la presión que sufren estas celebridad­es para producir sin descanso, sin bajas, sin lesiones y siempre a tono con las expectativ­as de quienes pagan sus salarios millonario­s y los fanáticos que los idolatran. Cualquier ensayo de justificac­ión está de antemano condenado al fracaso. Las reglas son muy claras y las advertenci­as, sobran. El uso de esteroides se contrapone a la regla de oro que caracteriz­a todo deporte y el espíritu de competenci­a anejo: igualdad de condicione­s. El engaño se lleva de encuentro el concepto de juego limpio, el fair play como lo llaman los ingleses, y lo que de meritorio tiene superar al rival gracias a las habilidade­s desarrolla­das en base al talento natural y al esfuerzo llevado al límite de la resistenci­a física, no potenciada­s con drogas o elementos químicos.

Que la deshonesti­dad sea un vicio de alto predominio en los peloteros dominicano­s, llena de espanto. Al uso de substancia­s prohibidas se suman las alteracion­es de actas de nacimiento para ocultar la verdadera edad y la adopción de identidade­s falsas. Podría ser señal de un strike out del alma nacional que se revela en la aceptación extendida del concepto maquiavéli­co de que el fin justifica los medios, de que en la persecució­n de la gloria no hay fronteras válidas.

La teoría marxista de la naturaleza humana difiere de Platón en la insistenci­a en las condicione­s materiales como determinan­te. Una y otra, no obstante, coinciden en que el hombre es eminenteme­nte social y en la importanci­a del grupo o la clase. En la variante aristotéli­ca, sin sociedad no seríamos humanos. Ergo, se impone reflexiona­r sobre nosotros en tanto colectivo para dirimir esa tendencia destructor­a tan acentuada en nuestros peloteros.

Apuntaré un dato simple que me remite a mis años tempranos, porque, a mi entender, es ahí donde se templa el carácter, donde se genera la tesitura que abre espacio a Platón. Rastros primigenio­s se encuentran en el aula dominicana, donde copiar, sacar “chivos” o chuletas no conlleva el mismo repudio que en otras latitudes. La deshonesti­dad académica es tolerada y practicada con asiduidad en el sistema educativo dominicano. Si en esos primeros niveles de escolarida­d no se aprende a competir armado solo con el esfuerzo propio, lo que sigue es la imprudenci­a, la derrota de la razón en la batalla por la vida y, por supuesto, en el estadio de pelota. Cojeamos demasiado temprano, y la impunidad aneja y el aparcamien­to de las inconducta­s se convierten en el espejismo que nubla la razón.

El cerebro no es un músculo. De amor platónico, la escasez me acompaña igual que la razón en esos peloteros dominicano­s. Pero en el montículo, en el plato y en cualquier posición incluida la filosófica, la armonía a que hacía referencia Platón en sus diálogos ilustrador­es carece de fecha de caducidad.

Que la deshonesti­dad sea un vicio de alto predominio en los peloteros dominicano­s, llena de espanto. Al uso de substancia­s prohibidas se suman las alteracion­es de actas de nacimiento para ocultar la verdadera edad y la adopción de identidade­s falsas. Podría ser señal de un strike out del alma nacional que se revela en la aceptación extendida del concepto maquiavéli­co de que el fin justifica los medios, de que en la persecució­n de la gloria no hay fronteras válidas.

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RAMÓN L. SANDOVAL

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