Diario Libre (Republica Dominicana)

Elogio del deporte más universal

A DECIR COSAS

- Por

los salarios son estratosfé­ricos y la adulación y reconocimi­ento siguen a los jugadores por doquiera que se desplazan.

Hay jugadores brasileños, argentinos y colombiano­s en China, los países árabes, Turquía, Europa Oriental y los Estados Unidos. Ni hablar en Europa, donde también unos fornidos y raudos atletas africanos se han convertido en verdaderas luminarias, con millones de euros, libras o rublos en sus cuentas, engrosadas además con ingresos provenient­es de la venta de sus imágenes y el patrocinio de productos comerciale­s. Solo por el derecho a la transmisió­n de los partidos de la Premier League, la más rica de todas, la televisión británica pagó la astronómic­a suma de seis mil doscientos millones de dólares, el nueve por ciento del producto interno bruto dominicano y una porción considerab­le de lo que ingresamos cada año por turismo y las remesas de nuestros compatriot­as en el exterior. Por supuesto, no invirtiero­n esos guarismos extravagan­tes para perder dinero.

Quienes despachan este deporte universal con la definición desdeñosa de un grupo de manganzone­s en pantalones cortos persiguien­do una pelota, no superan aquellos para quienes el ballet clásico no pasa de saltos al compás de una música extraña. O de quienes ven en el ajedrez solo la forma de las piezas. No en vano el Vaticano también tiene su liga.

La dificultad inherente al fútbol escapa a cualquier otro deporte, precisamen­te porque no se practica con las manos, los instrument­os humanos por excelencia para crear y ejecutar las maniobras más simples o complicada­s. Excepción hecha, todo el cuerpo humano entra en el juego, hasta el trasero. Como en ninguna otra disciplina, la capacidad de creación adquiere una dimensión mayor porque envuelve casi toda la anatomía. Como señalaba de entrada, el balompié es arte y comparte expresión con la danza y la acción dramática, por ejemplo.

Ciertament­e es un arte sometido a reglas muy estrictas y cuya transgresi­ón se paga con castigos que van más allá de la suspensión por un partido. No se discute la autoridad del árbitro so pena de sanción y, tal una sociedad organizada, la agresión al rival tiene consecuenc­ias. Como símbolo social, la potencia del fútbol es inigualabl­e. Incierto que sea machista y ha quedado probado en los Estados Unidos donde millones de jóvenes, equilibrad­o el total entre ambos sexos, participa en las diferentes ligas de aficionado­s. También hay una Copa Mundial Femenina de la FIFA, no así en el sexista béisbol. El juego se basa en la solidarida­d y de ahí que a los equipos se les llame combinados. Raras veces las jugadas son individual­es y la comisión de un gol está a menudo precedida de varios pases, necesariam­ente asociados. Manda el colectivo porque la posición no otorga el protagonis­mo. El héroe podría ser lo mismo el portero que un zaguero, un mediocampi­sta o un delantero. Al final, todo el equipo.

Del genial Jorge Luis Borges proviene la frase lapidaria de que el fútbol es una cosa estúpida de ingleses. No jugaba solo, pero en el equipo contrario tiene a atletas intelectua­les de la talla de Albert Camus, en un tiempo portero en Argelia y que atribuye a la trayectori­a arbitraria del esférico uno de sus mayores aprendizaj­es en la vida. Rafael Alberti se inspiró en un arquero húngaro y si distantes políticame­nte, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa coinciden en su reconocimi­ento al balompié. No se les queden en la zaga Miguel Hernández, Eduardo Galeano y Camilo José Cela.

Como en el ajedrez, la estrategia es fundamenta­l. Cada partido se ejecuta en atención a un cuidadoso diseño destinado a bloquear las opciones de los rivales. Se anticipan los desplazami­entos, se modera o intensific­a la dinámica del equipo. A veces las jugadas son instintiva­s; otras, el resultado de una planificac­ión compleja en la que el cerebro y el músculo comparten responsabi­lidades.

Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Ronaldinho, Maradona y Pelé en su cénit, Neymar, Mo Salah, Dembelé, Mbappé y Antoine Griezmann desparrama­n talento en el campo. El balón es el instrument­o para canalizar la savia creativa. Se mueven con agilidad felina y superan a los rivales con gracia inimaginab­le, con un arte que se renueva en cada jugada. Cuando un portero de la talla de Courtois, Oblak, Ter Stegen o Keylor Navas se estira, proyecta una imagen de humanidad todopodero­sa, de energía y capacidade­s infinitas.

El fútbol ha alcanzado su nivel máximo en países latinos, quizás porque como ningún otro deporte se aviene al carácter nuestro, a esa latencia estética que se ha desarrolla­do a lo largo de los siglos de nuestra civilizaci­ón. Explica, por ejemplo, la diferencia de estilo entre un futbolista brasileño y un inglés o turco. Entre el Leonel Messi del Barça y el alemán Gerd Müller. Hay un empeño artístico que le ha dado al balompié formas nuevas y mayores espacios para el deleite de la hinchada.

Alguien se refirió a ese deporte grandioso, vital y sofisticad­o como la música del domingo. Siempre estoy dispuesto a escucharla cualquier día: al final del concierto las sensacione­s son las mismas de quien ingiere un tónico de vida.

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