Diario Libre (Republica Dominicana)
José Rafael Lantigua
EL TEMA LO CONOCÍ desde niño. Seguramente se acentuó en la adolescencia. Y ya, en la primera adultez, fue cita constante en las cavilaciones a las cuales el paso de los años obligaba. Todas las agitaciones mentales, los ruidos del recelo, el motín de las interrogantes, se dirigían hacia el año dos mil. Era el preludio del misterio. O, tal vez, su final. Nada sabíamos. La superstición jugaba su juego. El azar, sus posibilidades. Nos aventurábamos al juicio y al prejuicio. Sospechábamos falsamente lo que sobrevendría. Y sí, el futuro era incierto. El futuro iba a llegar. Estaba en camino. Vivíamos para él. Soñábamos con él. Nos desvivíamos por él.
Stanley Kubrick –hace justo cincuenta años– quiso ofrecernos una pauta desde una visión cinematográfica distópica y críptica que no pasó de ser un intento de ficción científica. Estábamos lejos aún, creíamos. El futuro tenía un fusil al hombro y sudor de guerrilla en las axilas. Fue pensado bajo la carnosidad de la utopía. Y allí se quedó. Encallado entre sus zarzas. No existían armas cargadas de futuro. No. El futuro tenía otro semblante, otra quijada, otra autonomía.
Y entonces, llegó. El presente se fue borrando, esfumándose y todavía hay personas, sociedades, colectividades, gobiernos, regímenes, dirigentes, que no se dan cuenta que hay un mundo diferente, un universo distinto, un espacio de vida común que tiene como frontera a Google. Hace dieciocho años, apenas, todavía no sabíamos nada. Nos fuimos a la Plaza de la Bandera a recibir el dos mil a golpe de merengue, son y salsa porque todavía ni la bachata tenía pantalones largos ni blusas de Zara. Varios brugales ayudaron a extender la fiesta del nuevo milenio hasta la salida del sol, porque había que esperar que el astro rey presentara credenciales para que las interpelaciones del porvenir nos fuesen propicias. Pero, aún, no podíamos barruntar lo que, en poco tiempo, nos daría entrada al futuro que siempre “pensamos”, aunque nuestra imaginación Tal y como lo conocemos Marta García Aller Planeta, 2017. 332 págs.