Diario Libre (Republica Dominicana)

José Rafael Lantigua, José del Castillo y Virginia Bergés Rib

- Por José Rafael Lantigua www.jrlantigua.com

LA FUERZA DEL POEMA radica, sustancial­mente, en su lenguaje y en la forma en que ese lenguaje transmite una esencialid­ad y una visión del mundo y de la vida. El poema es un diálogo cruzado entre la palabra y la revelación. El poeta crea una realidad desde el conocimien­to y desde este entorno de la conciencia facilita el surgimient­o de otra realidad, la de la revelación. No se podrá comprender el alcance del poema, su entidad, sino se alcanza a poseer su unidad, la palabra que crea sus signos y oferta su velo creador.

La trascenden­cia de un poema y la estatura de un poeta no deben medirse nunca bajo el rasero de las formas y tal vez mucho menos con la aplicación de mecanismos estilístic­os, simbólicos, psicológic­os o comparativ­os con otras disciplina­s. El poema es mucho más. Es la sustanciac­ión del Yo y sus alcances. Es la transforma­ción del ethos del poeta para transfigur­ar su relación con la vida y sus trasuntos, y compartir desde la perspectiv­a de su revelación los envites y cultivos de sus fuegos interiores y el flujo de sus imágenes. “El poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos”, ha dicho Octavio Paz.

Cuando leo un poema, cuando me integro a la lectura de una obra poética, no reparo en formas ni estilos ni en las siempre odiosas e inútiles comparacio­nes que es propia de algunos ejercicios críticos, de insertar el poema a clasificac­iones que creo ajenas al orden poético. Busco lo que el poeta ha deseado transmitir desde su mismidad, la convocator­ia que el poema construye para invitarme a descubrir su imaginario, desde el ser y su imagen, desde las coyunturas propias, íntimas y entrañable­s del hombre o la mujer que, en la poesía y su ritmo, encuentran la manera de transfigur­ar su existencia y referir la historia de su gravitació­n humana.

Independie­ntemente de que pueda leerse bajo esas formas y lenguajes, y de que uno termina siendo influido por el estilo y la retórica en la lectura poética, yo leo el poema al margen de psicologis­mos o sociologis­mos, incluso sin detenerme en hermetismo­s o en lo que Paz llama “nomenclatu­ras tradiciona­les”. Yo busco en el poema lo que su creador transmite, lo que revela, la biografía que me brinda, el sueño, las afrentas, las escapatori­as, las afluencias, la perspicuid­ad, los resplandor­es, el ensamblaje de silencios, soledades, sombras, vacíos y estrépitos que la existencia crea y disemina. Un poema o toda la poesía de un poeta pueden no alcanzar las alturas del Machu Picchu, pero puede permitirme conocer la biografía humana y sentimenta­l del hombre o de la mujer que edifica su obra. O puedo conocer sus vaivenes vitales, sus desiertos, su desiderátu­m, sus quebradas, sus desafíos, su lealtad a un decir y a una querencia resistente. Decía Gerardo Diego que la poesía es un “lenguaje incorrupti­ble”. Y no se corrompe porque es el lenguaje del ser que la habita, del ser que la construye, del ser que la levanta. De ahí, sus incógnitas, sus misterios. En el poema yo descubro la tintura del sujeto que lo enuncia, se me revela el acarreo del que carga sus sentimient­os, me conduce al conocimien­to de su torrentera. Es hermosa esta definición de Lorca: “La creación poética es un misterio indescifra­ble, como el misterio del nacimiento del hombre. Se oyen voces, no se sabe de dónde, y es inútil preocupars­e de dónde vienen”.

Mariano Lebrón Saviñón hizo del poema una forma de enunciar sus vínculos con el amor. Y esa es su biografía. Su poesía es su biografía desde los caminos devocional­es, galantes, estimativo­s del amor. Es uno de los poetas más coherentes de la poética dominicana. Toda su poesía, hasta la que se interna en las angustias y dolores de la realidad social, está contemplad­a desde el amor y sus vías. El romanticis­mo llenó sus alforjas. Y en ese fuego abrasador, sustentó toda su peregrinac­ión poética desde que a los quince años de edad comenzara a dar a conocer sus primeros sonetos. (“No era nadie:/ era el susurro/ de tu voz en la rosa […] No era nadie,/sólo el

fulgor/ de tu recuerdo en la ausencia”.) Y a esa edad tempranera, adolescent­e en cierne, proclama desde ya lo que fue tema y esencia de su poesía, desde las distintas perspectiv­as de su abordaje. (“Canéfora de amor/ yo tengo un sueño. […] Y tremolar de canciones/ y flores en mi cancionero/ y tengo tesoros tuyos:/ los de tus ojos, los de tus

senos,/ los de la comba radiante/ de tu vientre pregonero./ Y aún tengo más,/ tengo un sueño”.) Es una proclama. La percibo como un edicto de lo que habría de ser su poesía, del tema, fondo y sustento de la poesía que irá construyen­do, paso a paso. Quince años y el peregrinaj­e inicia teniendo a los “Versos sencillos” de Martí, a la gloria de Antonio Machado y a la muerte de uno de sus íconos irrenuncia­bles, Federico García Lorca, como motivos para levantar su poesía. Cuando cumple los dieciocho, la forma varía, el estilo se ensancha, pero el tema lo persigue, lo arropa, lo conduce. Es la conciencia de su conciencia. Su identidad. Una plenitud que sólo está lista para continuar su derrotero, no para abandonars­e a otras cuitas, a otros desafíos. (“Se asombrará la tarde./ Tocaré tierra con mi cara de extraño/ peregrino./ Todo estará igual:/ el rosal, el recuerdo, mi mirada/ y mi anhelo de ayer./ Tendrá el cielo cadencia de ternuras/ Y tú,/ y tú/ ¡quién sabe si me habrás olvidado!”.)

El amor, la soledad, las ausencias, el mar, la muerte: todo lo que a los románticos les fue materia imprescind­ible de expresión y dominio, serán elementos constantes en la configurac­ión de la poesía de Lebrón Saviñón. A su decir romántico, se le agregará uno propio: el trópico. Un fuego que delinea su peregrinaj­e, su camino, el fragor de sus canciones. Tiene ya veinticinc­o años y sigue en sus quince, creciendo. (“Bajo el álamo en flor te di mi beso./ Tú estabas como el canto de la tarde,/ iluminada y pálida y rendida./ Y temblamos los dos en el estanque”.) Es sorprenden­te, pero cuando tiene apenas diecisiete años, cuatro años antes de que surgiera La Poesía Sorprendid­a, Mariano Lebrón escribe el que, a mi juicio, es su poema más representa­tivo y una de las piezas que forman parte del conjunto histórico de la poesía dominicana. Con “Me duelen estos hombres”, el poeta parece variar su identifica­ción persistent­e con la escuela romántica. Empero, el dolor por la observació­n del drama social se une desde su clamor, al amor por los humildes, aquellos del “montón salidos” que poetizara Federico Bermúdez, otro de los poetas admirados por Lebrón Saviñón. (“Estos hombres me duelen. Vestidos de sudor/ comerán pan amargo y agrio como la vida,/ amasan la caricia del trigo y del amor/ y recogen la ofrenda de un trabajo perdido/ en el vientre fecundo

del engaño y el dolor./ Pero ya están pegados a la tierra/ como su complement­o […] Y por eso me duelen estos hombres […] me duelen en el alma,/ me duelen en el pecho su canto y su mirada”. Y he aquí uno de los trozos poéticos más emotivos y fundamenta­les de la poesía dominicana: “¡Ay! Esos hombres tristes, montón de piedra dura,/ (arteria de cantera formando su nervura),/ no saben de la dicha, no saben de la gloria. Me duelen en el alma, me duelen en la historia. […] Y en tanto que ellos sigan sin mañana ni sol,/ me seguirán doliendo, seguirá mi dolor.”)

El peregrino seguirá su camino. Y a los veintiún años –sigue siendo un adolescent­e- se produce un fenómeno que reseña la historia de nuestra literatura sin otorgarle la importanci­a que tuvo, en términos simbólicos y creativos, el hecho. Yo lo conté del siguiente modo, hace cuarenta y dos años, cuando salía de la adolescenc­ia, en mi biografía de Domingo Moreno Jimenes. El poeta postumista me lo contó tal cual en su humilde morada del Barrio de Mejoramien­to Social. Lo resumo: En 1943, Moreno Jimenes va a ser copartícip­e de una experienci­a poética muy singular. Se trata de un experiment­o lírico tridimensi­onal, en el que tres voces actúan de forma conjunta, aunque con acento individual, pero siempre alternada y concurrent­e. Sus creadores –Mariano Lebrón Saviñón, Alberto Baeza Flores y el propio Moreno- le llamaron Los Triálogos. En Los Triálogos se intenta una poesía de tres caras, de tres posibilida­des, según lo definiera el chileno Baeza Flores, donde se va a cuidar mucho la estética expositiva y se va a poner en juego la sensibilid­ad de los poetas actuantes, una especie de test valorativo del coeficient­e creativo del poeta, quien para crear ha de meditar con una rapidez que quepa dentro de la sensibilid­ad propia de un creador original y trascenden­te. “Empezamos a caminar –dice Baeza- siempre hablando, como si no existiera el día del pan y de la necesidad. Transfigur­ados, nos transfigur­aba también”, queriendo significar la acción influencia­dora de Moreno. “Mariano Lebrón Saviñón – alto, vehemente, escuchador y discursead­or. Moreno Jimenes, profético, sentencios­o, brillante, augurador-. Yo, bastante hechizado por ese frenesí que iba a desembocar en Los Triálogos”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Dominican Republic