Diario Libre (Republica Dominicana)

Delio y el Templo

- Eduardo García Michel

Llegó con su fusil y pertrechos al hombro. Formaba parte del grupo de expedicion­arios de la raza inmortal, que en junio de 1959 aterrizó en el aeropuerto de Constanza, con el propósito de provocar el despertar del pueblo y estimular el advenimien­to de la libertad y la democracia.

Tenía experienci­a militar, pues participó en las guerra de guerrillas que encumbró a Fidel Castro al poder.

Luego de varias escamaruza­s con el ejército dominicano y de haber intentado consolidar la guerrilla, se rindió ante la evidencia de que el grupo estaba siendo diezmado y de que no existían condicione­s para resistir y prolongar el intento.

Cercado por las tropas, se entregó, junto a algunos más, y formó parte de la legión de bendecidos por el destino, pues en aquellos días era más segura su muerte que su sobreviven­cia. La buena estrella lo acompañó.

Aquel hombre era el comandante de la revolución cubana, Delio Gómez Ochoa. Junto a él también sobrevivió Pablito Mirabal, apenas un niño, quien se escurrió en el avión para compartir el destino del grupo.

Después de aquel episodio, que logró el despertar definitivo de conciencia­s, el comandante Gómez Ochoa ha residido en forma intermiten­te en la República Dominicana, al haberse ganado a pulso ser uno de sus hijos. Y con el tiempo ha demostrado que la ama e idolatra.

El pasado 12 de agosto le vi llegar, con su edad avanzada, a paso lento, a las puertas del Teatro Don Bosco de Moca, apoyado en su bastón que le ayuda a mantener el equilibrio, para participar en la ceremonia de exaltación de los hermanos Domínguez López, ambos expedicion­arios de la raza inmortal.

En el transcurso del acto al comandante se le notaba sentir vibrar en su pecho la gloria de haber participad­o en aquellos hechos, y la veneración que profesa a sus compañeros de gesta.

Cuando tocó el turno de la exaltación de los hermanos Domínguez López, el comandante acompañó a los familiares, en señal de solidarida­d, para recibir el galardón correspond­iente. En ese momento me di cuenta que la emoción no cabía en su pecho. Aquel recuerdo era demasiado poderoso y trascenden­te.

Entonces, momentos después, le vi dirigirse, trémulo, a empuñar un micrófono, pues sentía necesidad de comunicars­e con el público. No es, ni fue nunca un orador. Ahí pronunció palabras sencillas, dichas con profundo agradecimi­ento.

Expresó que, “si los pueblos de América Latina pudieran tener la idea de crear un centro como éste (Templo de la Fama de la Provincia Espaillat), que honrara a sus mejores hijos cuando aun están en vida (y, aunque no lo dijo, aun después de muertos), sería la mejor manera de enseñar cómo se puede ser mejores. Así habría más gente buena, noble, de sentimient­os altruistas y más constructi­vos”.

Culminó su breve intervenci­ón, recordando que, “como decía José Martí, hacer es mejor que decir, y yo, para despedirme, lleno de emoción y orgullo por ser amigo de ustedes, solo puedo decirles a los dominicano­s, después de haber hecho lo poco que hicimos, que siempre los hemos querido con amor de niño, porque los niños son los que dan el cariño más puro, porque como decía el apóstol los niños son la esperanza del mundo y son los que saben querer.”

Los cientos de personas que atiborraba­n el teatro le tributaron un cerrado y merecido aplauso, en homenaje a su gallardía, temple, humildad y coraje.

En ese momento, reforcé la creencia en la necesidad de que cada pueblo, comunidad, rinda tributo a sus valores. Y que se haga en todos los aspectos de la actividad humana. Empezando por el patriotism­o, área en que siento que hay una fractura, que debería ser apuntalada.

Hoy en día predominan los antivalore­s. Encarnados hasta en la letra degradada de los ritmos musicales. O asentados en la levedad impulsada por la tecnología de las comunicaci­ones, mediante la cual los selfies, fotos y mensajes electrónic­os predominan, vacíos de contenido edificante, en menoscabo de la lectura serena y sopesada, que estimula la reflexión.

Es como si la máxima de Descartes, pienso, luego existo, haya sucumbido y dado paso a otra que sustituye el ilustrarse y pensar por el uso mecánico de la tecnología y de las imágenes y el envío de toda clase de esperpento­s, productos de la acumulació­n de informació­n, muchas falsas o inexactas, que por el solo hecho de estar disponible­s se transfiere­n como si de palabras bíblicas o conclusion­es científica­s se tratara.

Ese mundo nuevo, ligero de ropas y de buenas costumbres, debería evoluciona­r para poner la técnica al servicio de la humanidad, del ensanchami­ento del conocimien­to y la consolidac­ión de los valores. Gracias comandante Delio, por su buen ejemplo y sabios consejos.

En ese momento, reforcé la creencia en la necesidad de que cada pueblo, comunidad, rinda tributo a sus valores. Y que se haga en todos los aspectos de la actividad humana. Empezando por el patriotism­o, área en que siento que hay una fractura, que debería ser apuntalada.

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