Diario Libre (Republica Dominicana)
Romper el juego político indefinido
Hace poco, el maestro Ramón Flores introdujo un tema trascendente en un artículo titulado “Indefinidamente en el juego”. Y se encontró con el filósofo Vitriólico. Entre ambos escenificaron el diálogo que sigue.
Filósofo Vitriólico. Dese cuenta que al interior de un sistema presidencialista, el poder personal del presidente es tan grande que la institucionalización del Estado pasa por la institucionalización de la presidencia. —Maestro Ramón Flores, usted lanza dardos resbalosos y luego esconde la mano. Dígalo más claro. La institucionalización de la presidencia pasa por meter en cintura a los presidentes que siempre quieren continuar, gobernando para sus propios intereses.
Entiéndalo como lo digo, Don Vitriólico, y no trate de enredarme. Todo pasa por la institucionalización de una alternabilidad predecible que permita corregir desviaciones, desarrollar nuevos líderes, introducir nuevas ideas, equilibrar las prioridades, consolidar las instituciones, y dar fluidez a la vida política. —Láncese sin temor al río, maestro Flores, respire y sea libre. No hay nada que perder, si acaso la vida, que bien rendida le ha sido.
Filósofo, la institucionalización de la alternabilidad pasa por la jubilación de los presidentes. —Ahora si. Concuerdo con usted en que solo la jubilación de los presidentes dará lugar a la alternabilidad. De lo contrario, el peso del poder se ejercerá para consolidar su dominio. El problema es que no puede confiarse en que los presidentes acepten jubilarse por patriotismo. Hay que crear verdaderas trincheras que rompan el juego político de la permanencia indefinida. La jubilación presidencial debe ser cierta, asumible, sin paliativos.
Comparto su preocupación, filósofo endiablado. Sepa que el poder es adictivo y el continuismo contagioso. Y para “permanecer en el palo” más allá de lo razonable, un presidente deja de hacer muchas cosas debidas y hacer tantas cosas indebidas, que bajarse de allí le da miedo. Y sea por adicción, y contagio o miedo, a muchos gobernantes la jubilación presidencial les resulta teóricamente más necesaria, pero prácticamente inaceptable. —Maestro, es notable lo que usted dice de que a algunos gobernantes la jubilación le resultaría teóricamente necesaria, pero el temor les congela el ánimo. Aprender a vivir con normalidad de nuevo, tiene un valor digno de ser ponderado. En cambio, vivir en medio de turbulencias permanentes, no tendría sentido. No sería vida, para ellos.
Filósofo, ejercer esa opción sería difícil para cualquier humano.
No lo sería tanto, maestro, si pudieran prestar atención a lo que oráculos antiguos establecen, de que en la balanza del averno son bienvenidas y pesan más las cosas indebidas, que las buenas que dejaron de hacerse. Aunque ambas producen daños irreparables. Por eso la candela de las honduras nunca dejará de gravitar sobre sus sienes, sin apelación posible.
La verdad, filósofo, que no entiendo lo que quiere decir. —Sabe usted, maestro, cuál es la razón, de que aquellos que han cambiado el marco constitucional para su propia ventaja, y tal vez pretendan continuar haciéndolo, estén condenados, a priori, a purgar sus penas en el averno?
No. Dígame usted, si acaso no hubiera perdido la cordura.
—La ambición que los desmadra, mantiene a sus pueblos en la pobreza. Cuecen su permanencia en el camino amplio del sufrimiento ajeno, de aquellos que pudieron haber sido redimidos con acciones políticas constructivas, en vez de haberlos dejado seguir naufragando en la miseria e ignorancia. No lo hicieron por estar corroídos de ambiciones continuistas perversas.
Metidos en eso, filósofo, aquí, con la bendición de las altas cortes, presidentes y congresistas pueden utilizar el poder delegado para proponer y aprobar reformas constitucionales en su propio beneficio, ex presidentes pueden ser reactivados por cambios constitucionales ocurridos después de dejar el poder; las reformas constitucionales son política y económicamente baratas; y el borrón siempre se impone. En esas condiciones, a la mayoría de los presidentes les resulta cuesta arriba vencer la tentación de maniobrar para continuar indefinidamente en el juego. —Sí, pero usted lo dice, como si estuviéramos condenados a sufrir para siempre ese destino. Nunca deje esa penosa imagen, porque acostumbra a los pueblos a ser sumisos y resignados.
Pero tampoco debiera incitar a la rebelión.
—No, eso no. Pero, le repito: hay que cavar trincheras y poner barreras infranqueables para impedir que, en lo adelante, quienes ejerzan el ejecutivo puedan permanecer en el poder más tiempo que el estipulado en la constitución. Sanciones infamantes y ejemplares, si lo intentaran. Y, reforzar el mandato de su jubilación, sin apelación posible.
Muy fácil decirlo, filósofo. Pero dígame cómo.
—Una vez un amigo me aseguró que la única forma de hacer temblar y aleccionar a un manipulador, es exponerlo, tal y como es, en forma pública, y borrar la imagen falsa que pretende proyectar.
Y, qué significa eso; estamos hablando de gobernantes, no de manipuladores.
—Maestro, tiene razón, pero usted sabe bien que hay gobernantes que simulan y manipulan con el propósito de quedarse en el poder. Por tanto, hay que atreverse a dejar en cueros a ese tipo de gobernante, evidenciar su apetencia insaciable y el uso ilegítimo e ilegal del poder para sus propios fines.
Aun así, Don Vitriólico, no estoy seguro de que surta efecto. —Surta o no, es un deber ciudadano exponerlos ante la opinión pública, con intensidad progresiva, como violadores impenitentes del marco constitucional. Hay que desnudar su talante populista, clientelar, y devolverles su componente humano, ya que moran en la gloria mediática de su engreimiento, para colmo pagada por el propio Estado.