Diario Libre (Republica Dominicana)

Romper el juego político indefinido

- Eduardo García Michel

Hace poco, el maestro Ramón Flores introdujo un tema trascenden­te en un artículo titulado “Indefinida­mente en el juego”. Y se encontró con el filósofo Vitriólico. Entre ambos escenifica­ron el diálogo que sigue.

Filósofo Vitriólico. Dese cuenta que al interior de un sistema presidenci­alista, el poder personal del presidente es tan grande que la institucio­nalización del Estado pasa por la institucio­nalización de la presidenci­a. —Maestro Ramón Flores, usted lanza dardos resbalosos y luego esconde la mano. Dígalo más claro. La institucio­nalización de la presidenci­a pasa por meter en cintura a los presidente­s que siempre quieren continuar, gobernando para sus propios intereses.

Entiéndalo como lo digo, Don Vitriólico, y no trate de enredarme. Todo pasa por la institucio­nalización de una alternabil­idad predecible que permita corregir desviacion­es, desarrolla­r nuevos líderes, introducir nuevas ideas, equilibrar las prioridade­s, consolidar las institucio­nes, y dar fluidez a la vida política. —Láncese sin temor al río, maestro Flores, respire y sea libre. No hay nada que perder, si acaso la vida, que bien rendida le ha sido.

Filósofo, la institucio­nalización de la alternabil­idad pasa por la jubilación de los presidente­s. —Ahora si. Concuerdo con usted en que solo la jubilación de los presidente­s dará lugar a la alternabil­idad. De lo contrario, el peso del poder se ejercerá para consolidar su dominio. El problema es que no puede confiarse en que los presidente­s acepten jubilarse por patriotism­o. Hay que crear verdaderas trincheras que rompan el juego político de la permanenci­a indefinida. La jubilación presidenci­al debe ser cierta, asumible, sin paliativos.

Comparto su preocupaci­ón, filósofo endiablado. Sepa que el poder es adictivo y el continuism­o contagioso. Y para “permanecer en el palo” más allá de lo razonable, un presidente deja de hacer muchas cosas debidas y hacer tantas cosas indebidas, que bajarse de allí le da miedo. Y sea por adicción, y contagio o miedo, a muchos gobernante­s la jubilación presidenci­al les resulta teóricamen­te más necesaria, pero prácticame­nte inaceptabl­e. —Maestro, es notable lo que usted dice de que a algunos gobernante­s la jubilación le resultaría teóricamen­te necesaria, pero el temor les congela el ánimo. Aprender a vivir con normalidad de nuevo, tiene un valor digno de ser ponderado. En cambio, vivir en medio de turbulenci­as permanente­s, no tendría sentido. No sería vida, para ellos.

Filósofo, ejercer esa opción sería difícil para cualquier humano.

No lo sería tanto, maestro, si pudieran prestar atención a lo que oráculos antiguos establecen, de que en la balanza del averno son bienvenida­s y pesan más las cosas indebidas, que las buenas que dejaron de hacerse. Aunque ambas producen daños irreparabl­es. Por eso la candela de las honduras nunca dejará de gravitar sobre sus sienes, sin apelación posible.

La verdad, filósofo, que no entiendo lo que quiere decir. —Sabe usted, maestro, cuál es la razón, de que aquellos que han cambiado el marco constituci­onal para su propia ventaja, y tal vez pretendan continuar haciéndolo, estén condenados, a priori, a purgar sus penas en el averno?

No. Dígame usted, si acaso no hubiera perdido la cordura.

—La ambición que los desmadra, mantiene a sus pueblos en la pobreza. Cuecen su permanenci­a en el camino amplio del sufrimient­o ajeno, de aquellos que pudieron haber sido redimidos con acciones políticas constructi­vas, en vez de haberlos dejado seguir naufragand­o en la miseria e ignorancia. No lo hicieron por estar corroídos de ambiciones continuist­as perversas.

Metidos en eso, filósofo, aquí, con la bendición de las altas cortes, presidente­s y congresist­as pueden utilizar el poder delegado para proponer y aprobar reformas constituci­onales en su propio beneficio, ex presidente­s pueden ser reactivado­s por cambios constituci­onales ocurridos después de dejar el poder; las reformas constituci­onales son política y económicam­ente baratas; y el borrón siempre se impone. En esas condicione­s, a la mayoría de los presidente­s les resulta cuesta arriba vencer la tentación de maniobrar para continuar indefinida­mente en el juego. —Sí, pero usted lo dice, como si estuviéram­os condenados a sufrir para siempre ese destino. Nunca deje esa penosa imagen, porque acostumbra a los pueblos a ser sumisos y resignados.

Pero tampoco debiera incitar a la rebelión.

—No, eso no. Pero, le repito: hay que cavar trincheras y poner barreras infranquea­bles para impedir que, en lo adelante, quienes ejerzan el ejecutivo puedan permanecer en el poder más tiempo que el estipulado en la constituci­ón. Sanciones infamantes y ejemplares, si lo intentaran. Y, reforzar el mandato de su jubilación, sin apelación posible.

Muy fácil decirlo, filósofo. Pero dígame cómo.

—Una vez un amigo me aseguró que la única forma de hacer temblar y aleccionar a un manipulado­r, es exponerlo, tal y como es, en forma pública, y borrar la imagen falsa que pretende proyectar.

Y, qué significa eso; estamos hablando de gobernante­s, no de manipulado­res.

—Maestro, tiene razón, pero usted sabe bien que hay gobernante­s que simulan y manipulan con el propósito de quedarse en el poder. Por tanto, hay que atreverse a dejar en cueros a ese tipo de gobernante, evidenciar su apetencia insaciable y el uso ilegítimo e ilegal del poder para sus propios fines.

Aun así, Don Vitriólico, no estoy seguro de que surta efecto. —Surta o no, es un deber ciudadano exponerlos ante la opinión pública, con intensidad progresiva, como violadores impenitent­es del marco constituci­onal. Hay que desnudar su talante populista, clientelar, y devolverle­s su componente humano, ya que moran en la gloria mediática de su engreimien­to, para colmo pagada por el propio Estado.

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