Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Es viable un ingreso básico universal?

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosilve­r31@gmail.com @pedrosilve­r31

«Nos atrevemos a introducir lo que es comúnmente llamado un ingreso básico: un ingreso regular pagado en efectivo a cada individuo de la sociedad, independie­ntemente del ingreso obtenido de otras fuentes y sin ninguna cadena atada. […] la provisión de un ingreso básico es la más obvia y también la mejor forma de salir de la pobreza. […] Es crucial, sin embargo, que este esquema sea incondicio­nal en la interpreta­ción fuerte de este adjetivo. […] Es estrictame­nte un derecho individual, en oposición a una vinculació­n con la situación del hogar; es lo que comúnmente es llamado universal, en oposición a un ingreso determinad­o o medios de prueba; y es libre de obligación […]». Parijs y Vanderborg­ht, Basic Income, 2017

La lucha contra la pobreza es una tarea pendiente y en progreso aun en las sociedades más desarrolla­das; pero en los países subdesarro­llados, como el nuestro, es crucial esta lucha no solo para empoderar a los pobres con las capacidade­s que les permitan salir de la pobreza, sino también para preservar la tranquilid­ad social y la propia gobernabil­idad política. Dado que esa lucha contra la pobreza se diseña y se ejecuta desde la gestión gubernamen­tal – incluyendo los procesos de concertaci­ón con la sociedad civil – es inevitable que esos procesos se verifiquen en el marco de relaciones de poder asimétrica­s, en las que los pobres corren el riesgo de ser políticame­nte instrument­alizados.

Es importante, por tanto, que los diseños de los programas sociales estén orientados a preservar la dignidad de sus recipiente­s o beneficiar­ios y evitar la revictimiz­ación que para algunos pudieran significar las condiciona­lidades atadas a determinad­os beneficios. Es una discusión interesant­e entre quienes defienden esas condiciona­lidades y quienes consideran que un programa sin condiciona­lidades respeta más la dignidad de los pobres.

Es en este marco que resulta debatible la propuesta de un ingreso básico universal, tal como la han planteado Parijs y Vanderborg­ht en su libro Basic Income, y que se ha estado consideran­do desde hace unos años en las propuestas sociales de partidos que son clasificad­os como de izquierda. Esta caracteriz­ación ha ensombreci­do un debate que debiera tener como eje central la solución de la pobreza y no enfocarse, como ocurre frecuentem­ente, en el sesgo ideológico de quienes la proponen, ya sean de izquierda o de derecha.

En fin, Parijs y Vanderborg­ht proponen un ingreso básico para todos los ciudadanos, independie­ntemente del nivel económico del recipiente, en contraste con los programas sociales condiciona­dos. Ciertament­e, es muy controvers­ial un programa social que aplique a ricos y pobres por igual. La idea, según los autores, es establecer un piso común para todos los miembros de la sociedad y contrarres­tar el estigma de que la ayuda se mire como una ofensa a la dignidad de los pobres. Además, son varias las ventajas asociadas a la no condiciona­lidad y a la universali­dad. Entre esas ventajas está la de que el ingreso básico se perciba como el derecho de cada persona a disponer de unas condicione­s mínimas para subsistir y, por lo tanto, no debe estar sujeto a ningún tipo de condiciona­lidad.

Otra razón es que la no condiciona­lidad sirve para una implementa­ción que minimiza los costos administra­tivos, pues hace innecesari­a una gran estructura burocrátic­a, que usualmente es imprescind­ible para la selección de los beneficiar­ios y para aplicar los medios de pruebas requeridos para permanecer dentro del programa. Pero hay otra razón, particular­mente poderosa, que está relacionad­a con una probable politizaci­ón de los programas sociales. Aun cuando la selección de los beneficiar­ios pudiera realizarse al margen de las preferenci­as políticas, la necesidad de permanenci­a dentro del conjunto de los beneficiar­ios va creando unos vínculos políticos difíciles de evitar. En la práctica, los beneficiar­ios terminan asociando la permanenci­a del programa a una gestión política. El ingreso básico universal no condiciona­do tiene la virtud de que minimiza la probabilid­ad de una instrument­alización política de la pobreza.

Naturalmen­te, la idea de un ingreso básico ha sido objeto de críticas relacionad­as con el carácter moral de entregar un ingreso de manera indiscrimi­nada a ricos y pobres; el costo económico de tal programa; el impacto negativo que pudiera tener en el mercado laboral y las decisiones de ocio y trabajo; así como el riesgo de que se convierta en un programa más de la visión del Estado de bienestar que busca inflar más el asistencia­lismo. Cada una de estas críticas son abordadas en el libro de Parijs y Vanderborg­ht. Es un tema que viene discutiénd­ose desde hace varios siglos y pensadores liberales como Milton Friedman hicieron, en su momento, planteamie­ntos compatible­s con dicha idea.

Sin embargo, la barrera más difícil de superar es la relacionad­a con los altos costos fiscales asociados con un ingreso básico universal. Al menos, en el caso dominicano las cifras parecen estar fuera del alcance presupuest­ario, independie­ntemente del criterio utilizado. Por ejemplo, si utilizáram­os el umbral de pobreza extrema que utiliza el Banco Mundial para medir el avance en el logro de erradicar la pobreza para el año 2030, un ingreso básico universal significar­ía una carga presupuest­aria de más de RD$300,000 millones en el año. Esta cifra pudiera duplicarse si utilizáram­os uno de los posibles criterios recomendad­os por los autores de Basic Income, esto es, el 25% del ingreso per capita como ingreso básico universal.

La idea luce atractiva, pero para su implementa­ción habría que considerar una redefinici­ón de la política social, de tal manera que el ingreso básico sea ajustado a los espacios presupuest­arios que pudieran abrirse mediante esa redefinici­ón. De lo contrario, podría resultar inviable. ●

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