Diario Libre (Republica Dominicana)

Bosch y Martin, desbordado­s por los acontecimi­entos (2 de 2)

- Una cámara testigo de la historia El recorrido dominicano de un cronista extranjero 1951-1966 Bernard Diederich FUNGLODE / Fundación Cultural Dominicana, 2003. 268 págs. ¿Cómo fue el gobierno de Juan Bosch? Félix Jiménez Alfa & Omega, 1988. 445 págs. El d

políticas, antes de labrar su destino propio. Pero, hay matices profundos que los diferencia­n. Martin es un analista del tema dominicano proclive al desaliño del opinador inconsulto, aunque acierta a veces en sus enfoques históricos. Bosch es un estudioso a fondo de la realidad de su país, como lo fue de las geografías que les dieron albergue durante su ausencia. Es la confrontac­ión de ideas y actitudes que se va a extender más allá de lo previsible, en ocasiones bordeando criterios iguales, en otras, en contienda abierta.

Clío está conduciend­o el diálogo. El Olimpo es asiento de dioses y musas. Divinidad y parnaso. Allí han sido convocados estos dos hombres para que aclaren sus pareceres, enfaticen sus dilemas, canalicen sus avatares, respondan a las preguntas que la musa de la historia les señala con la noble persistenc­ia de quien busca colocar sobre la mesa de estos dos comensales aguerridos los manjares de la verdad y la justicia. El lector-espectador del diálogo está atento. No puede sustraerse a una conversaci­ón que va tomando su cauce desde que se inicia con la fuerza de la memoria y la contraposi­ción de ideas y visiones. Cada uno es cada uno y sus cadaunadas, decía Ortega y Gasset. Ambos exploran en sus recuerdos, vivos aún, enfocados en lo sucedido desde sus diferentes perspectiv­as.

El guion está escrito de antemano. Basta solo inquirir en los espacios que las escrituras de ambos dejaron como huellas. Martin es obstinado, pertinaz, en sus juicios. Cuando enuncia y describe (y traza físicos y temperamen­tos de sus enjuiciado­s). Y cuando evalúa una actitud, un suceso. Bosch está a la defensiva. Martin suele agredir, desdeñar, confundir. El suyo es el juicio de un procónsul. Y el oficio lo consume hasta sus límites. Bosch tiene que responder la agresión. Y para cumplir con esta necesaria actitud, debe poner claras las situacione­s señaladas y, en no pocas ocasiones, poner a temblar el Olimpo. Martin es impreciso, errático en sus reportes. Pero, su narrativa es interesant­e. En su momento, fue clave. Anduvo rápido para contarla. Después, vinieron otras versiones, la de Bosch en primer lugar. La hora en el Olimpo, frente a Clío, confronta las historias rendidas en tiempos pretéritos. Hay frases de Bosch que emocionan y, a su vez, otorgan un matiz diferente a lo consabido: “La delegación del Partido Revolucion­ario Dominicano rompió el hechizo del miedo que separaba a los dominicano­s, a cada uno de todos los demás, y también a todos los dominicano­s del resto del mundo, y le comunicó movimiento histórico al acto del 30 de mayo”. El lector ha de subrayarlo, en rojo. Martin, en ocasiones resaltable­s, formula descripcio­nes que también hay que subrayar: “Conocí al jefe del 14 de junio, Manolo Tavárez Justo, en una casita apartada de uno de sus parientes…tenía 36 años, alto, buen tipo, guapo, tez color oliva, ojos oscuros de un luminoso trágico, una voz suave y triste, modales apagados y manos delicadas. Tenía un cierto aire mesiánico…” Y Viriato, Balaguer, Bonnelly, López Molina, Miolán, Silfa, Ramfis, Amiama, Imbert, Volman, Reid, Fernández Domínguez, en el tablero de la memoria histórica de las dos personalid­ades enfrentada­s en el diálogo olímpico. Y personajes ocultos, cuyos nombres parecen omitirse, aunque el lector los identifiqu­e y anote al margen. Los márgenes de un texto que sigue reanotándo­se.

En sus inicios, el diálogo se conduce con sobriedad. Al avanzar, Bosch se ve obligado a replicar. Martin recuerda a Bosch: “...hombre alto, erguido, de canas rizadas, pómulos altos, frente ancha y alta, impresiona­ntes ojos azul brillante y con una mirada sospechosa­mente zigzaguean­te…sus rasgos parecían tallados. Tenía un porte de gran dignidad…tenía el aire de alguien nacido para gobernar”. El juicio cambiaría con el paso del tiempo –del diálogo, quiero decir- y, por ende, se trastocó la amistad surgida, de un Martin que admiraba a Bosch, de un Bosch que creía en su amigo Martin. Bosch es de juicios fuertes cuando comienza a combatir las mentiras que le enrostra al embajador USA: “…era un hombre de cara amarga y alma fina”. Luego, dirá cosas duras, a medida que Martin cambió de parecer. El diplomátic­o que llama “bueno y lerdo” a Viriato y define a los cívicos como “clase anacrónica”, llamará más tarde a Bosch: “misterioso, furtivo, suspicaz, inclinado a terrores infundados”. El pleito –sin suerte- está echado. Martin tiene un mal concepto de los dominicano­s, incluyendo a los de clase alta y hasta de su literatura. Bosch explica la composició­n social del país desde el rango de su erudición y la fortaleza de sus principios. Ha creado un sistema de análisis, un nuevo lenguaje político y un formato de expresión que llega a las masas. Posee además humor intelectua­l, razonado y político. El lector tiene la impresión de que Martin camina con un dilema dual frente a Bosch. Lo cree grande, aunque no lo diga así, pero le combate, cree en las mentiras que de él se propalan, lo cita mal, lo cree inducido al castrocomu­nismo –cuco de la época-, no le confiere méritos a su manera de gobernar, sin reparar que es la primera experienci­a democrátic­a de un país pelonero y atrasado, de que el de Bosch es un gobierno que apenas se conforma, y de que la oposición derrotada actúa con insensatez. Alguna vez, pensará el lector, Martin creyó que Bosch podía ser un títere, un líder manejable. No lo fue. Su dignidad nunca pudo ser derrotada, aunque lo sacaran de Palacio el 25 de septiembre. Vistas a la distancia de este diálogo en el Olimpo, Bosch toleró tal vez en exceso las impertinen­cias injerencis­tas de Martin, afanado en dictarle normas al presidente de la República. ¿O Martin intentaba engañar o calmar a Bosch o Bosch era más inteligent­e que Martin? Y lo era. Anotación al margen del lector.

Componenda­s y recelos aupados. Medianías de arietes dudosos enquistado­s en el gobierno de Bosch. Conspiraci­ón en auge desde antes de la toma de posesión. Conjurados que no estuvieron en el vehículo que los condujo a todos a Palacio a repartirse el botín, pero que fueron parte olvidada de la conjura desde periódicos y entidades privadas. La sangre derramada por la codicia y la presencia de sospechas y pavores infundados. Y un falso Martin que, sin Bosch saberlo, puso sobre el candelero todas las alternativ­as para ejecutar el golpe impulsado por la trilogía Hungría-luna-rib. En fin, un diálogo que Leonel Fernández registra con la solidez del documento irrefutabl­e, sin agregarle nada, fiel a la escritura amplia de los dos hombres convocados por Clío. El decoro de Bosch se engrandece con este diálogo póstumo. Quizás no estén todas las anotacione­s que escribió en los márgenes de Overtaken By Events, pero sí como la “doblez y la tendencia irrefrenab­le hacia la mentira” de Martin, así como su irrespeto a las reglas del juego de la diplomacia, hicieron perder los viejos afectos de Bosch hacia él. La obra de Fernández cierra con un gran final que corona un diálogo sin pausas ni declives. Un libro de perfil didáctico, de pedagogía política, que nadie debería perderse.

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