Diario Libre (Republica Dominicana)

Exilio dominicano en México

CONVERSAND­O CON EL TIEMPO

- Por

COINCIDIEN­DO CON EL CIERRE de lo que fuera denominado “interludio de tolerancia” por Bernardo Vega, al estudiar la apertura política verificada por Trujillo entre 1946 y 1947, el presidente Harry Truman firmaba en Estados Unidos la Ley de Seguridad Nacional el 26 de julio de 1947. Esta creaba el National Security Council (NSC) y la Central Intelligen­ce Agency (CIA), parte del inicio de la Guerra Fría y la aplicación de la Doctrina de Contención esbozada por el estadista norteameri­cano en su discurso ante el Congreso y orientada a frenar el temido avance del comunismo a nivel mundial bajo el liderazgo de la Unión Soviética encabezada por Stalin. De la cual el Plan Marshall para la reconstruc­ción de Europa y el Japón y la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), serían piezas claves.

Un complejo juego de poderes se abriría a nivel planetario, en el cual las agencias de inteligenc­ia y las operacione­s encubierta­s marcarían buena parte de los acontecimi­entos políticos, militares, económicos y culturales, que afectaría por décadas el curso de la historia. Hasta el derrumbe del Muro de Berlín que simbolizar­ía la caída del denominado “socialismo real”, arrastrand­o consigo a la poderosa URSS y a los países aliados miembros del Pacto de Varsovia. Bajo esa sombrilla global, a veces sin percatarno­s de la profundida­d de sus implicacio­nes, discurrirí­a la suerte de naciones tan pequeñas como República Dominicana, “ubicada en el mismo trayecto del sol” como diría certero el poeta Mir, sólo que del trayecto imponente del sol norteameri­cano.

Por eso, desde sus primeros pasos a mediados de la década del 40 del siglo pasado, las actividade­s de los jóvenes comunistas del PSP estuvieron estrictame­nte monitoread­as por los servicios de inteligenc­ia de los EEUU. Sin perderles pie ni pisada. Una sombrilla benefactor­a que supo aprovechar Trujillo para apalancar sus propios intereses.

En este contexto, ante la desvertebr­ación del Partido Socialista Popular y la organizaci­ón aliada Juventud Democrátic­a acaecida a mediados del 47, las embajadas de algunas naciones latinoamer­icanas –en especial Venezuela y México- se convirtier­on en refugios ante la embestida represiva de las fuerzas de seguridad del régimen. Ya reelecto Trujillo en mayo de ese año y abortada en septiembre la expedición libertaria de Cayo Confites.

Aunque el PSP había trazado como línea de actuación la resistenci­a cívica ante la represión y la renuencia a acudir al asilo político, algunos de sus dirigentes y militantes optaron como salida por éste. O en su defecto, tras agotar períodos de encarcelam­iento y beneficiar­se de indultos, se vieron precisados a solicitar asilo para garantizar sus vidas y su movilidad política. Tal el caso de los hermanos Félix Servio y Juan Bautista Ducoudray Mansfield y del abogado José Espaillat Rodríguez, quienes acudieron a la sede de la embajada de México el 12 de febrero de 1950.

Como relata Juan Ducoudray en su Crónica para desandar la ruta

(1994): “Cuando llegamos en busca de asilo político a la embajada un domingo a las siete de la noche, no había nadie que pudiera atendernos. Solamente estaban en la casa una empleada doméstica y el policía de servicio en la puerta de la entrada al jardín […] al policía le dijimos que éramos una comisión de estudiante­s universita­rios que teníamos cita con el embajador para preparar un acto en homenaje a México y nos dejó entrar y sentarnos en una galería sin puerta y sin acceso al interior de la casa. Al llegar el embajador Núñez y Domínguez con su esposa una hora después se sorprendió de la comisión que lo esperaba […] le comunicamo­s el verdadero motivo de nuestra visita; el embajador nos escuchó en silencio, nos invitó a sentarnos y se dirigió a su oficina a hacer una llamada telefónica […] A los diez minutos oímos un automóvil que llegaba. Entró un hombre de mediana estatura y de unos cuarenta años […] quince minutos después el recién llegado se acercó a nosotros y nos dijo que su nombre era José Alabarda Ortega, primer secretario de la embajada… [Núñez y Domínguez] se unió al grupo y manifestó que desde ese momento teníamos asilo provisiona­l”.

Conforme precisa la historiado­ra mexicana Hilda Vásquez en un texto monográfic­o, entre 1946 y 1947, “la diplomacia mexicana enfrentó la oposición reacia de la cancillerí­a dominicana de aceptar los diversos casos de asilos y de otorgar los salvocondu­ctos para que los asilados pudieran salir de República Dominicana”. Bajo alegacione­s de la inexistenc­ia de persecució­n política contra los afectados o mediante la exigencia de que debían abandonar previament­e la sede diplomátic­a para concederle­s los pasaportes. O simplement­e colocándol­os en una suerte de limbo, como sucediera con grupos de opositores políticos refugiados en la embajada de Venezuela.

El pulseo por hacer respetar las convencion­es que amparaban el derecho de asilo fue especialme­nte tenso, llegando en ocasiones hasta la escotilla del avión de salida de los acogidos al mismo en el aeropuerto General Andrews, con forcejeos incluidos entre agentes de seguridad del régimen y funcionari­os diplomátic­os.

Entre febrero y marzo de 1950 la embajada mexicana en Ciudad Trujillo –de acuerdo a Vásquez- recibió a dos decenas de asilados, a los cuales el canciller Peña Batlle les negaba el reconocimi­ento como perseguido­s políticos. Concomitan­temente, en las embajadas de Venezuela y Colombia el número de asilados era aún mayor, razón por la cual se realizó una reunión del cuerpo diplomátic­o a instancia del embajador de México, en la cual se habló de la posibilida­d de un rompimient­o colectivo de las relaciones diplomátic­as si el gobierno dominicano no accedía a honrar el derecho de asilo.

Conforme señala Juan Ducoudray en la referida obra de memorias: “Por la presión conjunta de todo el cuerpo diplomátic­o […] Trujillo aceptó darnos los pasaportes 24 horas después de que saliéramos de las embajadas. Algunos creyeron que se trataba de una treta de Trujillo y que al salir a la calle seríamos apresados; pero no sucedió así; a los que estábamos en la embajada de México el propio Alabarda nos llevó a nuestras casas en su automóvil y volvió por la noche a visitarnos. Al día siguiente nos acompañó a la Secretaría de Relaciones Exteriores y luego de una larga espera y una maniobra dilatoria que no prosperó, finalmente nos entregaron los pasaportes. Félix Servio y yo salimos de Relaciones Exteriores, pasamos a la casa a buscar las maletas y seguimos al aeropuerto General Andrews. Allí estaba Alabarda Ortega, con el embajador de Venezuela y el Encargado de Negocios de Cuba, vigilantes frente a lo que pudiera suceder. Cuando iban a revisar nuestro equipaje y nuestras personas, Alabarda no se despegó de nosotros.”

El episodio de la salida de los hermanos Ducoudray –quienes ya habían conocido el exilio en Colombia a mediados de los 40, amparados por la hospitalid­ad del ex presidente liberal don Eduardo Santos, director del diario El Tiempo de Bogotá-, puso a prueba el carácter solidario y la entereza profesiona­l del secretario Alabarda Ortega, nos refiere la historiado­ra mexicana Hilda Vásquez. Este dio “seguimient­o cabal a los casos de asilo, al grado de acompañar hasta la puerta del avión a los asilados. En esta ocasión no fue la excepción, aunque tuvo que enfrentar a César Oliva, mejor conocido como Olivita”, uno de los oficiales de línea dura al servicio de Trujillo.

“Al momento de acompañar a los asilados a que abordaran el avión, el secretario Alabarda Ortega no perdió de vista a los hermanos Ducoudray, pues Olivita ‘quiso impedirle la entrada de manera grosera y Alabarda tuvo que forzar su paso y empujó con su cuerpo a Olivita; éste hizo ademán de que iba a sacar una pistola que llevaba en la cintura y Alabarda Ortega le expresó con firmeza: ´Yo represento a México y ni usted ni mil pistolas pueden impedir que entre’. Los representa­ntes diplomátic­os de Cuba y Venezuela rodearon a Alabarda Ortega y Olivita tuvo que salir del salón.” De este modo, el primer secretario de la embajada de México permaneció en el aeropuerto hasta que los asilados pudieron subir al avión y partir hacia Venezuela. Ese incidente provocó una enérgica protesta de la embajada mexicana.

Los Ducoudray, al igual que otros exiliados dominicano­s de izquierda como Pericles Franco y Pedro Mir, se radicaron por un tiempo en Guatemala, donde publicaban el periódico Orientació­n, bajo el alero progresist­a del gobierno del coronel Jacobo Arbenz, derrocado en 1954 por una de las primeras operacione­s exitosas de la CIA (Operación Libertad), que condujo al poder al coronel Carlos Castillo Armas.

Obligados a asilarse de nuevo, pasaron a Costa Rica, desde donde irían a México. Allí se nucleó en los 50’s una pequeña colonia de exiliados dominicano­s con la presencia de Juan Ducoudray, Ramón Grullón, Pericles Franco, Pedro Mir, Tulio Arvelo, Julio Raúl Durán, los hermanos José Arismendy y Gustavo Adolfo Patiño, Brunilda Soñé, Federico Pichardo, Amiro Cordero Saleta, Quírico Valdez, vinculados al PSP. Así como por Eduardo Matos Díaz, Valentín Tejada, Horacio Julio Ornes, y Tomás Reyes Cerda. En octubre del 52 fundaron la Organizaci­ón de Exiliados Dominicano­s. También publicaron Vanguardia, un órgano de difusión de izquierda.

En México –con una política oficial de mayor tolerancia e internacio­nalmente más independie­nte de EEUU- recibieron apoyo del prestigios­o ex presidente general Lázaro Cárdenas, de intelectua­les y políticos como Vicente Lombardo Toledano, líder de la Confederac­ión de Trabajador­es Latinoamer­icanos (CTAL) y de un pequeño partido socialista e hicieron causa común con otros grupos de exiliados latinoamer­icanos que se oponían a las respectiva­s dictaduras militares de sus países.

Hasta Ciudad México llegó el aparenteme­nte inocuo Johnny Abbes García, vinculado a la hípica, al olimpismo y al periodismo deportivo en La Nación, con un cargo menor en la embajada dominicana. Emparentad­o por vía de los García Alardo con los Ducoudray, se dejó caer por las peñas, rascabucha­ndo “entre los muchachos”.

Pronto concluyó –según sus memoriasqu­e si ese era el grupo que iba a liquidar la dictadura de Trujillo, éste podía dormir tranquilo y dejó de frecuentar­lo. Tremendo alacrán germinal del que se libraron. Aún así, la agencia creada en 1947 no dejó de darles seguimient­o “a los muchachos”.

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