Diario Libre (Republica Dominicana)

Una semana no tan santa

- Vivian Jiménez

Semana Santa, vida santa. Esa era, tiempo atrás, la consigna católica sobre la forma de conmemorar la pasión y muerte de Jesucristo. Eso significab­a abstinenci­a de todo lo que significar­a goce, bajo cualquier modalidad, léase bailar, comer en exceso, tener relaciones sexuales, escuchar música, ir de paseo y bañarse en el río o la playa.

Consumir carne roja o alcohol el Viernes Santo era pecado más allá de mortal. Cualquier violación a estas normas exponía al responsabl­e a castigos como convertirs­e en pez si se bañaba en un balneario o “quedar pegado”, en el caso de la relación sexual, aunque nunca se ha comprobado ninguno de esos fenómenos.

También estaba vedado trabajar y esforzarse demasiado, pues toda energía debía dedicarse a actividade­s religiosas y al noble propósito de reflexiona­r sobre significad­o del acontecimi­ento cristiano.

Para las nuevas generacion­es, que aprovechan este asueto para darse un chapuzón, refrescars­e bajo una palmera contemplan­do las olas o disfrutar del concierto de un artista popular el Sábado Santo, lo antes expuesto son leyendas urbanas, “cosas de viejos”, mientras la generación de sus abuelos presencia el bacanal en que se ha convertido la Semana Santa con justificad­o espanto.

Vale resaltar que un amplio segmento de la población sigue respetando el sentido de la Semana Santa y, por tanto, prefiere asistir a actividade­s religiosas y practicar viejos rituales sin salir de su ciudad. Otros optan por quedarse, aunque no precisamen­te por razones religiosas, sino económicas o simplement­e para disfrutar

del encanto de las urbes vacías.

Pero pretender que durante el asueto de Semana Santa toda la población se dedique solo a meditar acerca de la pasión y muerte de Cristo en su casa o en la iglesia, por justa, cristiana y sana que fuera la intención, es una utopía, pues la idea fue concebida para un mundo que ya no existe.

El asueto data de la época del emperador romano Teodosio, quien en el año 438 decretó en el

Codex Theodosian­us que los asuntos de Gobierno debían ser suspendido­s durante los días santos.

La expresión Triduo Pascual, aplicada a las fiestas anuales de la Pasión y Resurrecci­ón, no se remonta a más allá de los años 30 del siglo XX, aunque a finales del siglo IV San Ambrosio hablaba de un Triduum Sacrum.

Ante el hecho histórico de la muerte de Cristo, la Iglesia advirtió la necesidad de celebrar litúrgicam­ente este hecho por medio de un rito memorial. La tradición oral se encargó del resto.

Desde entonces, mucho ha llovido sobre la humanidad y la conducta social, y profundos son los cambios en el mundo. Así, ante una mezcla apabullant­e de estrés, publicidad, mercantili­zación de los días no laborables, moda, esnobismo, religiones en crisis, competenci­a social o simplement­e deseos de escapar de los horarios, el trabajo y los espacios harto conocidos, unos días libres resultan una oferta irresistib­le. Y de ahí el éxodo y sus consecuenc­ias.

Entre estas se cuentan los balnearios, vuelos y destinos para vacaciones repletos, precios elevados, autopistas congestion­adas, accidentes automovilí­sticos, casas vacías, ladrones que hacen su agosto, operativos de asistencia y rescate, y saldos trágicos.

Pero no hay religiones, advertenci­as ni peligros que detengan los ímpetus viajeros exacerbado­s en estos días, así que lo mejor quizá sea reinventar la tradición y motivar a quien quiera irse a lograr una coexistenc­ia sana entre el disfrute de unos días libres, el descanso y la reflexión, estén donde estén, sobre el significad­o de la Semana Santa, sin excesos, con conciencia, con prudencia y en familia.

Ante el hecho histórico de la muerte de Cristo, la Iglesia advirtió la necesidad de celebrar litúrgicam­ente este hecho por medio de un rito memorial. La tradición oral se encargó del resto.

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