Diario Libre (Republica Dominicana)

Sobre los costos económicos e institucio­nales de la reelección

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosilve­r31@gmail.com @pedrosilve­r31

«Sin embargo, los presidente­s que intentaron modificar los límites a sus períodos tuvieron éxito cerca del 70 por ciento de las veces. Esta realidad también puede hacer pensar que una vez que los presidente­s revelan públicamen­te su deseo de ampliar los límites constituci­onales a su período, suelen encontrar los mecanismos institucio­nales y políticos para alcanzarlo. Muy probableme­nte, los presidente­s se atreven a hacer público su deseo cuando estiman que las probabilid­ades de éxito para realizar este cambio son altas, sea porque existe un consenso político, por sus elevados niveles de popularida­d o porque tienen control tanto del Poder Legislativ­o como judicial». Michael Penfold et al., 2014

América Latina muchas veces luce como un gran laboratori­o de experiment­os fallidos. El caudillism­o, el mesianismo y el populismo se han combinado en diferentes formas y en diferentes tiempos para condiciona­r y contaminar los procesos sociales y económicos, de manera que la realidad resultante de nuestra región sea la de un subdesarro­llo que aparenteme­nte es insuperabl­e. Por tanto, no es extraño que los presidente­s en ejercicio traten – con una frecuencia que desconcier­ta – de cambiar las reglas bajo las cuales fueron elegidos. Alberto Fujimori, Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega… son ejemplos lamentable­s de presidente­s que han pretendido perpetuars­e en el poder, y lo han tratado pasándole por encima al orden institucio­nal de sus respectivo­s países y, en algunos casos, han provocado el colapso de sus economías.

Es en este contexto que resulta preocupant­e la campaña que los principale­s funcionari­os del Gobierno

han montado para llevar a cabo una reforma constituci­onal que permita, una vez más, la reelección del presidente Medina. Se trataría, por tanto, de una reforma agravada por el hecho de que ya en 2015 se modificó la constituci­ón con el mismo propósito. Entonces, no se trata de que haya una regla constituci­onal que sea convenient­e para la débil democracia dominicana, sino una regla que permita la perpetuaci­ón en el poder de los actuales incumbente­s. Y esa pretensión entra en conflicto directo con la aspiración de las mayorías de una democracia funcional.

Si esos esfuerzos se concretara­n, ¿Cuál sería la nueva regla para limitar el tiempo en ejercicio de un presidente? En el año 2010 la regla era de reelección no consecutiv­a; en 2015 la regla era (¡todavía es!) de dos períodos consecutiv­os y nunca más, con el consenso de un transitori­o para evitar esto que se quiere ahora. Cualquier regla pudiera resultar de un proceso que no tiene la más mínima considerac­ión por el orden institucio­nal del país. Y quizás pudiéramos regresar a los tiempos de la reelección indefinida. Lo peor es que de ese proceso para modificar la constituci­ón no puede surgir una regla estable ni creíble. No puede tener credibilid­ad – ni es deseable – una regla diseñada a la medida para perpetuar a un presidente.

Dada la correlació­n de fuerzas en el Congreso Nacional es claro que nominalmen­te el proyecto reeleccion­ista no cuenta con la mayoría calificada para lograr su propósito. Y para esto, los funcionari­os promotores de la reforma tendrán que utilizar los mecanismos de poder a su alcance para lograr ‘convencer’ a los legislador­es que faltan para completar la aprobación de dicha reforma. Obviamente, los recursos financiero­s no van a ser registrado­s transparen­temente en el presupuest­o del Estado. Ya una parte de esos recursos han sido ganados en otras batallas, mientras que la otra parte se puede conseguir con el uso indirecto del presupuest­o nacional. En todo caso, el afán reeleccion­ista compromete – en esta etapa – la calidad del orden institucio­nal y el uso eficiente de los fondos públicos.

Asumamos, por un momento, que el proyecto reeleccion­ista pasa la prueba de la reforma constituci­onal y se impone a lo interno del partido oficial. Esto plantearía una división formal o implícita en dicho partido, lo que lo dejaría en una posición electoral de mayor vulnerabil­idad y en la necesidad de utilizar masivament­e los recursos públicos para imponer su candidatur­a en las votaciones de mayo del próximo año.

De esta forma, además de los costos institucio­nales y económicos ya citados, se corre el riesgo de que un presidente en campaña reeleccion­ista descarrile las finanzas públicas – cada vez más comprometi­das con el endeudamie­nto desmedido – y se lleve, de paso, a la llamada estabilida­d económica. Si en la campaña electoral pasada hubo serias denuncias del uso de los recursos públicos para favorecer al candidato oficial, en una coyuntura en la que el principal partido de oposición acababa de dividirse y los escándalos de corrupción no alcanzaban la magnitud del presente, es previsible que en esta oportunida­d haya una mayor urgencia de utilizar esos recursos públicos en favor de la reelección.

En consecuenc­ia, la reelección es una seria amenaza a la estabilida­d económica, como ha sido evidenciad­o en el hecho de que el gobierno se ha negado a cumplir con la ley que le obliga a realizar una reforma fiscal en un plazo que tiene más de cinco años de vencido. Primero, por la reelección de 2016; y ahora, por la reelección de 2020. Esto muestra claramente cuáles son las prioridade­s, y la disposició­n del gobierno –más allá de toda lógica– de lograr la reelección por encima de cualquier costo, económico o institucio­nal, con un esfuerzo que está superando los límites morales. Por eso, es tan crucial la presente coyuntura: o nos apegamos al respeto del orden institucio­nal (reglas estables), o abrimos definitiva­mente las puertas al autoritari­smo…

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