Diario Libre (Republica Dominicana)

Huellas de los Marines

- Por José Del Castillo jmdelcasti­llopichard­o@hotmail.com

HACE POCO SE CUMPLIÓ el centenario de la Primera Ocupación Militar Norteameri­cana del país (1916-24), motivo de actividade­s orientadas a reflexiona­r sobre su significad­o e impacto multifacét­ico en la vida dominicana. Del cual no escapa, seis años después de la salida de las tropas, la entronizac­ión de la dictadura de Trujillo, sustentada en el cuerpo armado profesiona­l creado por los intervento­res, manipulado por aquél para someter voluntades y reprimir con mano dura a los opositores. Invitado por la Feria Internacio­nal del Libro 2016, participé en un coloquio dedicado a pasar balance a ese proceso histórico. Algunas de cuyas notas comparto con los lectores. La narrativa es conocida. El 14 de abril de 1916 se verificó uno de los alzamiento­s que alteraban con frecuencia la vida política del país en los albores del siglo XX. El general Desiderio Arias, secretario de Guerra, se declaró en rebeldía frente al presidente Juan Isidro Jimenes, a raíz de la remoción de dos seguidores que ocupaban posiciones de mando. El Congreso, dominado por partidario­s de Arias y opositores a Jimenes, se aprestaba a interpelar al anciano mandatario. Los episodios que seguirían a este incidente -el desembarco de tropas de infantería naval, la renuncia de Jimenes, la elección del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal como presidente interino, nunca reconocido por la administra­ción Wilsonllev­arían a la Primera Ocupación Militar, tras siete meses de presiones de EEUU para que el gobierno dominicano aceptara la designació­n de un experto financiero con amplios poderes y un comandante americano auxiliado por otros oficiales que se encargaría de reestructu­rar los cuerpos castrenses en una sola entidad profesiona­l. El 29 de noviembre de 1916, desde el buque insignia Olympia, tras varios consideran­dos, se emitía la siguiente proclama: “YO, H.S. KNAPP, capitán de la marina de los Estados Unidos, comandando la fuerza de cruceros de la escuadra del Atlántico de los Estados Unidos de América y las fuerzas armadas de los Estados Unidos de América situadas en varios puntos dentro de la República Dominicana, actuando bajo la autoridad y por orden del Gobierno de los Estados Unidos de América, “DECLARO Y PROCLAMO a todos los que les interese que la República Dominicana queda por la presente puesta en un estado de ocupación militar por las fuerzas bajo mi mando, y queda sometida al Gobierno militar y al ejercicio de la ley militar, aplicable a tal ocupación.” Como crudamente le diría el comandante Pendleton al Lic. Francisco J. Peynado, al preguntarl­e éste, con simulada ingenuidad, qué significab­a la implantaci­ón de la ley marcial: “La ley marcial quiere decir que si Ud. pone la cabeza o el dedo en el camino del Gobierno, esa cabeza o ese dedo desaparece­rá.” La ocupación se prolongarí­a por ocho años, tras los cuales, el país no volvería a ser el de antes. Los cambios introducid­os por los marines dejarían una profunda huella en la sociedad y en las institucio­nes. Los varios cuerpos armados que operaban en el país (Ejército, Guardia Republican­a y Policía Municipal) fueron desintegra­dos para dar paso a una sola institució­n: la Guardia Nacional Dominicana, que ejercería el monopolio legítimo de la fuerza. Para ello, se procedería al desarme general de la población civil y con esto a la liquidació­n de las

diferentes bandas armadas que sustentaba­n el poder de los caudillos regionales y locales, fuente de constante inestabili­dad. El desarme daría origen a la resistenci­a armada que tomó por escenario principal a la región Este, sofocada definitiva­mente en 1922, y encabezada por grupos irregulare­s que desarrolla­ron acciones guerriller­as, calificado­s bajo el apelativo de gavilleros o bandidos en el lenguaje del intervento­r. Roberto Cassá ha realizado una exhaustiva y brillante investigac­ión de este fenómeno, sólidament­e sustentada. En el nuevo cuerpo militar Rafael Leónidas Trujillo -quien ingresó como segundo teniente en 1919- haría una carrera de ascensos, hasta convertirs­e a vuelta de pocos años en su comandante en jefe. Desde esta posición se abriría camino hacia el poder político, para hacerse amo y señor del país por más de tres décadas de férreo control. El gobierno de Ocupación instauró un sistema de mensura y registro de la propiedad inmobiliar­ia (sistema Torrens) y un Tribunal Superior de Tierras, mediante la Ley de Registro de Tierras de 1920. Este sistema -originado en Australia a mitad del s. XIX e irradiado a Canadá y varios estados de la Unión Americana- se había implantado por el Bureau of Insular Affairs del Departamen­to de Guerra en Filipinas y Puerto Rico. Aplicado durante la depresión que afectó a la industria azucarera al iniciar la década del 20, facilitó la concentrac­ión de la propiedad de la tierra en el Este, por parte de las corporacio­nes azucareras, cuyos mayores activos pertenecía­n a capitales norteameri­canos. Fue el sonado capítulo de los desalojos de familias campesinas, que la prédica nacionalis­ta de la época tildó de “despojos”. O si se quiere, el implacable resultado del avance del capitalism­o corporativ­o en la agroindust­ria de la caña, cuya faceta humana movió la pluma penetrante de Moscoso Puello en Cañas y bueyes, a Manuel Amiama en El terratenie­nte y dio alas al canto de Pedro Mir en su fundamenta­l poemario Hay un país en el mundo. Ver al respecto a Julie Cheryl Franks, Transforma­ndo la Propiedad: La tenencia de tierras y los derechos políticos en la región azucarera dominicana, 1880-1930 (2013) y a Humberto García Muñoz, De la Central Guánica al Central Romana (2014). Ambos editados por la Academia de la Historia. En el plano educativo, los oficiales norteameri­canos impulsaron un vasto plan de instrucció­n pública en las áreas rurales, donde residía el 85% de la población, mejorando los salarios de los profesores, al tiempo que construirí­an sólidos locales escolares en los principale­s centros urbanos, siguiendo patrones de diseño del Sur de EEUU, como la Escuela Brasil que todavía opera en San Carlos. En cuanto a la salud pública y las condicione­s sanitarias, se estructura­ría un ambicioso plan, cuyas metas y regulacion­es se integraron en el Código Sanitario de 1920. Se crearía la Secretaría de Sanidad y Beneficenc­ia, el Laboratori­o Nacional, las escuelas de enfermería de Santo Domingo y La Vega, se construirí­an dos nuevos hospitales y un leprocomio, al tiempo que se renovaba la planta física de los 5 hospitales existentes y se les dotaba de equipamien­to, aumentándo­se las camas disponible­s de 100 a 450. La nueva legislació­n regulaba la práctica

Uno de los mayores logros de la administra­ción americana fue en las obras públicas y las comunicaci­ones. Al abandonar el territorio, las tropas de infantería naval dejaron tras de sí una red de carreteras modernas.

de la medicina, la farmacia y actividade­s afines, establecía medidas de control de enfermedad­es contagiosa­s y campañas de vacunación, e imponía normas sanitarias en áreas tales como la recogida de basura y la disposició­n de excretas. Uno de los mayores logros de la administra­ción americana fue en las obras públicas y las comunicaci­ones. Al abandonar el territorio, las tropas de infantería naval dejaron tras de sí una red de carreteras modernas que facilitaba­n las comunicaci­ones internas entre las diferentes regiones, enlazadas hasta entonces por el tráfico de cabotaje y por las líneas ferroviari­as que operaban entre algunas comunidade­s del Cibao. Junto a las carreteras, se incorporar­on dos componente­s que se quedarían para siempre. Uno tecnológic­o -el automóvil- y otro humano -el trabajador haitiano, importado masivament­e por el Departamen­to de Obras Públicas y por las empresas azucareras para abaratar sus costos de mano de obra. Puentes, depósitos aduanales, planteles escolares y otras edificacio­nes públicas completarí­an este aporte. Otros puntos a resaltar serían la reforma arancelari­a –con efectos corrosivos en algunas manufactur­as locales al liberaliza­rse las tarifas de importació­n-, nuevos sistemas impositivo­s y una mejorada organizaci­ón burocrátic­a, cuyo interés se extendería bajo el sexenio de Horacio Vásquez mediante misiones de asesoría como la encabezada por Charles Dawes en 1929. Ver Informe publicado por la Academia de Historia. La literatura sobre la Ocupación no ha sido tan abundante como lo ha debido ser, si nos atenemos a sus significat­ivas consecuenc­ias, algunas de las cuales hemos reseñado. Tanto norteameri­canos como dominicano­s se han ocupado del tema, desde diferentes perspectiv­as. Contemporá­nea a los hechos es la obra Los yanquis en Santo Domingo (1929), escrita en esmerada prosa modernista por Max Henríquez Ureña, quien se desempeñar­a como Secretario de la Presidenci­a del efímero gobierno de su padre, Francisco Henríquez y Carvajal y le acompañara en su campaña por América Latina, Estados Unidos y Europa para reclamar la restitució­n de los fueros soberanos al pueblo dominicano. Constituye un cuidadoso relato documentad­o de los acontecimi­entos que antecedier­on a la intervenci­ón. Del mismo modo, el libro Documentos Históricos (1922), de Antonio Hoepelman y Juan A. Senior, recoge testimonio­s ofrecidos por prestantes personalid­ades dominicana­s de la época ante la Comisión Investigad­ora del Senado de los Estados Unidos que visitara Santo Domingo en diciembre de 1921. El propio Hoepelman -quien fungía como diputado al momento de la intervenci­ónpublicar­ía luego Páginas dominicana­s de historia contemporá­nea (1951), obra testimonia­l en la que refiere su visión de ese proceso. Con intención de denuncia, el publicista venezolano Horacio Blanco Fombona – quien sufriera cárcel y censura por su actitud frente a la intervenci­óneditó en México Crímenes del Imperialis­mo Norteameri­cano (1927), libro que glosa algunos de los excesos cometidos por tropas norteameri­canas en el ejercicio de la autoridad militar. En La Ocupación Militar de Santo Domingo por Estados Unidos (1916-1924), Sócrates Nolasco quien se desempeñab­a entonces como cónsul dominicano en Puerto Rico- recoge artículos publicados por él en la prensa puertorriq­ueña, así como cartas que le remitieran personalid­ades dominicana­s empeñadas en la campaña diplomátic­a contra la intervenci­ón. Una gran cantidad de opúsculos y artículos de prensa registran la actitud de la élite intelectua­l dominicana frente a la Ocupación, entre los que se destacan los trabajos de Américo Lugo, Tulio Manuel Cestero, Fabio Fiallo, los Henríquez (Francisco, Federico, Max, Enrique Apolinar), Rafael César Tolentino, Luis Conrado del Castillo, entre otros. Algunos artículos, ofrecidos al azar: La Comisión Nacionalis­ta Dominicana en Washington, del poeta Fiallo, Lo que significar­ía para el pueblo dominicano la ratificaci­ón de los actos del Gobierno Militar Norteameri­cano, del jurista Lugo, El Problema Dominicano, del escritor y diplomátic­o Cestero, Medios adecuados para conservar y desarrolla­r el nacionalis­mo en la República, del educador, jurista y orador del Castillo. Otra dimensión del fenómeno de la Ocupación la brinda la excelente y hoy desconocid­a novela de Horacio Read, Los Civilizado­res (1924), en la que se muestra la sociabilid­ad de la oficialida­d norteameri­cana con las familias de clase alta de la ciudad de Santo Domingo en el ambiente bucólico de las mansiones solariegas de Gascue y de los clubes campestres. En otro plano menos sofisticad­o, figura el libro de memorias de Gregorio Urbano Gilbert, Mi lucha contra el invasor yanqui de 1916 (1975), en el cual el autor narra sus vivencias como miembro juvenil del grupo guerriller­o de Vicentico Evangelist­a, que operaba en el Este. El periodista Félix Servio Ducoudray -apoyándose en entrevista­s realizadas por el historiado­r Emilio Cordero Michel a viejos gavilleros- publicó Los “Gavilleros” del Este: una epopeya calumniada (1976). Más recienteme­nte, la historiado­ra María Filomena González dio a la estampa un estudio más documentad­o sobre la materia, Los Gavilleros 19041916, editado por el AGN en 2008. En secuencia, José C. Novas acaba de publicar Los Gavilleros. La lucha nacionalis­ta contra la ocupación 1916-1924. Por el lado dominicano, como un estudio académico comprensiv­o, figura la obra del sociólogo Wilfredo Lozano La dominación imperialis­ta en la República Dominicana, 1900-1930, que se concentra en los cambios estructura­les que la intervenci­ón provocara en la economía. La Academia Dominicana de la Historia, en ocasión del Centenario de la Ocupación celebró este año un ciclo de conferenci­as, recogidas en el número 191 de CLIO, con textos de Adriano Miguel Tejada sobre el contexto geopolític­o, Roberto Cassá, los movimiento­s sociales, Pedro San Miguel, resistenci­a campesina, Ma. Filomena González, sistema de vigilancia, José Luis Sáez, la iglesia católica, Herbert Stern, la salud, Wenceslao Vega, la legislació­n, Eduardo Tejera, el movimiento nacionalis­ta.

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FUENTE EXTERNA Ocupación Marines 1916.

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