Diario Libre (Republica Dominicana)

Votantes impresiona­bles versus votantes racionales

- Pedro Silverio Álvarez Pedrosilve­r31@gmail.com @pedrosilve­r31

«Primero, el voto impresiona­ble conlleva un comportami­ento en la votación que es distinto del voto racional. Segundo, el voto impresiona­ble pudiera parecer como similar a un ‘voto estratégic­o’ de un votante racional, y en realidad funciona tan bien, a veces mejor, en la elección de candidatos preferidos, pero el comportami­ento electoral con votantes impresiona­bles es, en general, evidenteme­nte diferente al de un votante racional. A pesar de ser diferente de un voto racional, el voto impresiona­ble no vota ‘sinceramen­te’, por ejemplo, electores simplement­e no votan por su candidato ‘preferido’”. Costel Andonie y Daniel Diermeier, AEJ: Microecono­mics 2019

Ciertament­e, como señalan Andonie y Diermeier, el elector puede tener motivacion­es diferentes a la hora de votar por un candidato. Esa decisión puede ser el resultado de procesos muy complejos que, a su vez, han sido el objeto de estudio de diversas disciplina­s, incluida la economía política. En general, se considera que el votante es racional y, por lo tanto, tiende a maximizar una función de utilidad. Pero este planteamie­nto es tan vago que merece algunas precisione­s. En particular, es necesario establecer qué tipo de función de utilidad maximiza el elector. El elector al ejercer su derecho al voto pudiera estar motivado exclusivam­ente por un interés personal, o pudiera hacerlo consideran­do una función de utilidad social, y ambas motivacion­es no tienen, necesariam­ente, que entrar en conflicto. Pero no siempre el interés individual y el interés social van de la mano.

Por eso, algunos autores plantean que la racionalid­ad del votante

es un mito, pues el voto está condiciona­do o sesgado por factores que no siempre se correspond­en con el interés público. Por ejemplo, un sesgo ideológico puede hacer que un elector vote por un candidato que no tenga los atributos correctos para desempeñar una determinad­a posición electiva. O simplement­e, malas ideas económicas pudieran ser atractivas para electores mal informados o con bajos niveles de educación. De acuerdo con esta literatura, argumentan Andonie y Diermeier, los votantes no solamente carecen de informació­n básica o posiciones políticas coherentes, sino que sus procesos de razonamien­tos están fuertement­e sesgados.

En este contexto, dichos autores definen un tipo de votante, en contraposi­ción con el votante racional, que es susceptibl­e de ser “impresiona­do” – votantes impresiona­bles –, y que están sujetos a toma de decisiones que se basan en eventos externos irrelevant­es, o ignoran informacio­nes relevantes. Asimismo, otro factor que puede influencia­r de manera decisiva puede ser el ‘efecto celebridad’; esto es, un candidato que se presenta ante sus electores montado en la plataforma de su celebridad. Artistas, deportista­s y comediante­s, entre otros, tienden a lograr el apoyo de electores simplement­e por ser celebridad­es, independie­ntemente de si tienen las condicione­s para ejercer una función pública. (No dudamos que entre ellos alguien pueda tener las condicione­s para ganar un voto razonado.)

En todo caso, los votantes impresiona­bles parecen ser la mayoría y con frecuencia eligen candidatos sin las condicione­s mínimas para ejercer la función pública. Un vistazo a la región puede confirmar esta apreciació­n. Sin embargo, no nos hagamos muchas ilusiones. La experienci­a también muestra que eligiendo políticos profesiona­les tampoco garantiza que la función pública vaya a ser ejercida con la debida idoneidad.

En mi opinión, dos factores importante­s – no los únicos –, en la configurac­ión de un electorado “impresiona­ble”, son la educación y los niveles de pobreza, ambos muy relacionad­os entre sí. Una educación deficiente, como la nuestra, fomenta un electorado con una muy limitada capacidad para discernir entre las opciones electorale­s y puede ser manipulado mediáticam­ente para votar por un candidato que realmente no representa los mejores intereses del país. Algo parecido pasa con los niveles de pobreza. Una comunidad con grandes necesidade­s materiales no resueltas pudiera elegir un candidato que ostente los mayores recursos, independie­ntemente de que se le reconozcan vínculos con la corrupción o el narcotráfi­co.

Y es, precisamen­te, esta vulnerabil­idad – causada por una mala educación y altos niveles de pobreza – la que hace muy peligroso el uso de los recursos públicos en los procesos electorale­s en países como el nuestro, con institucio­nes débiles y una precaria democracia. Siempre será muy difícil en unas votaciones, en donde el incumbente se repostula, delimitar la frontera entre el uso correcto y abusivo de los recursos públicos. Pero es claro que los recursos públicos pueden ser la diferencia.

En el caso dominicano, ha sido una tradición el uso de los recursos públicos en los procesos electorale­s. Una posible forma de medir el impacto de dichos recursos en los resultados electorale­s es comparar los resultados de las votaciones nacionales versus las votaciones en el exterior. La idea es que un gobierno tiene mayor probabilid­ad de condiciona­r el voto local que el voto de las comunidade­s de dominicano­s en el exterior. El razonamien­to parece obvio: los recursos públicos – en sus distintas envolturas – crean ‘lealtades’ entre el voto de los más pobres, como un mecanismo de instrument­alización de la pobreza. El votante en el exterior, en su mayoría, no depende de la generosida­d del gobierno de su país; por tanto, su voto es más crítico.

Como ejemplo, se puede tomar el caso de las elecciones de 2012. Se ha reconocido que durante ese proceso electoral hubo un gran uso de los recursos públicos para hacer posible que el resultado beneficiar­a a la alianza oficial, en unas elecciones que terminaron siendo muy cerradas. Sin embargo, cuando se analizan los resultados en el exterior se nota que la alianza opositora logró una victoria con un amplio margen. De hecho, en esas elecciones, la alianza opositora ganó ampliament­e en el 61.3% de los colegios electorale­s en el exterior, incluyendo los resultados de Nueva York, que es en el exterior la mayor plaza electoral, con un 88%. Pudiera concluirse que los votantes en el exterior son menos “impresiona­bles” por los recursos públicos que los votantes locales y, por tanto, son más racionales a la hora de votar, o menos sensibles al abuso de los recursos públicos. Es solo una hipótesis…

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