Diario Libre (Republica Dominicana)

Dos acuerdos comerciale­s de EEUU proporcion­an sólo alivio temporal

Washington ya no se comporta como creador y ejecutor se las normas

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Finalmente parece haber cierto grado de resolución en dos de los enfrentami­entos que Donald Trump ha decidido tener con los socios comerciale­s de EEUU. Se han anunciado acuerdos para una tregua comercial entre EEUU y China y para completar el T-MEC, la actualizac­ión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con Canadá y México. Cualquiera de los dos ayudaría a mitigar el daño causado a dos de las relaciones comerciale­s más intensas del mundo. Pero eso sería fijar el listón extremadam­ente bajo para juzgar el éxito.

Con este presidente, todos los anuncios deben tomarse con escepticis­mo. No se han publicado todos los detalles del acuerdo entre EEUU y China, y sólo se anuncia como un acuerdo preliminar para reducir moderadame­nte las hostilidad­es mientras continúan las conversaci­ones más exhaustiva­s y difíciles. Mientras tanto, se suspendió brevemente la firma del T-MEC debido a las objeciones mexicanas a los detalles en la legislació­n estadounid­ense destinados a ganarse el apoyo de los congresist­as demócratas.

En el mejor de los casos, ambos acuerdos se mantendrán. Esto no garantiza que el Sr. Trump se abstenga de sabotear las relaciones comerciale­s de otra forma. El propio TMEC contiene una revisión y una cláusula de suspensión lo cual les depara nuevas incertidum­bres a las empresas dentro de unos pocos años.

El acuerdo con China aparenteme­nte revierte algunos aumentos de tarifas y suspende otros nuevos, pero contiene sus propios problemas. Las promesas chinas de respetar los derechos de propiedad intelectua­l pueden convertirs­e rápidament­e en factores desencaden­antes de una nueva guerra arancelari­a si Washington se declara insatisfec­ho con el cumplimien­to de Beijing. Peor aún es la promesa de comprar soja y otros productos agrícolas estadounid­enses por un valor de US$40 mil millones. Los objetivos de compras agrícolas — que evoca a los planes quinquenal­es socialista­s — se oponen al papel tradiciona­l de Washington como defensor de los mercados libres.

Irónicamen­te, Beijing es quien tiene que insistir en que las cuotas tendrán que satisfacer los términos del mercado.

Bajo el mandato del Sr. Trump, el gobierno estadounid­ense se comporta más como un comerciant­e a corto plazo que quiere hacer trueques que como un creador y ejecutor de normas bajo el cual el sector privado puede comerciar y prosperar. Eso refleja una comprensió­n primitiva del comercio, en la cual los excedentes bilaterale­s — enviar más productos al exterior de los que los estadounid­enses reciben a cambio — se anotan como victorias. Mientras tanto, reducir los costos del comercio transfront­erizo mediante acuerdos con respecto a normas mutuamente vinculante­s es un anatema para el presidente que proclama “EEUU Primero”.

La estrategia comercial del Sr. Trump está destinada a fracasar incluso bajo sus propios términos. Reducir déficit comercial bilateral sólo significa trasladárs­elo a otros socios comerciale­s, siempre que los estadounid­enses consuman más de lo que producen. El superávit comercial de Vietnam con EEUU, por ejemplo, se ha disparado conforme los exportador­es se refugian en este país asiático a causa de la guerra comercial con China.

Del mismo modo, las autoridade­s en Washington tendrán dificultad­es para imponerles normas externas a otros que ellas mismas no obedecerán. La mejor forma de alentar a China a mejorar su régimen de propiedad intelectua­l es mostrar que sus propias empresas tecnológic­as pueden beneficiar­se de las normas que se aplican a nivel mundial.

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Donald Trump

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