Diario Libre (Republica Dominicana)
Recuentos y augurios
Los augurios son más interesantes y más divertidos. A todos nos fascina hacer predicciones, aunque por prudencia algunas no las revelemos
En esta época del año, acercándonos a su final, es usual encontrar en los medios de prensa reportajes acerca de lo que sucedió en los últimos doce meses y de lo que probablemente ocurrirá en el 2020. Pasa así no sólo aquí, sino en prácticamente todo el mundo, como si se tratase de un ritual prescrito por alguna ley o mandato insoslayable.
Los recuentos de lo sucedido no suelen ser especialmente útiles. Después de todo, no ha transcurrido tanto tiempo desde que los hechos tuvieron lugar como para que nos hayamos olvidado de ellos. Ni tampoco disponemos de la posibilidad de interpretar lo que ocurrió a la luz de eventos posteriores. Carecen, por lo tanto, de las virtudes de los documentales gráficos que presentan y analizan acontecimientos de un pasado más remoto.
Los augurios son más interesantes y bastante más divertidos. A todos nos fascina hacer predicciones, aunque por prudencia puede ser que algunas no las revelemos. Aun así, nos topamos con numerosos vaticinios, en su mayoría mesurados, pero también estrafalarios y apocalípticos. No es sorprendente que esos últimos atraigan la mayor atención, sobre todo si pronostican desastres o cataclismos.
Es evidente que la credibilidad que otorgamos a los augurios depende de quién los haga. No sucederá sin duda, pero si el gobernador del Banco Central predijese que en el 2020 habrá una gran devaluación del peso, o si Pepín Corripio dijera que será un año terrible y que la economía declinará hasta caer en recesión, el impacto de sus visiones del futuro sería muchísimo mayor que si otras personas hubieran dicho lo mismo. Esto así pues se les atribuye saber lo que está pasando y, además, el poder de influir para que sus predicciones se hagan realidad. Los vaticinios de los políticos, en cambio, no conllevan una credibilidad similar, pues se les supone una intención particular de utilizarlos para sus propios fines, sea presentando plácidos escenarios o alarmantes panoramas.