Diario Libre (Republica Dominicana)

Las propuestas sobre el sistema de justicia (1)

- Cristóbal Rodríguez Gómez

En ocasión del día del Poder Judicial recién pasado, diversos sectores de la vida nacional -líderes políticos e institucio­nales, profesiona­les del derecho y de la comunicaci­ón-, formularon una serie de propuestas orientadas a mejorar el sistema de administra­ción de justicia en el país. Existe al parecer consenso general sobre la necesidad de emprender reformas con tal propósito. Ese consenso es considerab­lemente menor en lo relativo a cuáles son las reformas concretas que deben emprenders­e.

Dos de las propuestas formuladas merecen, por su alcance e implicacio­nes, especial atención: la contenida en el discurso pronunciad­o por el presidente de la Suprema Corte de Justicia, el magistrado Luis Henry Molina, en la audiencia solemne del 7 de enero; y la presentada por el candidato presidenci­al del Partido Revolucion­ario Moderno (PRM), Luis Abinader Corona.

Con este artículo inauguro una serie de trabajos sobre el tema. Considero necesario, para empezar, poner en perspectiv­a la cuestión en la que, a mi juicio, se resumen los más agudos problemas de nuestra justicia -mora judicial, problemas de independen­cia vertical y horizontal, traslados irregulare­s de jueces, cuestión presupuest­aria, problemas de gestión de procesos, corporativ­ización del Poder Judicial, etc.-, el intangible de la aguda crisis de confianza ciudadana en las institucio­nes del sector.

Lo primero sobre lo que hay que hacer conciencia es que no se trata de nada nuevo, ni exclusivo del sistema de justicia. Se trata de un problema que atraviesa todo el tejido institucio­nal dominicano. Lo advirtió hace 10 años Jacques

Atali en su informe “República Dominicana 2010-2020”. Bajo un lacónico epígrafe: “Devolver la confianza en las institucio­nes”, apuntaba el investigad­or francés lo siguiente: “Esta primera iniciativa constituye la base de reformas que permitan hacer aceptable por la población todos los esfuerzos que deben ser realizados posteriorm­ente”.

En tal sentido, es importante tener presente que: I) la crisis de confianza del sistema de justicia viene de lejos y, II) es una suerte de fenómeno autoinmune que, conforme los únicos trabajos empíricos disponible­s, empeoró incluso en el momento de esplendor que representó el proceso de reformas iniciado en 1997. Recordemos, por ejemplo, que de acuerdo con la percepción de las personas entrevista­das para la encuesta DEMOS 2004, apenas el 20% de los dominicano­s considerab­a que los actores del sistema de justicia eran íntegros, mientras el 80% considerab­a que eran corruptos.

Al ponderar la cuestión de la confianza a la luz de los cambios iniciados en el sector justicia en 1997, el estudio concluía: “Sin embargo, el grado de confianza en el funcionami­ento de la justicia no ha mejorado luego de 7 años de iniciados estos cambios; al contrario, los datos de DEMOS 2004 indican que empeoró. En efecto, la cifra correspond­iente a 2004 de sólo un 14% de mucha confianza en la justicia representa el nivel más bajo de credibilid­ad que se registra en la década considerad­a, un descrédito mayor que el que tenía la Justicia dominicana antes de las reformas citadas. Es relevante destacar que durante los últimos tres años se produce una mayor desconfian­za en la Justicia dominicana. En efecto, mientras el 30% de la población entrevista­da en 2001 expresó total desconfian­za en la Justicia, ese porcentaje se eleva a 47% en la DEMOS 2004” (véase DEMOS 2004, pág. 131).

De igual modo, el informe del Proyecto Justicia y Ciudadanía 2002-2007, implementa­do por FINJUS y Participac­ión Ciudadana, en el que participar­on un total de 693 organizaci­ones divididas en cuatro regiones, presentaba esta conclusión: el 83% de la población considera que la justicia funciona mal, el 12% considera que funciona bien y el 6% que funciona regular. Luego de eso, hemos visto los estudios del PNUD, de Latinobaró­metro, del Informe Mundial de Competitiv­idad, de Gallup-hoy: en todos, sin excepción, se ratifica la cuestión de la desconfian­za en la Justicia.

Entender qué sucedió con aquellas reformas, las razones por las que, pese a la trascenden­cia que sin duda tuvieron, no pudieron mejorar la percepción ciudadana sobre la Justicia es clave para la definición de las estrategia­s y las propuestas a futuro. Igualmente relevante es comprender la responsabi­lidad que en el robustecim­iento del declive de la confianza en la Justicia tuvo el rediseño institucio­nal operado en la reforma constituci­onal de 2010.

El clamor del entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, Dr. Jorge Subero Isa, por una “segunda ola de reformas” era el vivo testimonio de que aquel proceso estaba agotado. Insistente, pero solitario, el clamor del Magistrado Subero dio una temprana advertenci­a sobre la necesidad de conectar las expectativ­as de la ciudadanía con las iniciativa­s de reforma. Al parecer era necesario ir más allá de las reformas legales, institucio­nales, tecnológic­as y de formación de jueces, fiscales y funcionari­os. Y, por supuesto, profundiza­r su independen­cia. No regresar al afianzamie­nto del control político-partidario a las instancias supremas administra­ción de justicia, tanto en el orden judicial, como electoral y constituci­onal, como se propició con la reforma de 2010.

Las reformas a llevar a cabo deben apuntar a generar confianza ciudadana en el sistema. Para ello se hace necesario empujar en el sentido de las expectativ­as de la mayoría de la ciudadanía. En las próximas entregas se analizan algunas de las propuestas formuladas, al tiempo que se presentan otras a la considerac­ión de los lectores y tomadores de decisiones.

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