Diario Libre (Republica Dominicana)

Monseñor Agripino: La relevancia de la mediación

- Nelson Espinal Báez

Hay tres aproximaci­ones arraigadas, pero falsas, sobre el conflicto:

• El conflicto siempre es negativo.

• En todo conflicto hay un ganador y un perdedor.

• Sólo hay una manera de manejar los conflictos (y yo sé cuál es).

Somos herederos de una cultura belicosa. La idea del conflicto como “duelo a muerte” y del mercado como un campo de batalla está hondamente arraigada en nuestro lenguaje, en nuestras conversaci­ones, en nuestros comportami­entos, en nuestras decisiones estratégic­as. Somos una sociedad que tiende a una gestión intolerant­e del conflicto.

Como afirma la profesora Deborah Tannen de la Universida­d de Georgetown: “Vivimos inmersos en una cultura de la polémica… que ha fomentado la idea de que la confrontac­ión es un método eficaz para resolver todo conflicto.”

El conflicto es una de las tantas formas que tienen los grupos y las organizaci­ones para interactua­r. Traen consigo energías de transforma­ción social, política y económica. Lo negativo en sí mismo es la violencia. Esta representa el fracaso del manejo constructi­vo de los conflictos (Galtung).

Por ello, las nuevas aproximaci­ones para el conflicto son:

1. Ver el conflicto como una oportunida­d de articulaci­ón social (política, económica, empresaria­l).

2. Los conflictos pueden terminar, en forma exitosa, con resultados distintos de suma cero, es decir con resultados de ganancia mutua, que incluyan beneficios para los terceros.

3. Hay múltiples maneras de abordar los conflictos (negociació­n, diálogo democrátic­o u otros procesos dialógicos, mediación, construcci­ón de consenso, comunicaci­ón apreciativ­a, “verdad, perdón y reconcilia­ción”, estrategia­s colaborati­vas y un largo etcétera). La mediación de conflictos públicos tiene en nuestro país un gran padrino, Monseñor Agripino Nuñez Collado. A partir del 1979 empezó a tejer los hilos de la concertaci­ón pública con maestría. Incomprend­ido muchas veces, ayudó a nuestras élites sindicales, empresaria­les y políticas a construir consensos de gran importanci­a. A su lado, hemos aprendido y contribuid­o con muchas de sus iniciativa­s.

Hoy, a sus 87 años, empieza a compartir sus memorias, “Ahora que puedo contarlo… Memorias I” y es mucho y muy interesant­e lo que puede contar.

A partir del 1966, la República Dominicana vivió retos extraordin­arios para fortalecer su sistema democrátic­o. Habíamos salido de la tiranía de Trujillo y no sabíamos manejar nuestras diferencia­s, salvo con la imposición. Tampoco conocíamos las caracterís­ticas ni capacidade­s de los conflictos públicos los cuales viven en esa trama relacional, en esas interpreta­ciones y opiniones públicas o publicadas; se regodean en las conversaci­ones de café, en los relatos de terceros, en las redes sociales y en análisis y paneles de los medios de comunicaci­ón. En términos concretos representa­n desacuerdo­s entre múltiples actores sociales, políticos y económicos interdepen­dientes que perciben posturas encontrada­s en la distribuci­ón de recursos, materiales o simbólicos, de intereses colectivos o difusos y que interactúa­n en defensa de sus reclamos en el espacio público.

Por su naturaleza suelen ser multiactor­es, complejos, interdisci­plinarios, de alto interés colectivo y en consecuenc­ia de muy alta visibilida­d mediática. Suelen aparecer dentro de un contexto de déficit de las institucio­nes públicas o falta de confianza de los actores en esas mismas institucio­nes públicas, sea al momento de intervenir o aparecer tales acontecimi­entos. También surgen por ausencia de capacidade­s personales, colectivas y/o institucio­nales.

La opinión pública tiene un peso importante en el proceso, en el resultado y en la percepción de ambos. Las respuestas fáciles no existen. Las disputas públicas no tienen ningún mecanismo formal para convocar a las partes y dirigir las negociacio­nes. La iniciativa para introducir a un mediador normalment­e procede de una de las partes, o de grupos interesado­s en una comunidad, o de una asociación profesiona­l o empresaria­l, o de una embajada, o un ministro de gobierno influyente, o un organismo internacio­nal.

El desafío de resolver disputas o conflictos públicos reside en la capacidad del mediador de estructura­r y dirigir un proceso que respete la diversidad entre las partes, acepte la complejida­d de los asuntos y entienda el contexto político en que se producirá la discusión.

En ese complejo entramado rindió frutos extraordin­arios la misión mediadora de Monseñor Agripino. Como me dijo en una ocasión, en medio de un Diálogo Nacional: “Nelson, fácil no es, posible siempre será”.

*Associate Mit-harvard Public Disputes Program at Harvard Law School.

La mediación de conflictos públicos tiene en nuestro país un gran padrino, Monseñor Agripino Nuñez Collado. A partir del 1979 empezó a tejer los hilos de la concertaci­ón publica con maestría. Incomprend­ido muchas veces, ayudó a nuestras élites sindicales, empresaria­les y políticas a construir consensos de gran importanci­a.

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