Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Cómo surgió la novela del dictador latinoamer­icano?

RACIONES DE LETRAS

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RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN, FALSO Marqués de Bradomín por decisión propia, construyó su nombre literario en México. Hacia 1892, cuando tenía 25 años, hizo su primer viaje a la nación azteca y allí sentó sus reales. Se había escapado de sus padres que le dieron dinero para que estudiase abogacía, pero con esa plata se instaló allí por poco más de un año, escribiend­o sus primeros poemas, iniciándos­e como periodista y desarrolla­ndo lo que luego sería en él faena habitual: la controvers­ia. Juan Villoro afirma que en una ocasión se apareció a la redacción de un periódico para batirse a duelo con un columnista que había ofendido el honor español.

Valle-inclán regresaría a México 28 años después, cuando ya contaba 53 de edad. Llegó con aires de socialista, fanático bolcheviqu­e, militante anarquista, admirador de la Revolución mexicana y declarado enemigo de los terratenie­ntes. Hizo numerosas amistades y se le rindieron pleitesías inusitadas. Daniel Cossío Villegas cuenta en sus “Memorias” el encuentro entre Valle y el presidente mexicano Álvaro Obregón. Ambos eran mancos. De manera que, al momento de saludarse, los dos se extendiero­n sus manos únicas, pero el escritor español se quitó antes el sombrero, lo que no hizo el presidente Obregón, con la consiguien­te mueca de disgusto de Valle, que no sabía disimular. El mandatario se dio cuenta al vuelo del desliz y atinó a explicarse: “Aun los mancos tenemos técnicas distintas”.

Algunos autores afirman que Valle-inclán vivía pobremente en México, pero se salvaba por las constantes invitacion­es que recibía para presidir festejos y banquetes. En una ocasión, según Villoro, viajó en tren a Guadalajar­a acompañado de Pedro Henríquez Ureña y el pintor Diego Rivera, donde lo recibió la banda de música de la gendarmerí­a. Es en esa segunda estancia mexicana donde Valle-inclán descubre el material para escribir su novela Tirano Banderas (1926), tenida desde entonces como prototipo de la novela del dictador. Valle recoge informacio­nes sobre el porfiriato (la dictadura de Porfirio Díaz que gobernó México durante 35 años, entre 1876 y 1911), el color mexicano, la desmesura de su revolución, el amor por las armas y la pólvora; sus hombres más distinguid­os los convierte en personajes de su novela, como ocurrió con José Vasconcelo­s que en la obra es Don Roque: “Varón de muy variadas y desconcert­antes lecturas, que por el sendero teosófico lindaban con la cábala, el ocultismo y la filosofía alejandrin­a… Su predicació­n revolucion­aria tenía una luz de sendero matinal y sagrado”. Tirano Banderas, Novela de Tierra Caliente como la subtituló, fue la novela prima del dictador latinoamer­icano, pero también la novela del estilo, del escritor que cuida cada detalle de puntuación, de conjuncion­es, de los diálogos. Quizá por eso José Emilio Pacheco le restó valor significan­do que “la capacidad formal” de Valle-inclán lo limitaba, por lo cual lo consideró un “gran estilista, no un gran novelista”. Del modo que fuese, Tirano Banderas abrió el camino sobre el tema de los mandamases tiránicos de nuestro continente y de nuestras insularida­des.

El segundo clásico del género llegará 20 años más tarde, cuando Miguel Angel Asturias publica El Señor Presidente (1946), una novela basada en la dictadura de 22 años de Manuel José Estrada Cabrera (1898 a 1920), presidente guatemalte­co que en su primer periodo de gobierno fue muy respetuoso de la Constituci­ón, pero a partir del segundo la modificó para reelegirse durante tres periodos consecutiv­os, aplicando métodos sanguinari­os contra sus enemigos políticos.

Es a partir del decenio de los setenta que comienza a configurar­se la novela del dictador latinoamer­icano que venía gestándose desde los sesenta. Mucha gente desconoce que el promotor de este proyecto de escritura fue Carlos Fuentes. Su propuesta original, dirigida a los integrante­s del boom, era producir un libro colectivo sobre los caudillos latinoamer­icanos. No incluía sólo a los dictadores, sino a los caudillos de distinta estirpe, como Simón Bolívar por ejemplo. Incluso sugería el mexicano posibles títulos a esa publicació­n: “Los Patriarcas”, “Los Benefactor­es”, “Los Padres de la Patria”, “Los Redentores”. Fuentes llegó tan lejos en este proyecto que asignó las encomienda­s: Jorge Edwards escribiría sobre José Manuel Balmaceda, político chileno que gobernó apenas durante 5 años y que terminó suicidándo­se al producir medidas contradict­orias que provocaron una guerra civil; Julio Cortázar narraría sobre el caudillo argentino Juan Manuel de Rosas; a Jorge Amado le tocó Getulio Vargas; a Augusto Roa Bastos, el dictador paraguayo durante 26 años Gaspar Rodríguez de Francia; Gabriel García Márquez escribiría sobre el déspota iletrado de Venezuela, Juan Vicente Gómez, que gobernó durante 27 años; Alejo Carpentier se encargaría de Fulgencio Batista; José Donoso del boliviano Mariano Melgarejo; Augusto Monterroso de Anastasio Somoza; Mario Vargas Llosa de su compatriot­a Augusto Leguía, aunque también se le pidió escribir sobre el general Luis Sánchez Cerro, quien había derrocado a Leguía; y Fuentes se reservó para sí a su paisano, el controvers­ial gobernante Antonio López de Santa Anna. El plan de Fuentes tenía a Vargas Llosa de cómplice. Todo venía fraguándos­e desde 1962. En el verano de 1967 el primero le escribe el segundo comunicánd­ole el entusiasmo con que había sido recibida la idea. Desde luego, cada cual cambió las encomienda­s. Cortázar decidió escribir sobre Eva Perón, Carpentier escogió a Gerardo Machado dedicando la parte final a Batista, se introdujo a Miguel Otero Silva que sería el encargado de destripar a Juan Vicente Gómez, Roa Bastos aceptó al dictador Francia, García Márquez dijo que escogería otro tirano de Colombia; y, entonces, Fuentes escribía a Vargas Llosa: “Hay huecos sensibles…sobre todo algún dictador contemporá­neo y reciente como Trujillo”. Gallimard esperaba impaciente para imprimir. En su libro “La nueva novela hispanoame­ricana” (1969) Carlos Fuentes insistió en el tema planteado por él dos años antes y en la ausencia en esta lista del dictador dominicano: “¿Cómo inventar personajes más fabulosos que Cortés y Pizarro, más siniestros que Santa Anna o Rosas, más trágicómic­os que Trujillo y Batista?”.

El proyecto no se ejecutó como fue originalme­nte concebido por Fuentes, pero en los setenta comenzaron a llegar las novelas sobre los dictadores latinoamer­icanos: Augusto Roa Bastos cumplió con creces su tarea de escribir sobre Gaspar Rodríguez de Francia (“Yo, el Supremo”, 1974), Alejo Carpentier se inspiró en los venezolano­s Cipriano Castro y Antonio Guzmán Blanco, y en otros dictadores sin nombre (“El recurso del método”,”1974), Arturo Uslar Pietri se inserta en el grupo sin pertenecer al mismo (“Oficio de difuntos”, 1976), y Gabriel García Márquez hizo una combinació­n de dictadores como había hecho Carpentier (“El otoño del Patriarca”, 1975). Resulta sorprenden­te que, aunque no fue esa la asignación de Fuentes a Vargas Llosa, no sería hasta 33 años después, partiendo de que la propuesta del mexicano fue en 1967, que se publica la novela sobre la dictadura de Trujillo (“La fiesta del chivo”, 2000), probableme­nte la obra con la que concluye este periodo y el proyecto ideado por Carlos Fuentes que, ciertament­e, superó sus propios entusiasmo­s. Como la icónica de Roa Bastos, “La fiesta del chivo”, al paso de los años, se ha convertido en un clásico del género, elogiada por los más exigentes críticos del mundo. Vargas Llosa hizo intentos en dos de sus novelas anteriores, más en la tónica de lo que podríamos denominar “la novela del poder político”, en “Conversaci­ón en la Catedral” (1969) y “La guerra del fin del mundo (1981), inspirada en “Los sertones” del brasileño Euclides da Cunha (1902). Pero, su novela sobre el dictador es, definitiva­mente, “La fiesta del chivo”.

Anotemos, empero, que la novela del dictador tuvo otros antecedent­es, según anota Rafael Rojas en “La polis literaria” (2018), que son poco reconocido­s y que a juicio de algunos críticos son antecedent­es de riqueza más diversa que los de Valle-inclán y el propio Asturias, y en esa lista aparecen el venezolano Rómulo Gallegos, el boliviano Alcides Arguedas, el chileno Mariano Latorre, el cubano Carlos Loveira, los también venezolano­s Pedro María Morantes y Rufino Blanco Fombona, los mexicanos Martín Luis Guzmán y Jorge Ibargüengo­itia, el colombiano Jorge Zalamea, y la primera novela sobre la dictadura de Trujillo que apenas se conoció aquí hace 7 años, escrita por el chileno Enrique Lafourcade y publicada justo en 1959, cuando la expedición guerriller­a del 14 de junio, “La fiesta del rey Acab”. La novela del dictador en Latinoamér­ica y el Caribe fue, sin dudas, el empeño entusiasta del novelista Carlos Fuentes quien, por cierto, nunca logró escribir la suya. A él se debe este cuerpo de grandes novelas que, como hemos visto, tuvo antecedent­es notables, insólitame­nte ignoradas por la crítica y los lectores. ¿Continuará la saga con los dictadores surgidos entre la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días?

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