Diario Libre (Republica Dominicana)
Más gasto público solidario, sin olvidar el déficit
«Para prevenir el daño, el Congreso [de Estados Unidos] ha preparado el más grande estimulo fiscal de la historia moderna. Sus provisiones – incluyendo el salvataje para pequeñas y grandes empresas, expansión de los beneficios del seguro de desempleo y transferencias en efectivo para los estadounidenses – son estimadas en un costo de 2 billones, aproximadamente un 10% del PIB. […] Pero cruelmente, aquellos que más probablemente perderán sus ingresos o sus empleos son mayormente los más precarios, en industrias que peor pagan – empleados de restaurantes, ventas al detalle o trabajadores de hoteles. Si ellos pierden su sustento de vida, los efectos se propagarán a través de la economía». The Economist, marzo 26, 2020
El presidente Trump ha comenzado a inquietarse por los efectos políticos de la pandemia del Covid-19, que ahora mismo ha convertido a Estados Unidos de América en el epicentro mundial de la crisis sanitaria desatada por el altamente contagioso virus. Sus preocupaciones están fuertemente matizadas por las votaciones de noviembre, en las que aspira a reelegirse. Y ya ha planteado que aspira a que el país vuelva a la normalidad para la celebración de la semana santa del 6 al 12 de abril; esto es, apenas dentro de dos semanas y todavía hoy se considera que el coronavirus no ha alcanzado su pico en Norteamérica, mientras que el sistema sanitario de Estados tan importantes, como el de Nueva York, está al borde del colapso.
Es dentro de este contexto que se debe interpretar, al menos parcialmente, la prisa de Trump; no se debe olvidar que el último presidente en USA que perdió la reelección fue el republicano George Bush, cuando fue derrotado por Bill Clinton en 1992, tras una notoria ralentización de la economía norteamericana. En el presente caso, la situación económica es mucho más apremiante y los analistas se debaten en torno a la idea de si será una recesión o una depresión. Por eso se entiende que Trump esté tan apresurado y sea tan grande el paquete de estímulo a la economía.
Para el economista John Taylor (el mismo de la Regla de Taylor), profesor en la universidad de Stanford y recientemente considerado por Trump para dirigir la FED, el referente más importante para definir las políticas de estímulos no es la crisis financiera del 2008; el referente más cercano es el ataque a las torres gemelas en septiembre, 2001. «Tener una estrategia es esencial. Pero igualmente importante es que la estrategia apropiadamente describa el problema económico que se tenga en mano», destaca el profesor Taylor; y se pregunta si la cura no pudiera resultar peor que la enfermedad, si no hace una buena distinción de la naturaleza del problema y se confunden las políticas de estímulos y las políticas de compensación o solidarias.
Estados Unidos, a diferencia con otros países de la región – como el nuestro –, puede emitir deuda en una moneda (dólar) que es utilizada internacionalmente como un activo de reserva; igual ocurre con la Unión Europea y el euro. Nosotros, en cambio, no tenemos ese privilegio y la capacidad de endeudarnos es mucho más limitada, aún sin considerar los desiguales niveles de desarrollo. De ahí que el economista, ya sea en su condición de funcionario público o como generador de opinión pública, tiene la obligación moral de mantener su cabeza bien fría ante el pánico de salud que genera la pandemia del coronavirus y el pánico intelectual que los empuja a promover un gasto público sin control. En cierta forma, es la perspectiva del médico frente a un paciente en estado de gravedad: la cura, por otras vías, no debe matar al paciente.
En este sentido, el aumento del gasto solidario, anunciado por el gobierno, va en la dirección correcta: compensar a los grupos sociales más vulnerables ante la caída de la actividad económica debido a la crisis sanitaria; no se trata de estimular a la economía… ya habrá tiempo para ello. Sin embargo, me parece que anticipar las medidas por dos meses tiene un componente político; quizás era más recomendable establecerlas por un mes, y esperar una evaluación de la evolución del virus. Pero si fuera el caso de que dichas medidas fueran innecesarias dentro de un mes, la proximidad de las elecciones pondría un costo político a la suspensión de las ayudas.
Claramente, hay una estrecha correlación entre la contención a tiempo de la propagación del coronavirus y el déficit fiscal que, a su vez, provocará mayores niveles de endeudamiento a un costo financiero que podría superar en más de un 50% la tasa de interés de la más reciente colocación de bonos soberanos. Es probable que el gobierno dominicano, en este sentido, haya perdido la oportunidad de actuar a tiempo, y los costos, tanto sanitarios como económicos, van a resultar muy elevados.
El déficit fiscal tendrá que aumentar, necesariamente. Pero eso no significa que tal incremento se haga fuera de la debida planificación del Estado; el caos no puede ser una opción. Debemos tener presente que el país continuará después del coronavirus y que la salud de las personas también depende de la salud de la economía. Para ello, es vital profundizar las medidas sanitarias de contención, por el bien de todos. Es una forma de evitar los excesos fiscales. Además, la no contención del virus pudiera resultar una idea atractiva para sectores del gobierno que entretienen la idea de una reprogramación de las elecciones… Mientras tanto, no hay porqué buscar excusas para desahogar nuestros instintos keynesianos…