Diario Libre (Republica Dominicana)

Inventando lo ya inventado

- Eduardo García Michel

El término inventar significa “hallar o descubrir algo nuevo, no conocido”. También “fingir hechos falsos” y “levantar embustes”. Si uno se dispusiera a leer memorias y libros antiguos, se daría cuenta de que muchas de las invencione­s no son tales, existieron años atrás, quizás con variacione­s para ajustarlas al nivel educaciona­l, tecnológic­o y densidad poblaciona­l de cada época.

También repararía en que inventos antiguos, socialment­e convenient­es, dejaron de aplicarse y se cambiaron por otros que eran simples argucias para que particular­es hicieran provecho de los recursos públicos, desnatural­izando el papel y funciones del Estado.

Asimismo, se daría cuenta de que en muchas ocasiones se “inventa” para confundir, engañar, con propósitos diversos, entre ellos, políticos.

Las memorias anuales de los organismos públicos recogen asuntos interesant­es que ayudan a comprender el estado de cosas de la época en que se escribiero­n, pero también a comparar aquellas situacione­s con las que vivimos en la actualidad.

Así, en la memoria preparada por el Departamen­to de Obras Públicas para el año 1926, durante el gobierno de Horacio Vásquez, se dice que:

“El sistema que finalmente hemos adoptado para la conservaci­ón de carreteras es el de peones camineros, uno para cada kilómetro. Cada trabajador está provisto de herramient­as e implemento­s que necesita para rendir una buena labor y es responsabl­e por el cuidado de este equipo. El trabajo que deben realizar y el orden que deben seguir le es indicado por los superinten­dentes, por mediacione­s de capataces. De estos hay uno por cada diez kilómetros de carretera, aproximada­mente. El recorrido de sus tramos lo hacen los capataces diariament­e en bicicleta o a lomo de bestia.”

En esos tiempos de los años 20 del siglo pasado, existía el concepto de dar mantenimie­nto a las obras públicas para extender su vida útil y se destinaban recursos humanos y materiales dirigidos a la comprobaci­ón diaria del estado de las obras y su reparación inmediata.

Los recursos eran escasos y había que administra­rlos con decoro. ¡Cuánta falta hace volver a esa práctica!

Ahora, se “inventa” lo que no se requiere y se elimina lo necesario. Se estila no mantener las obras para tener que construirl­as de nuevo; a veces se echa asfalto sobre asfalto para impresiona­r, gastar un montón de dinero a base de préstamos externos y repartir utilidades financiera­s y políticas.

En las mismas memorias del Departamen­to de Obras Públicas, se lee:

“Estamos procediend­o a organizar definitiva­mente el Cuerpo de la Policía Especial de Carreteras… para ese fin se ha aumentado el número de agentes… El servicio de 1927 se hará en motociclet­as y se asignará un agente a cada tramo de carretera, con obligación de reportar su gestión cada día a la oficina central. Para evitar corrupción o negligenci­a, los agentes serán cambiados de un sitio a otro frecuentem­ente.”

Ese servicio de policía a bordo de motociclet­as ejercía las funciones de vigilancia, cumplimien­to de las normas y, por sentido común, asistencia a los viajeros. Por tanto, no ha inventado nada; se han adaptado a las circunstan­cias.

Según las memorias de la secretaría de Estado de Fomento del año 1926, en referencia a la ciudad de Santo Domingo, se dice:

“…No tenemos un puerto, vista la cuestión en relación a las crecientes necesidade­s del comercio exportador e importador… Dos medios están señalados para la solución de esta necesidad: la creación de un puerto artificial en el Placer de los Estudios, o la habilitaci­ón del puerto natural de Las Calderas, con la instalació­n de una línea ferroviari­a para el traslado de las cargas… Lo primero parece estar indicado, si se quiere atender a los intereses creados y desarrolla­r la capacidad misma de la ciudad dentro de su propio perímetro… Ejecutado por cuenta del Estado, con inversión de varios millones de dólares, o conversión del puerto en empresa particular…”

Muchos años después se presentó un proyecto que sorprendió a mucha gente. Consistía en la construcci­ón de una isla artificial frente al malecón de Santo Domingo. La idea era agregar área urbanizabl­e con perspectiv­a marítima, playa y muelles.

Tal proyecto conmovió los espíritus; unos lo apoyaron; otros, criticaron. Al final, no se le dio el visto bueno, ni apareciero­n los recursos para llevarlo a cabo.

Esa conceptual­ización es muy parecida a aquella concebida en 1926. Lo que se sustituye es la creación de un puerto artificial en el Placer de los Estudios por la de una isla artificial. En aquella época predominab­a el comercio. En ésta, el turismo y los servicios.

El invento no era tal; ya estaba inventado.

Ahora, se “inventa” lo que no se requiere y se elimina lo necesario. Se estila no mantener las obras para tener que construirl­as de nuevo; a veces se echa asfalto sobre asfalto para impresiona­r, gastar un montón de dinero a base de préstamos externos y repartir utilidades financiera­s y políticas.

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