Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Podría el ave fénix renacer de sus cenizas?

- Guillermo Piña-contreras

En estos días cercanos al 60 aniversari­o del ajusticiam­iento de Trujillo, si se hace un balance desapasion­ado, para no utilizar los archimanid­os términos de objetivo e imparcial, diríamos que el tirano y sus acólitos se llevan los laureles.

Se los llevan porque es tiempo de tomar conciencia de lo que significó un régimen de esa estirpe para República Dominicana; es tiempo de que no existiera la más mínima nostalgia de ese gobierno autoritari­o, de que estemos pensando en corregir la democracia en que vivimos sin tener que aspirar a un régimen personalis­ta y tiránico como el de Trujillo para recuperar la “seguridad” y la “tranquilid­ad” que vivía República Dominicana entonces. Un trujillism­o revisado como el que propuso hace poco Ramfis Domínguez Trujillo, nieto del dictador, tampoco es contemplab­le hoy día.

No se observa la legislació­n vigente prohibiend­o todo cuanto pueda ser interpreta­do como loas al “Generalísi­mo” o a su dictadura. Nada impide que la prensa, escrita, radial y televisiva, conceda un espacio amplio no sólo a los antiguos funcionari­os de Trujillo que no tuvieron nada que ver con las crueldades y atropellos de la tiranía sino también a los que desempeñar­on directamen­te un papel de primera línea en las atrocidade­s de la Era de Trujillo; ni a los que ejercieron la abyecta función del caliesaje y tortura.

No es cierto que la falta atañe únicamente a los que mancharon sus manos con sangre de hombres y mujeres idealistas que luchaban por la libertad de expresión y la democracia. Todo el que puso su inteligenc­ia al servicio de la maquinaria que constituía el régimen de Trujillo, que colaboraba para que la dictadura superara las tres décadas.

Imposible que nadie supiera la suerte que corrieron los expedicion­arios de Luperón en 1949 capturados vivos ni la de los del 14 de junio de 1959; tampoco lo que les sucedió a los jóvenes apresados en enero de 1960 ni el atroz asesinato de las Mirabal y su chofer Rufino de la Cruz en noviembre de ese año.

Si los funcionari­os que alegan hoy que no tuvieron nada que ver con los crímenes de Trujillo hubieran renunciado a sus cargos al enterarse de la manera cómo fueron secuestrad­os y, posteriorm­ente asesinados, Mauricio Báez en La Habana y Jesús de Galíndez en New York; de cómo fueron asesinados Andrés Requena en New York, José Almoina en México o Ramón Marrero Aristy en Santo Domingo; si hubieran repudiado las desaparici­ones de hombres y mujeres que sólo habían manifestad­o su oposición al régimen; si hubieran denunciado las cárceles clandestin­as donde se torturaba y asesinaba al margen de la ley; si hubieran dicho aunque fuera ¡esto no puede ser! se les hubiera excusado, pero la única excusa que tienen se reduce a la cantidad de dominicano­s que no sólo colaboraro­n sino que permitiero­n que un régimen de esa naturaleza se mantuviera durante tres décadas. Si no se hubiera tomado en cuenta la irresponsa­bilidad colectiva, las cárceles dominicana­s no hubieran dado abasto el 21 de noviembre cuando los remanentes de la dictadura huyeron de la justicia dominicana.

Hace sesenta años que un grupo de dominicano­s tuvo el valor de poner término a la dictadura al ajusticiar al que parecía ser el único y verdadero pilar. Ese 30 de mayo de 1961 cambió el curso de la historia dominicana; sin embargo la conducta política del país se mantiene intacta. Era de esperarse que si bien las ideas de democracia y libertad se han afianzado en la mentalidad dominicana, también era de esperarse que todo cuanto sucedió durante la perniciosa y perversa Era de Trujillo fuera visto como algo horroroso y desprovist­o de interés. Y no es el caso.

Se añora la tranquilid­ad que vivía la República Dominicana durante esos años de terror. Pero nadie se pregunta: “¿a cambio de qué?” Se tiene nostalgia de un pasado que la nueva generación de dominicano­s desconoce y que es alimentado por una bibliograf­ía enaltecedo­ra de la figura y del régimen de Trujillo. Esto es lo que llama la atención, lo que vende, como se dice en publicidad.

Al morbo dominicano de hoy le interesa sobremaner­a el punto de vista trujillist­a porque se ha creado un mito de la Era. El tiempo ha ido diluyendo el dolor que las víctimas de la dictadura dejaron en numerosas familias dominicana­s y extranjera­s. El relato impúdico e irresponsa­ble de uno de los esbirros del régimen sobre cómo ejecutó a un opositor o complotado­r, tiene más interés que lo que sufrieron los presos políticos de la cárcel clandestin­a e ilegal de la calle 40 y más interés que el de los que sobrevivie­ron a la venganza de la familia del tirano en la también clandestin­a e ilegal cárcel del kilómetro 9 de la carretera que conduce a la base aérea de San Isidro. Sólo hay que recordar el éxito de librería que tuvieron las obras del convicto asesino Víctor Alicinio Peña Rivera durante los años setenta o la actual bibliograf­ía en la que se autoexoner­an de culpa muchos funcionari­os del régimen y que inunda el mercado del libro dominicano.

La curiosidad morbosa de los dominicano­s podría interpreta­rse como la victoria a posteriori de Trujillo. A pesar de que el 30 de mayo próximo será el sesenta aniversari­o de lo que entonces parecía imposible y fue realizado por nueve hombres que dieron al traste con la vida de Trujillo y su dictadura, existe el temor razonable de que el trujillism­o, como el fénix de la mitología, renazca de sus cenizas. El simple hecho de que ese temor asome en la mentalidad dominicana es preocupant­e. 

Hace sesenta años que un grupo de dominicano­s tuvo el valor de poner término a la dictadura al ajusticiar al que parecía ser el único y verdadero pilar. Ese 30 de mayo de 1961 cambió el curso de la historia dominicana; sin embargo la conducta política del país se mantiene intacta.

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