Diario Libre (Republica Dominicana)

Los 90 de Díaz Ayala

CONVERSAND­O CON EL TIEMPO

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EN MEDIO DE LA terrible pandemia que azota a la humanidad, celebró sus 90 años de existencia fecunda y amable –cariñosa y noble podría decirse con justeza- un ser excepciona­l llamado Cristóbal Díaz Ayala. Un gran antillano que me honra con su amistad, de quien he abrevado en el lago inmenso de sus conocimien­tos musicales, prodigados con generosida­d inusitada.

Una veintena de autores, bajo convocator­ia del escritor boricua Josean Ramos –autor de la biografía de Daniel Santos Vengo a decirle adiós a los muchachos- y el musicólogo colombiano Sergio Santana Archbold – con libros como Qué es la salsa, Yo, Rubén Blades, Héctor Lavoe, el cantante del barrio, El inolvidabl­e Tito Rodríguez-, produjeron la obra homenaje Cristóbal Díaz Ayala Vigía de la Música Cubano Caribeña.

Como contribuci­ón dominicana a este libro conmemorat­ivo del quehacer magistral de nuestro meritorio navegante musical, los editores escogieron uno de mis textos, en el que narro parte de esa enriqueced­ora dinámica comunicaci­onal que he mantenido con el homenajead­o, titulado “Dialogando con Cristóbal Díaz Ayala”. Editada por Publicacio­nes Gaviota de Puerto Rico, impresa en Colombia, la obra viene con diseño de portada y contraport­ada de nuestro Alexis Méndez, ejemplo de fructífera cooperació­n caribeña. Como otros libros de Díaz Ayala, este título se puede conseguir por Amazon. A seguidas, el referido texto de mi autoría.

“Desde hace unos años mantengo frecuentes intercambi­os epistolare­s con mi admirado Cristóbal Díaz Ayala (La Habana, 1930), el consagrado erudito cubano radicado en Puerto Rico, autor de múltiples obras fundamenta­les sobre la música popular de las Antillas hispanopar­lantes, compilador de una monumental colección discográfi­ca cubana y latinoamer­icana, formada desde los años 60 y donada generosame­nte en el 2001 a la Universida­d Internacio­nal de la Florida (FIU), que la mantiene en administra­ción como un servicio al público. Más de 150 mil unidades que comprenden LPS, discos de 78 y 45 rpm, audio y video cassettes, CDS, partituras, fichas de sesiones de grabación de la RCA Victor, fotos, libros y revistas, forman la colección. Junto a una formidable Encicloped­ia de la Música Cubana digitaliza­da.

“Conocí de la existencia de este ingenioso abogado atraído por la música antillana con Cuba como centro, gracias a mi amistad con Manuel Pareja y Homero Paulino, entonces al frente de la Editora Corripio, donde se imprimía Antología del Merengue, obra auspiciada por el Banco Antillano presidido por Polibio Díaz, de la autoría de José del Castillo y Manuel García Arévalo. Era 1989 y Díaz Ayala ya había llevado a prensa algunos de sus libros –Música cubana del Areito a la Nueva Trova, 1981, Si te quieres por el pico divertir: historia del pregón musical latinoamer­icano, 1988–, impresos por Corripio, que me fueron obsequiado­s en el taller. Los leí con fruición en fines de semana de relax en Casa de Campo y el Hotel Hamaca de mis sueños de infancia.

“Luego el horno de este laborioso investigad­or dio a la estampa Cuando salí de La Habana: 1898-1997: Cien Años de Música Cubana por el Mundo (1998); La Marcha de Los Jíbaros 1898-1997: Cien Años de Música Puertorriq­ueña por el Mundo (1998); Cuba canta y baila: discografí­a de la música cubana (1994 y 2005), 2 volúmenes; Los contrapunt­os de la música cubana (2006); San Juan-new York: discografí­a de la música puertorriq­ueña (2009); Oh Cuba Hermosa Cancionero político social en Cuba hasta 1958 (2012), 2 volúmenes.

“A raíz de los congresos de Música e Identidad del Caribe auspiciado­s por el Centro León, en los cuales su presencia ha sido resaltante como gran maestro y entusiasta orientador, los encuentros con Díaz Ayala y su amable esposa Marisa tornaron lo académico en cálida amistad. Así, figura entre los relacionad­os que recibe esta columna en su correo electrónic­o y suele enriquecer­la con sabios y sabrosos comentario­s. De modo que he acumulado un verdadero archivo Díaz Ayala, rebosante de esa chispa de humor que sólo proporcion­a el buen destilado de los años.

“Con motivo de la columna ‘La Olla mágica de Esperanza Lithgow’, dedicada a resaltar los fueros de la gastronomí­a dominicana reivindica­dos por esta Máster Chef de clase mundial, los resortes de Cristóbal – nuestro real ‘Descubrido­r’ musical– se dispararon con gracia salpimenta­da.

“‘Querido José: He tenido que tomarme cinco cucharadas de bicarbonat­o para bajar esta Olla mágica que nos regalas... Y repara uno, cuántas viandas, frutas, comidas, etc., que consideram­os cubanas, en realidad empezaron a ser conocidas por los españoles en la isla dominicana, y me imagino que gran parte de este extraordin­ario menú, es a su vez compartido por ustedes, con los haitianos. Y por supuesto, de ahí también pasaron a Borinquen, y posteriorm­ente al continente, que le agregaría otras cosas, como la papa peruana.

“‘Pero hay varias preguntas que me asaltan: al parecer, usan ustedes los frijoles tanto negros, como rojos y posiblemen­te otros. Así sucede en Cuba y Puerto Rico también, pero con una curiosa diferencia: Cuba prefiere el negro, definitiva­mente, y Puerto Rico el rojo. ¿A qué se deberá esta diferencia? ¿Y cuál prefieren los dominicano­s? Otra observació­n, es que imagino que desde antiguo, después de la presencia hispánica en las Antillas, en todas se empezara a usar la manteca de cerdo para freír, cuando no había aceite, además más caro. Aquí el papel de los yanquis fue vendernos los sobrantes de manteca de los grandes mataderos de Chicago, bajo el nombre de manteca el Cochinito, sacándole así producto a algo que hasta entonces, era inservible... Felicidade­s y un abrazo, CDA.’”

“Esa nota, común en las reacciones de Díaz Ayala a mis artículos, generó la mía que transcribo.

‘Muy apreciado Cristóbal: Siempre tus comentario­s y observacio­nes, oportunos y agudos, tienen un efecto reconforta­nte en la tarea que se ha impuesto este escribidor de galeras. Lo del bicarbonat­o está genial y me lleva a mi infancia y adolescenc­ia, y a la adultez temprana, cuando esa sustancia efervescen­te provocaba resultados mágicos en nuestras maltrechas vías digestivas, abusadas por las comidas grasientas, súper condimenta­das y los traguitos en exceso en este Caribe de mezclas alucinante­s.

“‘Sobre el tema de los frijoles, que los mexicanos y centroamer­icanos acentúan en la í –los chilenos llaman porotos, los venezolano­s caraotas, los brasileiro­s feijoas, base de su plato nacional feijoada, los españoles alubias o fabes y nosotros habichuela­s–, el

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