Diario Libre (Republica Dominicana)
Largas y complejas
La recesión económica desatada por el virus de la pandemia no sólo fue inesperada sino también diferente. Dado que no fue provocada por motivos de índole económica, ni tampoco por alguna guerra, terremotos o erupciones volcánicas generalizadas, el capital físico, representado por maquinarias, equipos, construcciones, vehículos y carreteras, permaneció intacto. No se conocen casos, por ejemplo, de que el COVID-19 haya infectado un camión, un satélite de telecomunicaciones o una planta eléctrica. El afectado fue el capital humano.
En vista de esa característica de la recesión, era de especomo rar que la reactivación de la producción pudiera llevarse a cabo velozmente, luego de que hubiesen sido levantadas las restricciones que causaron su descenso. Un factor, sin embargo, inherente a la globalización, no fue debidamente valorado.
Una de las consecuencias más notables de la globalización ha sido la mayor complejidad y extensión de las cadenas de suministro. La caída en la demanda de bienes y servicios resultante de la recesión alteró los programas de producción y venta a nivel mundial. Como la gravedad y duración de la recesión varió considerablemente entre países y regiones, la reactivación de la producción en países exportadores China, Corea del Sur y Japón, no ocurrió al mismo tiempo que la del comercio internacional, y quedó este último rezagado. Cuando la demanda se reactivó en los países importadores, el transporte de las mercancías fue afectado por la congestión de puertos y la acumulación en ellos de los contenedores. Los tiempos de entrega de los productos se han alargado, el flete se ha disparado hacia arriba y negocios no han podido reponer sus inventarios.
Mientras las cadenas de suministro funcionaban bien, la vulnerabilidad derivada de su longitud y complejidad pasó desapercibida. Pero ahora que el fallo en las entregas ha trastornado el flujo de mercancías, grandes corporaciones han decidido invertir en sus propios medios de transporte.