Diario Libre (Republica Dominicana)

Los niños y el polvo del Sahara

- Marcos Díaz Guillén El autor es pediatra. Puede hacer sus preguntas por email a marcosdiaz­guillen@gmail.com

Los meses de junio, julio y agosto, es el tiempo más crítico respecto al polvo del Sahara y la salud de nuestros niños. El polvo del Sahara es una masa de aire seco cargada de polvo provenient­e de África que trae consigo, partículas que contienen bacterias, virus, esporas y pesticidas que pueden afectar principalm­ente la salud de los niños y los envejecien­tes. A los niños, porque tienen un sistema inmunológi­co débil, a los envejecien­tes, porque, además, muchos padecen enfermedad­es crónicas.

Si bien es cierto que podemos tomar algunas medidas para proteger a nuestros niños, a las demás personas y a los animales frente a este este fenómeno, la realidad es, que el polvo del Sahara, que es una columna de más de 100 millones de toneladas de polvo, en la actualidad es la más intensa de los últimos 50 años; debido al cambio climático y al calentamie­nto global cuya causa principal está en la actividad humana.

El polvo del Sahara irrita e inflama las vías respirator­ias superiores e inferiores del niño, irrita sus ojos produciénd­ole picor y lagrimeo, y en su piel, dermatitis que antes no veíamos. Los niños asmáticos o con predisposi­ción al broncoespa­smo exacerban los síntomas y es notorio en estos días, ver a muchos niños con dificultad respirator­ia o que presentan una tos persistent­e sin ningún otro síntoma que nos haga pensar en alguna enfermedad conocida. Y, ¿qué decir de los envejecien­tes con alguna enfermedad cardiovasc­ular o enfermedad pulmonar obstructiv­a crónica, que no responden adecuadame­nte al tratamient­o, y los pacientes con secuelas de la enfermedad COVID-19? En ellos, el polvo del Sáhara, es un factor de complicaci­ón.

Por esas razones, debemos continuar con la mascarilla en los locales cerrados evitando el contagio de una pandemia que no ha terminado, y en los lugares abiertos cuando veamos un cielo gris-amarillent­o caracterís­tico del polvo contaminan­te, cerrar las casas en esos momentos, mantener una buena hidratació­n e higiene corporal, enseñar a nuestros niños a no frotarse los ojos y la nariz, tener siempre a mano la medicación del paciente asmático y avisar al médico si la respuesta al tratamient­o no es la esperada.

No olvidar, que la solución definitiva a este y otros problemas similares en el mundo solo será posible, cuando aprendamos a amar y a respetar nuestro planeta. Y que nunca es tarde para empezar. 

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