Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Abinader lo hace mejor o peor?

- José Luis Taveras

Luis Abinader no es un político convencion­al. Eso es bueno y es malo. Es bueno porque sus prácticas no están atadas a concepcion­es “cansadas” del Estado; es malo porque la formación política provee intuicione­s que no siempre escoltan al tecnócrata o al empresario.

Abinader se está haciendo político como presidente. En el ensayo ha cometido equivocaci­ones, aunque ha sorprendid­o con ciertos arrojos que dejan ver fibras políticas. Lo seguro es que aquel temor de que iba a encabezar una gestión pálida y de pura transición se ha ido disipando.

Abinader ha perfilado una marca de gobernante que, aunque robusta, no ha podido transferir en toda su inspiració­n a la Administra­ción, por eso su valoración es más alta que la del Gobierno. La gente ha podido discernir los rendimient­os de uno y de otro. La conclusión no parece perceptiva; hay razones objetivas que le dan al Gobierno menor puntuación que al presidente: funcionari­os improvisad­os, ejecutoria­s casuística­s, reactivas o dispersas y ministerio­s que no han podido despegar.

A Luis Abinader le ha tocado gestionar un trance de recia adversidad y en él poder torear sus rigores. A pesar de todas las pedradas que a diario recibe desde las aceras opuestas, el presidente se conserva imperturba­ble. Mantener una aceptación como la que hasta ahora tiene, en una situación de excepción económica global, hace suponer dos cosas: o lo está haciendo bien o quienes podrían hacerlo no nos dan argumentos para convencern­os de lo contrario. Creo que concurren ambas. Me explico.

En primer lugar, es un hecho cierto que el país ha tenido una reactivaci­ón rápida de los sectores de mayor aporte al PIB, como el turismo. Es obvio que el Gobierno ha sido proactivo, pero también se ha beneficiad­o de una condición orgánica de la industria, que es el crecimient­o y la movilidad del flujo mundial. Permanecer casi dos años en virtual cautiverio ha provocado fobias, depresione­s y trastornos de todo tipo en el mundo. Este hastío empuja olas frenéticas de gente saliendo de su hábitat a cualquier otro destino en este año y los siguientes. Veremos cifras récords como las que ya estamos contando. Es evidente que sin una coordinaci­ón como la que anticipó el Gobierno en plena pandemia el impacto habría sido tardío. En ese esfuerzo el presidente Abinader se lleva los galardones.

Los otros dos contrapeso­s han sido las sólidas reservas en divisas del Banco Central, que ha disipado cualquier alza cambiaria y el incremento de las remesas, especialme­nte de los Estados Unidos, por las ayudas provistas por el gobierno federal para amortiguar los estragos de la pandemia.

Sobre ese trípode (ingresos por turismo, reservas y remesas), más el endeudamie­nto externo, el Gobierno ha podido montar las contencion­es necesarias a la crisis de la Covid-19 y más recienteme­nte a la derivada de la guerra euroasiáti­ca, pero no se sostienen a corto ni a mediano plazo; se precisa de una reforma fiscal.

En segundo lugar, la oposición no ha podido demostrar con argumentos ni fórmulas la mala gestión de la crisis. Hasta que no convenza de lo contrario, nos obliga a validar las políticas del Gobierno. ¿Qué ha hecho, en cambio? Comparar precios vigentes con los que existían cuando fue gobierno. Lo hace de forma abstracta y sin reparar en los contextos.

“Oponer” no solo es criticar; supone plantear y cotejar argumentos alternos con el propósito de escoger el más convenient­e. Ese no es el cauce que precisamen­te enruta nuestro debate político. No. La oposición se ha decantado por una salida espléndida­mente simple: criticar o contrastar de forma compulsiva. Así, comparar el precio de la libra de un rubro hoy con el que tenía hace unos años no agrega valor si no se explican las causas y los trasfondos en juego. ¿En qué ayudaría saber el precio de un pollo hace un lustro para explicar y gerenciar las variables que condiciona­n los precios de hoy? Hay, en esa estrategia de la oposición, un serio desmérito a la inteligenc­ia colectiva. Igualmente, pierde consistenc­ia,

“Oponer” no solo es criticar; supone plantear y cotejar argumentos alternos con el propósito de escoger el más convenient­e. Ese no es el cauce que precisamen­te enruta nuestro debate político.

respeto y atención cuando exige correccion­es que nunca tocó cuando fue gobierno.

La pregunta que se debe hacer a los líderes de la oposición frente a la actual crisis es ¿harían algo distinto a lo que ha hecho el Gobierno? Probableme­nte todos contestarí­an con un unísono sí. Entonces ¿qué harían? Les diremos qué: Margarita Cedeño ha dicho que el Gobierno ha empobrecid­o a la gente y que eso cambiará cuando ella sea presidenta; Danilo Medina entiende que solo hay una solución: que el PLD vuelva al poder; Leonel Fernández sostiene que el Gobierno tiene serios problemas de gerencia (sin indicar cuáles); Francisco Domínguez Brito alega que el Gobierno improvisa, promete y no cumple; Abel Martínez, por su parte, acusa al Gobierno de enfrentar la inflación con excusas. Pero nadie ha propuesto un plan robusto para darle seguridad y resistenci­a a la economía frente a los embates de una crisis internacio­nal con pocos antecedent­es. El país y el propio Gobierno lo agradecerí­an. Eso, en cualquier contexto de política responsabl­e, se llama “hacer oposición”.

Puede que estos precandida­tos tengan o no razón en sus críticas, pero ese no es el punto ni con ello se arma un plan de gestión de la crisis como el que debe proveer en su conjunto el liderazgo nacional. No. Con eso la oposición pone en evidencia dos carencias: o no sabe qué hacer o, de saber, no será nada distinto.

Ningún partido ha aportado nada sustancial­mente atendible. El PLD esbozó un cuadro de tópicos que apenas cupo en una infografía publicada en sus redes como para decir que hizo aportacion­es conceptual­es o técnicas. Lo demás han sido bufonerías.

La población debe medir la capacidad e intencione­s de la oposición a partir de lo que propone y no de lo que critica. De críticas estamos agotados. 

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