Diario Libre (Republica Dominicana)

Las cumbres presidenci­ales

- Eduardo García Michel

La Cumbre de las Américas empezó con la queja de exclusión de parte de algunos países que muestran déficit democrátic­o evidente: Cuba, Nicaragua y Venezuela. La pregunta que surge es si la comunidad del continente debe aislar a los gobiernos que cercenan la democracia y los derechos humanos o contempori­zar con ellos en aras de mantener vigente una interpreta­ción rígida del principio de no intervenci­ón de un Estado en los asuntos de otro.

El principio de no intervenci­ón ha sido útil para proteger a las naciones emergentes y débiles de los abusos de las fuertes. Pero no puede ser utilizado como pretexto y escudo para amparar regímenes tiránicos. En la medida en que el avance de la globalizac­ión ha acentuado la interdepen­dencia, el derecho a vivir en regímenes democrátic­os y alcanzar grados más altos de desarrollo humano se ha convertido en prioridad.

El principio de no intervenci­ón no es contrario al principio de respeto a los derechos universale­s. Se refuerzan mutuamente. Operan así: no me intervenga­s, pero tampoco dejes de apoyarme para evitar que, desde mi propio suelo, desde adentro, me repriman y coarten mi libertad.

Hacerse de la vista gorda con el sufrimient­o de las víctimas de las tiranías es deleznable e hipócrita. La humanidad debe unir fuerzas para combatir toda clase de atropellos a la dignidad humana, y aislar a los tiranos.

Algunos piensan que en las cumbres presidenci­ales lo importante son los discursos. Están equivocado­s: forman parte del espectácul­o, a modo de ornamento. Lo relevante son las relaciones que se estrechan entre jefes de Estado o de cabezas de gobierno, la oportunida­d de hablar de tú a tú con los pares para desentraba­r problemas o facilitar entendimie­ntos, la confianza que se extiende y que permite encontrar soluciones.

A raíz de la celebració­n de la Cumbre de las Américas llama la atención la insistenci­a de medios de opinión de Haití de atizar discordias entre los dos países, como si quisieran que el caos que los atormenta se generalice en toda la isla. No hay mejor remedio que ignorar las provocacio­nes y actuar con firmeza en la defensa del interés nacional, seguir insistiend­o en que la República Dominicana no es la solución al problema haitiano, fortalecer el control fronterizo y sacar a quienes viven ilegalment­e en el país. Sí, sacarlos y urgir y penalizar a los empleadore­s de ilegales para que abandonen su umbral de comodidad.

Esta nación solo debe aceptar en su suelo a quienes les haya otorgado visa, permiso de trabajo, se acojan a las normas laborales y cumplan con la restricció­n de un máximo de 20% de extranjero­s en la actividad en que laboren. El orden trae progreso; el desorden caos.

Hacerse de la vista gorda con el sufrimient­o de las víctimas de las tiranías es deleznable e hipócrita. La humanidad debe unir fuerzas para combatir toda clase de atropellos a la dignidad humana y aislar a los tiranos.

En otro aspecto, es cierto como afirma el presidente Luis Abinader que en materia energética ya no se dispone de amortiguad­ores financiero­s para aliviar el costo de la factura petrolera, como los que estuvieron vigentes mediante el Acuerdo de San José.

En vez de aferrarnos a volver a una situación que no se repetirá, lo apropiado es poner en marcha una estrategia y políticas efectivas que disminuyan la dependenci­a energética en el menor tiempo posible.

No tenemos petróleo: ¡bendito sea! ¿Qué hubiera sido de esta tierra y de nuestra gente con el oro negro corrompien­do cada día nuestras vidas a modo de situado y con la necesidad de trabajar lejana, ausente? Por fortuna tenemos mucho sol, viento y todavía algo queda del recurso agua. Por tanto, hay que multiplica­r los esfuerzos para aprovechar esas fuentes propias.

Lo anterior significa que estamos obligados a llenar los eriales áridos del suroeste y noroeste con inversione­s gruesas en paneles solares para hacer fructifica­r esas tierras irredentas; estimular el uso de esta tecnología en cada una de las viviendas y edificacio­nes del país para conectarla­s al sistema eléctrico y amortiguar el consumo propio; propiciar la instalació­n de torres de viento o molinos; relanzar el aprovecham­iento hídrico siempre y cuando haya campañas intensas de reforestac­ión y de preservaci­ón de las cuencas.

Esa es la gran tarea pendiente, sin esperar a que el maná caiga del cielo. Ya ha caído. Lo tenemos. Es cuestión de aprovechar­lo con base en reglas bien pensadas y estables que se cumplan.

Lo que nos separa del desarrollo es la insuficien­te capacidad de gestión, de hacer las cosas tal y como se pensaron, darles continuida­d hasta que estén terminadas, así como la falta de voluntad para mantener un orden jurídico igual para todos que evite acomodos a intereses individual­es mezquinos. 

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