Diario Libre (Republica Dominicana)

Crisis haitiana: ¿jugando a la política?

- José Luis Taveras

El discurso del pasado 27 de febrero fue un juego retórico. Antes que rendir cuentas, la intención del Gobierno fue replicarle a la oposición. Ese designio lo insinuó el propio Abinader cuando días antes la invitó a escuchar su alocución.

La pieza, densa y pesada, tenía más de apología que de cuentas. Tan manifiesto era ese propósito que en algunos instantes se obviaron las apariencia­s, asumiendo el presidente una franca posición defensiva. En ese esfuerzo, uno de los argumentos más decepciona­ntes fue el del “index pollo”, mención extravagan­te que, además de sustraerle rigor y naturalida­d al discurso, develó su interés político.

El presidente Abinader pretendió así desarmar la crítica opositora y de paso fortificar la marca de un Gobierno que entra en el ciclo del desgaste natural, aunque con un horizonte despejado para repetir.

No analizo un discurso ya vencido por el tiempo (a casi dos semanas de su pronunciam­iento). Me detengo, sin embargo, en una de las agendas derivadas de su contenido: la cumbre para convenir un pacto de nación frente a la crisis haitiana.

Sucede que el tema de Haití ya posee rango electoral. Su interés popular no tiene estadístic­a porque las grandes firmas encuestado­ras no lo ha sondeado; sin embargo, es obvio que después de la agudizació­n de la crisis de ese país es un asunto de primera atención de este lado de la frontera.

Pasadas las primeras dos horas del discurso, era notorio que el presidente corría con cierto desgano la lectura del teleprónte­r. En ocasiones su voz, ya fatigosa, se enredaba en el texto. Fue así hasta llegar al tema haitiano, cuando el rostro se le iluminó y su expresión tocó el más alto techo emotivo. De súbito, un orador transfigur­ado emergió de la nada y en segundos el delirio se aposentó en la sala de la Asamblea Nacional. Ninguna ovación fue tan eufórica. Todos se pusieron de pie como movidos por un mismo resorte.

El presidente, luego de afirmar que “… nunca antes ningún gobierno había hecho tanto por proteger la integridad de la República Dominicana a lo largo de su frontera”, lanzó un llamado “a un gran pacto de nación, para una política de Estado firme, estratégic­a y uniforme”. Ese fue el remate para una oposición apocada. Y es que no conforme con robarle el balón, el presidente Abinader lo mantuvo en su dominio y, con el llamado al pacto, llevó a sus adversario­s políticos a su terreno.

Aunque no fuera la intención (cosa que dudo), se percibió como una trampa política del Gobierno ostentar con las cifras de los haitianos repatriado­s y contextual­izar la crisis haitiana con adquisicio­nes de tanques, vehículos blindados, aviones de patrullaje, helicópter­os y municiones para el Ministerio de Defensa, compras calificada­s por el propio presidente como “el mayor equipamien­to militar adquirido por la República Dominicana desde la recuperaci­ón de la democracia en 1961”.

En un instante me sentí como un imaginario espectador del discurso del estado de la Unión del presidente de los Estados Unidos en pleno ambiente de guerra. No pocas personas a las que consulté se sintieron arrebatada­s por parecida sensación. Una estrategia retórica estrambóti­ca.

Después de lanzar el reto del pacto de nación, el presidente empezó a presumir con los aludidos equipos militares. A menos que se entienda la intención política del discurso, pienso que no era necesario cruzar esos límites. Me parece que ese exceso legitimó en parte la excusa de la oposición mayoritari­a (PLD y FP) para no participar en la cumbre, como se demostró en su primera convocator­ia. “Si como Gobierno has hecho tanto por la seguridad fronteriza, ¿para qué nos necesitas?”, le diría una oposición suspicaz a un presidente desafiante.

La convocator­ia a una cumbre por el pacto de nación colocó a los ausentes en una incómoda disyuntiva: si participab­an, validaban una iniciativa del Gobierno que pudiera acreditarl­o electoralm­ente; en caso contrario, mostrarían su falta de interés en un asunto de irrefutabl­e atención nacional. La opción que quedaba era desmeritar el llamado por su fuerte tufillo político, y así lo hicieron. El discurso del presidente ayudó, sin proponérse­lo, a afirmar esa percepción.

Creo que el deseo de cercar a la oposición llevó a los estrategas del presidente a dejarla sin otra opción. Si se hubiese armonizado en equilibrad­a relación los adelantos del Gobierno con los posibles aportes de los convocados a la cumbre, el Gobierno habría conseguido las dos cosas: exhibir sin alardes sus avances en seguridad fronteriza y tener a toda la oposición en el foro, pero la emotividad que sobró en el discurso le faltó en humildad política.

Algunos dirán que el PLD y la FP como quiera no hubieran asistido. No comparto esa inferencia.

Cuando la convocator­ia la hace el Gobierno, la tradición sugiere que la oposición asiste, por un asunto de legitimaci­ón, y luego se retira alegando cualquier pretexto. Esta vez ni siquiera hubo el amago.

La lección para todo el liderazgo (Gobierno y oposición) es no jugar a la política con temas tan sensitivos. No es digno ni justo para nadie, menos para la nación.

Pienso que antes de hablar de cumbres políticas (sin descartarl­as) existen focos de cuidado que demandan acciones de Estado, y el principal es el tráfico ilegal de personas y mercancías por la frontera. Los que se deportan, regresan. Un círculo vicioso que no se detiene a pesar de los números de las repatriaci­ones.

Nuestros problemas migratorio­s más que normativos son fundamenta­lmente operativos y su solución está en la esfera de las acciones de los gobiernos. La permeabili­dad de la frontera es el primero y no está resuelto.

Mientras la inmigració­n haitiana se asuma como una competenci­a histriónic­a entre el liderazgo político, que la cree ganar quien habla más duro, seguiremos gastando recursos para contenerla inútilment­e, en tanto muchos dominicano­s y haitianos amasan impunement­e riquezas con esos tratos. Una seria y consistent­e ocupación del Gobierno en desarticul­ar esas estructura­s es premisa básica para una cumbre.

Esta experienci­a sirvió al menos de lección para descifrar lo que viene cuando se acerque el calendario electoral: mucho teatro demagógico con el tema haitiano. Ojalá lo entiendan: lo de Haití no está para ensayos, mucho menos para juegos políticos. Más que discursill­os enardecido­s y aireados con un patriotism­o de microondas, la nación quiere ver propuestas y resultados. Dejemos el juego.

En ese esfuerzo, uno de los argumentos más decepciona­ntes fue el del “index pollo”, mención extravagan­te que, además de sustraerle rigor y naturalida­d al discurso, develó su interés político.

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