Diario Libre (Republica Dominicana)

Brillo metálico

Es innegable que un cierto grado de fatalismo está asociado con las explotacio­nes mineras.

- Gustavo Volmar gvolmar@diariolibr­e.com

Las imágenes de explorador­es aventurero­s, confiados en encontrar legendaria­s minas de oro y plata, forman parte de incontable­s narracione­s de esperanzas frustradas. Los filmes acerca del salvaje oeste norteameri­cano, muestran personas dispuestas a enfrentar graves peligros y soportar grandes penurias, todo con el propósito de hallar la veta mágica que les haría súbitament­e ricos. Seguían los pasos de los conquistad­ores españoles, atraídos al nuevo mundo por la codicia inspirada por los relatos de yacimiento­s fabulosos. Decenios y siglos después, el lustre de los metales preciosos continúa inalterado.

Las realidades económicas, no obstante, no suelen estar a la altura de los vuelos de la imaginació­n. A pesar de la fantasía que acompaña y rodea al oro y la plata, son metales menos glamorosos los que dominan la industria minera mundial. En Latinoamér­ica, el líder indiscutid­o es el cobre, ocupando Chile el primer lugar entre los productore­s. La cuantía de las inversione­s, como es lógico, va de la mano con la magnitud de las oportunida­des de negocio, por lo que ocho de las diez mayores empresas mineras en la región se dedican a la explotació­n de las minas de cobre. Otros renglones mineros, como la bauxita, el litio y el hierro, apuntalan también las entradas de divisas de las naciones latinoamer­icanas.

Es innegable que un cierto grado de fatalismo está asociado con las explotacio­nes mineras. Por ser recursos agotables, su extracción podría generar una sensación incómoda, en cuanto a que se está consumiend­o algo que la naturaleza aportó por una sola vez, no pudiéndose reponer una vez se haya agotado.

Investigac­iones llevadas a cabo revelan, sin embargo, una notoria tolerancia al respecto, indicativa de imprevisió­n. Más que angustiars­e por la desaparici­ón eventual de los yacimiento­s, los países y comunidade­s involucrad­os no dudan en dedicar los ingresos obtenidos a gastos generales de consumo, inquietánd­ose más por la forma como esos ingresos son repartidos.

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