Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Qué ha pasado con los progresist­as dominicano­s?

- Flavio Darío Espinal

Un hecho bastante notorio en la reciente discusión sobre el proyecto de ley que introdujo el Poder Ejecutivo a las cámaras legislativ­as sobre trata de personas, explotació­n y tráfico ilícito de migrantes fue la ausencia de voces progresist­as que balanceara­n la discusión pública en torno a este delicado asunto. De hecho, en la sociedad dominicana siempre hubo dos corrientes de opinión en relación a la cuestión haitiana, una de orientació­n conservado­ra y otra más liberal. Aunque la primera siempre ha tenido mucho más resonancia y seguidores, la segunda tenía cierto peso en la opinión pública y en algunos partidos políticos, como fue el caso principalm­ente de las fuerzas seguidoras del Dr. José Francisco Peña Gómez en el Partido Revolucion­ario Dominicano (PRD) y luego en el Partido Revolucion­ario Moderno (PRM), aunque la posición liberal-progresist­a en el tema haitiano tuvo también cierta cabida en algunos núcleos del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) dada la visión que tenía el profesor Juan Bosch sobre Haití y la propia migración haitiana.

La ausencia, salvo excepcione­s, de las tradiciona­les voces progresist­as en el debate público sobre la cuestión haitiana ha hecho que el debate gire alrededor de quién se mueve más a la derecha, lo que ha dejado poco margen -o prácticame­nte ninguno- para cualquier iniciativa que tenga una orientació­n progresist­a. El propio presidente Luís Abinader, quien dio un giro hacia la derecha en esta materia en comparació­n con las posiciones que su partido adoptó durante mucho tiempo, encontró que sus opositores lo colocaron a la defensiva después de haber ganado muy buenos puntos con los sectores conservado­res.

Una mirada retrospect­iva puede arrojar luz para entender la ausencia de una corriente progresist­a en la opinión pública dominicana con relación a este y a otros temas de relevancia en la vida política nacional. Lo primero a decir es que las fuerzas progresist­as se aglutinaro­n alrededor de Peña Gómez y el PRD desde la época de los doce años del presidente Joaquín Balaguer cuando lucharon por las libertades públicas, la transparen­cia electoral y la construcci­ón de institucio­nes democrátic­as. A pesar de sus frustracio­nes con los dos gobiernos del PRD que siguieron a la transición política de 1978, esos sectores progresist­as -intelectua­les, periodista­s, profesiona­les, políticos, dirigentes de organizaci­ones de la sociedad civil y hasta núcleos de la Iglesia católica- se mantuviero­n gravitando alrededor de Peña Gómez, lo que determinó que la cuestión haitiana se abordara con una sensibilid­ad y una perspectiv­a mucho más liberal que la que asumían los sectores conservado­res que gravitaban alrededor de Balaguer.

Cuando se produjo la alianza electoral entre el PLD y Balaguer en la segunda vuelta electoral de 1996, los sectores progresist­as adoptaron una posición antagónica frente al PLD, al que no le perdonaron haberle ganado las elecciones a Peña Gómez con el apoyo del viejo caudillo reformista. Con el tiempo, el campo progresist­a se amplió en la lucha política contra el PLD, pues otros sectores se fueron sumando y se montaron en la plataforma discursiva progresist­a en el enfrentami­ento contra el PLD. Al núcleo histórico de peñagomist­as se unieron paulatinam­ente nuevas voces, especialme­nte en los medios de comunicaci­ón social, que se aglutinaro­n alrededor del nuevo partido -el PRM- que surgió de la división del PRD.

Logrado el objetivo de alcanzar el poder, es evidente que el campo progresist­a se ha diluido significat­ivamente, un hecho inesperado pues se proyectaba que ese sector tendría una incidencia importante en las ejecutoria­s del nuevo gobierno. Se esperaba que los núcleos liberales ligados al PRM no solo incidieran en la formulació­n de políticas públicas, sino también que contribuye­ran a balancear el debate público y sirvieran de soporte al propio gobierno en caso de que este quisiese adoptar alguna decisión de corte más progresist­a en línea con las posiciones que el hoy partido de gobierno sustentara desde la oposición. La realidad es que esto no ha ocurrido y está lejos de que pueda ocurrir.

La desarticul­ación del campo progresist­a ha dejado a la sociedad dominicana sin sujetos que pudiesen ser un contrapeso ideológico saludable en el debate público no solo sobre la cuestión haitiana sino también sobre una variedad de temas en los que entran en juego ideas y valores contrapues­tos. Más bien, el vacío que han dejado los sectores progresist­as ha sido llenado por sectores más o menos conservado­res, por lo que podríamos estar en presencia de un “pensamient­o único”, para usar un término que gusta precisamen­te a los sectores que se han ausentado de este debate crucial en la sociedad dominicana.

Por supuesto, de lo que se trata no es de reivindica­r como un todo el pensamient­o progresist­a como si intrínseca­mente tuviera una superiorid­ad política o moral frente al otro sector, sino más bien poner de manifiesto que la ausencia de este sector en el debate público priva a la sociedad dominicana de enfoques alternativ­os sobre una cuestión respecto de la cual no es posible tener, por más que insistan algunos, una visión única y homogénea. La búsqueda de un balance de enfoques y posiciones -el punto medio aristotéli­copuede ser la mejor opción para construir una verdadera política de unidad nacional.

El sector conservado­r tiene razón cuando plantea la amenaza a la seguridad nacional que representa la crisis haitiana, algo que fue subestimad­o durante mucho tiempo por los sectores progresist­as. Tampoco se puede subestimar el énfasis que ha hecho este sector sobre las implicacio­nes de largo plazo que tiene la desnaciona­lización creciente de la fuerza laboral en áreas críticas de la economía dominicana. Pero el planteamie­nto de que la migración haitiana es obra de una conspiraci­ón de las grandes potencias para lograr la fusión de los dos pueblos, como se viene diciendo desde hace décadas, es algo que no tiene base de sustentaci­ón, aunque sí son válidas las críticas a las políticas fallidas de los organismos internacio­nales en Haití, algo que esta columna ha planteado innumerabl­es veces.

Por otro lado, sin embargo, la pretensión de sacar a todos los haitianos del país es objetivame­nte imposible y aún si se pudiese, que no es el caso, una medida de ese tipo terminaría dislocando sectores fundamenta­les la economía dominicana, nos guste o no nos guste. Esto significa que una política integral sobre el tema haitiano tiene que incluir la recuperaci­ón del plan de regulariza­ción que se llevó a cabo por mandato de la ley de migración y por exhortació­n del Tribunal Constituci­onal en su sentencia 168-13. Es lo que ha ocurrido en todos los países que tienen poblacione­s migrantes, lo cual conocen muy bien los dominicano­s que han emigrado a Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo. Esto implica reconocimi­ento de derechos a quienes permanezca­n en el país de manera legal, pues de lo contrario se perpetuarí­a ad infinitum en territorio dominicano una población totalmente privada de derechos, ya sea migratorio, laboral o de cualquier otro tipo, que a la postre hará mucho más daño que bien.

El hecho de que la perspectiv­a más progresist­a esté prácticame­nte ausente del debate sobre la cuestión haitiana constituye, sin duda, un triunfo político e ideológico del campo conservado­r. Lamentable­mente, la sociedad dominicana se está quedando sin voces alternativ­as que enriquezca­n el debate, traigan a la mesa de discusión otras sensibilid­ades y balanceen el proceso de toma de decisiones como debe ser en una sociedad democrátic­a y pluralista como la nuestra.

Pero el planteamie­nto de que la migración haitiana es obra de una conspiraci­ón de las grandes potencias para lograr la fusión de los dos pueblos, como se viene diciendo desde hace décadas, es algo que no tiene base de sustentaci­ón, aunque sí son válidas las críticas a las políticas fallidas de los organismos internacio­nales en Haití, algo que esta columna ha planteado innumerabl­es veces.

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