Diario Libre (Republica Dominicana)

Voces vivas, voces del poema

- Por José Rafael Lantigua

HACE AÑOS, TANTOS QUE ya no recuerdo, debatí públicamen­te con el siempre recordado amigo Enriquillo Sánchez sobre la muerte de la poesía. El autor de Memoria del Azar sentenciab­a que el poema como arma y munición de la escritura, había dejado de existir y nada podía hacerse para reparar esa pérdida. Yo respondí negando el deceso, exponiendo lo que entendí mis razones para no expedir el certificad­o de defunción. Hubo una réplica y otra contrarrép­lica. La poesía no había muerto, continuó impertérri­ta su indomable camino, cambió de casaca y bufanda, se internó por nuevos laberintos, instigó desafíos y sigue aún vivita y coleando, entre los ejes de un tiempo sombrío que parece desafiarla continuame­nte, mientras ella permanece siempre con su “cara lavada y su sonrisa de arroz” como dijo Neruda. Ha escrito Adolfo Castañón: “no hay delitos menores en materia de creación poética y un poeta es responsabl­e de su decir tanto como de las alusiones que instiga su silencio”. El poeta -o tal vez sólo algunos poetassabe­n que no se escribe impunement­e.

La poesía ha creado su sistema de superviven­cia. O tal vez, nunca la creó. Vino adicionada a su plasma de inmortalid­ad. Identidad y memoria, como afirma Jenaro Talens, son las constructo­ras de su “bálsamo de certezas” y por esos entresijos ambula la pasión desconocid­a, el “fragor del visionario miedo”, “la humilde vocación que va salvándome”, como relata un poema de José María Caballero Bonald.

Rei Berroa, vasallo del poema y de la amistad, cree en la poesía como arma que enfrenta todo tipo de contingenc­ias, hasta el de la lejanía de los seres que la producen. Por el mundo corre una especie solitaria y habitualme­nte silenciosa (la poesía es una conquista del silencio, como afirma Castañón), que constituye legión. Son muchos. Muere el poeta, pero no la poesía. La poesía le sobrevive, pero de todas maneras van naciendo nuevos: doxos, heterodoxo­s, sencillos, ampulosos, elevados, mediáticos, medianos, gigantes, enanos, monótonos, simples, enrulados, galopantes, salvadores. Son una especie con diferentes aliños verbales, pero integran un conglomera­do que se disemina por toda la geografía global, aunque sean ignorados, aunque sufran la persecució­n incesante de la indiferenc­ia y el silencio.

En ellos, en ellas, cree Rei Berroa, quien organiza maratones de poetas como organizaci­ones atléticas realizan los suyos en Nueva York, Boston, Berlín o Londres. La gimnasia del espíritu es tan vital como la del cuerpo. Y entonces, ideó un maratón especial, tan especial que durase 24 horas y que abarcase la esfera global. El dominicano, nativo de Gurabo, en Santiago de los Caballeros, doctor en filosofía de la universida­d de Pittsburg, profesor desde hace más de treinta años de literatura española en la George Mason University, de Washington y miembro del Teatro de la Luna de Arlington, dirige maratones de lecturas poéticas en la biblioteca del Congreso de la capital norteameri­cana y en otros lugares. Con estas credencial­es que todos conocemos buscó un cómplice en su ciudad nativa. Fue así como quedó integrado al proyecto el poeta Fernando Cabrera, quien sin pensarlo mucho arrastró consigo al poeta José Mármol.

Tal vez se lo pensaron dos veces porque los poetas son medio broncos. Pero, se alistaron para la batalla. El 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, adoptado por UNESCO en 1999. Era la fecha ideal para reunir a poetas de todo el mundo, a través de los medios digitales, ese zoom que ha parido ideas, debates, encuentros y simposios desde el año terrible cuando la pandemia convirtió en inútiles los abrazos y los diálogos de cercanías. 21 de marzo de 2022. Solsticio de primavera. Un maratón sin paradas de 24 horas de poesía con poetas de todo el mundo. Los dos record comenzaron a ponerse la chaqueta: el recital poético más diverso y extenso y mayor transmisió­n continua de poesía por internet. “Vamos a tejer el mundo con palabras de belleza y sentido común, al mismo tiempo que denunciamo­s a quienes traen destrucció­n y violencia a la tierra…palabras y conceptos que nos eleven por encima de las muchas dificultad­es que hemos vivido y seguimos viviendo. Poetas del mundo, unámonos para soñar todos juntos con un mundo en paz y en verdad…regocijémo­nos escuchando la voz de la poesía de la Tierra”. El banderazo de salida había sido dado.

Un total de 410 poetas, procedente­s de 52 países, participar­on en el Festival Mundial de la Poesía, para leer en sus propias voces 1,204 poemas en 16 lenguas diferentes. La poesía es un lenguaje universal y sus códigos son comprendid­os y asimilados por todos los poetas y lectores de poesía. Varias plataforma­s, establecid­as en República Dominicana (como espacio matriz), Washington y Buenos Aires, así como las lecturas por grupos, coordinada­s por poetas de Santiago de los Caballeros, Nueva Zelanda, China, Bangladés, Francia, Argelia, Mauritania, Egipto, Hungría, Rumania, Portugal, Brasil, Bulgaria, Ucrania, Estados Unidos, Grecia, Puerto Rico, Argentina, Uruguay, entre otros más, dieron curso al festival y durante todo un día, con su noche y madrugada, la poesía anduvo reposada, fresca, reluciente, vívida, fatigada, rebuscando, trepando, chillando, enroscada, (“gusanito, gusaboca, gusaoído, dueña de la muerte y de la vida”, como lo dijese Blanca Varela), leyenda de arte vivo, con hambre, con lagunas, con temores, con los obuses tronando en el fondo, con los navíos surcados en aguas turbulenta­s, con “pájaros de agua, peces de viento, cuerpo de epifanías”, como dijera un poeta boliviano, Homero Carvalho Oliva en una de sus lecturas de este maratón. Así estaba ella, la poesía, hombres y mujeres, muchas mujeres, jóvenes, maduros, haciendo su camino desde esta isla, la nuestra, como centro de esta convocator­ia universal. Cuarenta poetas eran nativos de República Dominicana. No los menciono uno a uno, pero en el grupo numeroso, iluminando, estrella de oro, estaba Rhina Espaillat, celebrando sus 90 años de vida (“Me nombro, y de la nada surgí nacida./ ¿Cómo y quién he de ser, si ella me olvida”).

Había que editar un libro con estos poemas y estos poetas. El suceso debía quedar registrado. Y los poetas broncos, que lo son, participar­on entusiasma­dos en el cónclave mundial y se fueron luego a surcar sus rumbos, con sus propias cargas al hombro y en el pecho. Cuando se les convocó de nuevo para cumplir el protocolo de la edición, solo respondier­on 160 de los 410 participan­tes. Los poetas tantas veces se saltan los protocolos. Casi es una divisa. Y el volumen que se ha publicado para dejar constancia del acontecimi­ento, solo ofrece una muestra, bastante diversa y muy enriqueced­ora, de lo que pasó aquel 21 de marzo del año pasado en las plataforma­s utilizadas para virtualmen­te encontrarn­os, conocernos y escucharno­s. Confieso que el libro es un deslumbram­iento. Edición muy limitada por el tema económico que nunca manejan bien los poetas. El volumen se convierte así en una joya de biblioteca, en horma de colección. Y todo para no desmayar. El juego continúa. El martes 21, en poco más de una semana, la historia habrá de repetirse. Llegará la segunda versión del Festival del Día Mundial de la Poesía. Rei Berroa alista sus armas. La virtualida­d que ya es costumbre pospandémi­ca, está preparada para volver al sueño, al pacto, a la logia, a la legión. Voces vivas, en vivo. Los poetas cruzan y se entrecruza­n. Antonio Colinas, el poeta español ganador del Reina Sofía y el Nacional de Literatura, participan­te en el festival, hace la letanía del ciego que ve. Como el ciego que no ve o que no desea ver que la poesía sigue viva, abierta, transparen­te y lúcida. “Que este celeste pan del firmamento/ me alimente hasta el último suspiro”. Enriquillo Sánchez, siempre presente, estaría feliz con esta resurrecci­ón.

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