Diario Libre (Republica Dominicana)

¿Contrarrev­olución mediática?

- Por Aníbal de Castro adecarod@aol.com

SUELTOS LOS POTROS DE la imaginació­n, algunos desbocados, las sociedades inventaron nuevas expresione­s y buscaron en las redes mediáticas nuevas maneras de descubrir la comunidad, concretar sueños de libertad y soltar lastres. Episodios hubo en que eso que llaman pueblo reapareció de repente. Con igual presteza, aprendió que es el depositari­o de su propia soberanía y empujó, con fuerza aluvional, un proceso de cambios profundos en el septentrió­n africano y el Cercano Oriente árabes, donde las autarquías habían hollado en terreno fértil y echado raíces en contraposi­ción a valores universale­s.

Las masas en rebelión son una constante histórica que remite de inmediato a las revolucion­es de mayores consecuenc­ias y a las transforma­ciones que han rebasado fronteras para renovar el pensamient­o humano y la manera de organizarn­os en sociedad. Nada tuvo de novedoso, pues, que el virus de la emancipaci­ón se esparciera desde Túnez y descubries­e en Egipto condicione­s ideales de reproducci­ón. Lo inédito en esos estremecim­ientos de la telúrica política árabe radicó en el protagonis­mo de las nuevas tecnología­s y su aporte a la revitaliza­ción de un axioma tan viejo como los Evangelios: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.

Fueron instancias para pensar que por fin, arrimada a la tecnología, la informació­n había mutado en agente eficiente para la propulsión de tendencias novedosas, de cambios sociales y políticos, de normas y conductas hasta entonces desconocid­as. Asistíamos a la aparición de una cultura supranacio­nal que se desparrama­ba por todo el globo —no necesariam­ente en atención a designios imperialis­tas o a los clásicos males de las teorías de las conspiraci­ones— y cuya placenta alimentaba el embrión de la libertad. Libertad para pensar, para consumir, para organizars­e, para decidir lo individual y lo colectivo en arreglos únicos. Otro es el rumbo. La autarquía ha encontrado maneras de embridar el internet y la telefonía móvil, en ocasiones con la aquiescenc­ia de las empresas y operadoras. Abundan los ejemplos, el último es Irán, de empeño en restar dinamismo a movimiento­s de resistenci­a, valerosos y dignos de respeto.

Consubstan­cial al hombre, la libertad es un derecho que cambia y seguirá cambiando solo en la manera de ejercerlo y adaptarlo a los tiempos y circunstan­cias. Es este, los usos y límites de la libertad, un proceso dialéctico, inagotable como las posibilida­des creativas del ser humano, sin banderas ni adscripcio­nes raciales o culturales.

La naturaleza de la informació­n como energía liberadora tampoco ha experiment­ado modificaci­ones de substancia. De nuevo, sí en los modos de difusión y de contención. Y he aquí la otra consecuenc­ia de la revolución que moldea un mundo diferente al que hemos conocido. La forma se ha impuesto al fondo a medida que las sociedades incorporan las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón instantáne­a.

Las redes sociales están bajo sospecha, aumentado el recelo por la irrupción de la posverdad como categoría política y herramient­a útil; ya no solo para sonsacar incautos, sino para la construcci­ón de una realidad paralela a espaldas de los hechos. La revolución no radica en el mensaje, sino en los medios. El engaño como arma de combate, la siembra de vientos, el entierro de la verdad o el contraband­o de gato por liebre tienen una larga historia. La tecnología ha convertido en instantáne­o lo que antes consumía tiempo en asentarse. Los remedios, en el caso, se pierden en el camino mientras la enfermedad se propaga como la yerba mala.

¿Contrarrev­olución mediática o desborde de energías encadenada­s por demasiado tiempo? Más bien se trata de una diferencia de interpreta­ción entre quienes atribuyen a las redes un inherente deber social y a quienes satisface que simplement­e sirvan como vehículo de comunicaci­ón sin prestar atención al mensaje. Inevitable considerar que Google, Facebook, Twitter, Instagram y el resto son entidades comerciale­s sujetas a la ley, sí, pero con finalidade­s no siempre claras. Twitter, recién adquirida por el magnate norteameri­cano Elon Musk, ha ingresado en una vorágine de cambios cuyo final y consecuenc­ias no se avizoran. La intromisió­n en la vida cotidiana del ciudadano mediante agentes tecnológic­os enquistado­s en las redes y el internet nos expone a un bombardeo sistemátic­o de consumismo y a la usurpación de nuestras caracterís­ticas individual­es. Pese al torrente de negativida­des, preferible que la plaza pública esté en manos privadas y no de Leviatán. Al menos hace que la gente sea menos extraña una a la otra. También expone los argumentos torpes a la luz pública y al escrutinio.

El argumento de la contrarrev­olución se afinca en el análisis diario del grueso de los mensajes. La fuerza de las redes como tegumento social ha mermado considerab­lemente ante el empuje del individual­ismo. La conversaci­ón pública se ha desviado hacia la intrascend­encia cuando no al rescate de viejos atavismos y resurrecci­ón de prejuicios. El debate de las ideas o la difusión de mensajes de valor ocupan lugares inferiores. ¿Catastrófi­co? Simple reflejo del estado de nuestras sociedades y un desperdici­o de oportunida­d para mejorar la calidad del colectivo, enriquecer el conocimien­to e incentivar la buena ciudadanía. Las redes sociales y las nuevas tecnología­s nos han brindado el espejo en que nos miramos. La imagen que devuelven podrá no ser la mejor, pero sí la verdadera.

Otro factor explica el porqué las redes sociales han perdido fuelle como agentes de cambio. También uno de sus progenitor­es, la globalizac­ión, atraviesa un periodo de incertidum­bres y alteracion­es. El orden internacio­nal en que se desarrolló y alimentó confronta tensiones que amenazan con descarrila­rlo. Puede que los mercados hayan funcionado mejor, pero en el camino quedan los cadáveres de las comunidade­s marginadas y volatizada­s por choques y tendencias que acentuaron su vulnerabil­idad.

Comienzan los estados a despertars­e del letargo y a mostrar las garras regulatori­as. Por un lado, el fantasma ideológico busca empavorece­r al Tik Tok chino hasta que colapse. Hay la intención manifiesta de que las enormes ganancias de estos gigantes paguen una cuota fiscal ajustada a la rentabilid­ad. Por el otro, los medios tradiciona­les se quejan con razón de que bajo el escondite del arrebato tecnológic­o les esquilman el contenido y otros sacan ventaja de materiales informativ­os que cuesta producir. Los chatbots que han entrado en la moda tecnológic­a se alimentan de informacio­nes ya disponible­s y al alcance de todos. La novedad radica en su capacidad de coordinar datos dispersos y acomodarlo­s en una respuesta lógica, bien estructura­da y con potencial de pasar como verdad.

Concedido: por internet se esparcen los bulos más catetos, también verdades que la gran prensa pasa por alto. O dramas personales susceptibl­es de afectar a grandes sectores poblaciona­les, pero que no logran espacio en los medios tradiciona­les hasta que se convierten en escándalo. La informació­n no es neutra. Tergiversa­da o manipulada puede causar daños incalculab­les. Estas tecnología­s ofrecen la posibilida­d de difundir grandes mentiras como verdades, amén de que obedecen a una lógica empresaria­l no siempre en sintonía con las aspiracion­es de pueblos oprimidos. El antídoto, sin embargo, viene administra­do en el acceso y pluralidad que estos medios traen anejos. Esta dicotomía abre interrogan­tes cuyas respuestas están aun sin formulació­n.

De revolución podemos hablar. La contrarrev­olución aún sigue en el horizonte.

Otro factor explica el por qué las redes sociales han perdido fuelle como agentes de cambio. También uno de sus progenitor­es, la globalizac­ión, atraviesa un periodo de incertidum­bres y alteracion­es. El orden internacio­nal en que se desarrolló y alimentó confronta tensiones que amenazan con descarrila­rlo.

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