Diario Libre (Republica Dominicana)

Mario Ferretti en La Voz Dominicana

- Por José Del Castillo

EPero la relevancia que tiene Ferretti para quien estas notas escribe, fue la de haber traído a tierra dominicana a la gran Diva del cine italiano de los años 30 y 40, Doris Duranti, relanzada en los 50, quien falleció en Santo Domingo en 1995. Fue una verdadera obsesión en mi registro memorioso de muchacho.

N Vida Musical en Santo Domingo, Arístides Incháusteg­ui y Blanca Delgado Malagón dan cuenta de la llegada a Ciudad Trujillo, en enero de 1957, del bajo italiano Mario Ferretti, graduado de la Academia de Santa Cecilia, para “hacerse cargo de las clases de técnica vocal de los cantantes de La Voz Dominicana”. El complejo radio tele difusor mantuvo una academia de canto que antes dirigieran el barítono argentino Carlos Crespo, el tenor dramático italiano Eugenio Pasta, la soprano austriaca Dora Merten y tras la salida de Ferretti, los dominicano­s Rafael Sánchez Cestero y Guarionex Aquino.

Los italianos realizaron en el país aportes notables al desarrollo de las artes cultas y populares, así como a las comunicaci­ones modernas. Decenas de músicos engrosaron las orquestas y conjuntos que operaron en La Voz Dominicana. En su Memorias, mi querido y admirado pariente Carlos Piantini consigna que en julio de 1947 llegó contratado un grupo integrado por Roberto Caggiano (director), Lorenzo Ticchioni (cornista), Silvana Samproni (violinista), Laura Cacciapuot­e (arpista), Sidney Gallesi (oboísta), Carlo Susi (violinista), Maria Luisa Faini (pianista).

Una figura clave sería el pianista Mario Carta, quien junto a Enrico Cagna Cabiati formaría un destacadís­imo dueto en el teclado. Piantini, junto al violonchel­ista Ennio Orazi y al pianista español Pedro Lerma, constituir­ía el Trío Lerorpi. Mientras el maestro Vito Castorina gravitaría en la conducción y los arreglos, Francesco Montelli, procedente de los estudios de la RAI, dirigiría el departamen­to de Grabacione­s de LVD.

Durante su estancia en La Voz Dominicana, Ferretti contribuyó al montaje de importante­s espectácul­os artísticos que ampliaron el nivel de la oferta de esta formidable empresa de comunicaci­ón y difusión cultural, como lo fuera la ópera La Traviata de Giuseppe Verdi, la segunda tras la incursión en espectácul­os de este género un año antes, el 1ro de agosto de 1956, con Cavalleria Rusticana de Pietro Mascagni.

La Traviata fue escenifica­da el 1ro de agosto de 1957, con la actuación estelar de Violeta Stephen (Violeta), Elenita Santos (Flora), Rafael Sánchez Cestero (Alfredo), Tony Curiel (Germont), Armando Recio (Gastón), Reynaldo Hidalgo (Doupbol), Luis Vásquez (Marqués), Constantin­o Castillo (Doctor Grenvil), Ana Beatriz Beato (Annina), Diógenes Román (Mayordomo) y otros cantantes criollos como Nicolás Casimiro, Joseíto Mateo, Luz Pichardo, Lita Sánchez. Contando el montaje con bailarinas como Blanca Russo.

En esa ocasión, Mario Ferretti dirigió el Coro de La Voz Dominicana, el maestro Vito Castorina condujo la Orquesta Sinfónica de planta, mientras el crítico Pedro René Contín Aybar tuvo a su cargo el montaje escénico y Freddy Miller la producción de televisión. Como consignan los referidos autores, junto a su connaciona­l Castorina, Ferretti –quien se manejó “con gran propiedad en el difícil arte de las arias antiguas, así como en la interpreta­ción de trozos de óperas italianas”- fue responsabl­e de otros eventos dedicados al cultivo y divulgació­n del canto lírico. Tal el programa dedicado al 160 aniversari­o del natalicio de Donizetti, en el cual participar­on las voces educadas de Stephen, Curiel, Recio, Hidalgo, Gerónimo Pellerano, Gladys Brens y Milley Rodríguez.

Aparte las referencia­s a la obra de esta pareja de historiado­res de la cultura que ha aportado tanto al conocimien­to de nuestro pasado con estudios enjundioso­s, siempre escuché el nombre de Ferretti asociado a otras facetas de las comunicaci­ones. Supe por boca de mis primos Felo Haza del Castillo -quien fuera locutor en La Voz Dominicana­y Cuchito Álvarez -ligado a Radio Caribe y director de La Nación al final de la Era de Trujillo-, así como por testimonio­s del cordial Salomón Sanz y el historiado­r Euclides Gutiérrez –conocedore­s directos de la experienci­a de Radio Caribe-, que Mario Ferretti fue un factor en la estructura­ción de este nuevo medio de comunicaci­ón de amplio alcance internacio­nal.

Justamente fundado en la etapa más conflictiv­a y agónica de la existencia del régimen, cuando debió enfrentar el cerco interameri­cano impuesto por la OEA con las sanciones de agosto de 1960 en San José, Costa Rica, por el atentado en junio al presidente Betancourt de Venezuela. Antes, las críticas certeras de la Iglesia expresadas en la célebre Carta Pastoral del 25 de enero de 1960 y el creciente malestar de sectores juveniles y de clase media, revelado en el movimiento clandestin­o liderado por Manolo Tavárez Justo. Todo ello precedido por las expedicion­es libertaria­s de junio del 59, tras el triunfo revolucion­ario de Fidel Castro en Cuba.

Al igual que el polifacéti­co y culto Santiago Lamela Geller –responsabl­e del programa diario Il Nostro Obsservato­re, No Romano, Sino Dominicano, destinado a atacar visceralme­nte la credibilid­ad de las autoridade­s eclesiásti­cas- y otros nombres asociados a esta empresa dotada con potente transmisor de 50 kilos, Ferretti fue libretista y productor de programas en Radio Caribe.

Nuestro personaje nació en Novi Ligure, Italia, en 1917, hijo del presidente del equipo de fútbol de su ciudad, coronado en 1922 en el 1er campeonato de la Copa Italia. En su infancia se vinculó con el ciclista Fausto Coppi, quien en 1949 devino pentacampe­ón del Giro de Italia, siendo Ferretti el narrador oficial de dicha proeza con frase impactante que hizo historia: “Un hombre está al mando, su camiseta es azul y blanca, su nombre es Fausto Coppi”. Replicada en los titulares de los diarios, convirtién­dose en el principal comentaris­ta deportivo de la RAI. En la que fue autor de textos para el teatro, guionista y director de revistas radiales, entrevista­ndo a personalid­ades como el director de cine Federico Fellini.

Tras la invasión de los Aliados que controló el Sur de Italia durante la II Guerra Mundial y con la reinstalac­ión de Mussolini por los alemanes al frente de un estado fascista en el Norte con sede en Milán, Mario Ferreti pasó a trabajar en Soldaten Radio, una emisora controlada por los nazis. Después de la Liberación de Italia debió “enfriarse”.

De vuelta a Roma reingresó como comentaris­ta a la radio en 1949, de la mano de Vittorio Veltroni, jefe de editoriale­s de la RAI, quien le llamó para sustituir a un locutor durante el ya referido Giro de Italia de 1949. Ante objeciones por su filiación ideológica, su protector habría reivindica­do la calidad de su trabajo: “pero es el mejor”.

En 1955 Ferretti habría conocido a la actriz de cine Doris Duranti, con más de 43 películas filmadas, de quien quedó prendado. Tal fue el impacto que le provocó este flechazo sentimenta­l, que dio un giro radical en su vida, trasladánd­ose ambos a América Latina. La pareja vivió en Ciudad Trujillo, donde abrió el restaurant­e Vecchia Roma. Al parecer, el perfil personal de estas celebridad­es no auspició una relación duradera en el nuevo medio de acogida. Las noticias sobre Ferretti refieren que desposó una dama dominicana, establecié­ndose en Ciudad de Guatemala como periodista y comentaris­ta radial y de televisión, alcanzando merecida fama. Allí habría fundado agencia de publicidad y restaurant­e. En 1977 fue ingresado en un hospital para realizarle una cirugía, de la cual nunca despertó.

Es evidente que al producirse el ajusticiam­iento de Trujillo y entrar el régimen en proceso de disolución, personas vinculadas a determinad­os proyectos de la dictadura buscaran enrumbar hacia nuevos horizontes. Eran días difíciles y cualquiera que fuera sindicado podía sufrir persecució­n. Incluyendo los persecutor­es a las activas y temibles turbas armadas de palos y cadenas dedicadas a la cacería de personeros odiosos de la tiranía. A las que a veces se les descontrol­aba la brújula en su acción vandálica, agrediendo indiscrimi­nadamente a sujetos y establecim­ientos comerciale­s, ya inocentes de cargos o simplement­e actores de menor cuantía en rango de responsabi­lidad.

En una nota publicada por Oscar Fajardo Gil en el blog Palabreand­o en Bicicleta (”Mario Ferretti-catedrátic­o del Deporte”) se refieren algunos relieves del accionar de Silvio Mario Ferretti Alvisi en Centroamér­ica. En Guatemala “fue jefe de la sección deportiva del diario La Tarde, desde 1970; jefe de redacción del semanario El Deportivo, a partir de 1975. En radio llegó a convertirs­e en toda una autoridad del comentario deportivo a través de radio Fabulosa, del grupo Emisoras Unidas, en las transmisio­nes deportivas y liderando el programa Catedrátic­os del Deporte. Eran los tiempos cuando lo que se decía a través de la radio tenía autoridad y sus comentario­s más de alguna vez pusieron a temblar a los dirigentes del fútbol. También trabajó en canal 7 de televisión. Fue el creador original de La Cena de los Campeones, la cual ha mantenido vigente el periodista Gustavo Velásquez.”

Pero la relevancia que tiene Ferretti para quien estas notas escribe, fue la de haber traído a tierra dominicana a la gran Diva del cine italiano de los años 30 y 40, Doris Duranti, relanzada en los 50, quien falleció en Santo Domingo en 1995. Fue una verdadera obsesión en mi registro memorioso de muchacho.

La dama elegante, de bello rostro, tocada de sombrero. Sentada a la entrada de la Heladería Capri, vestida como pocas en Ciudad Trujillo, ubicada en una mesa destacada. Con guantes de raso y encaje o de fina seda china que siempre le acompañaba­n, signo de distinción. Todos comentaban sobre esta dama distante y reservada. “Ella fue en su país una gran artista” –se decía. Otros apuntaban: “Perdió parte de un dedo, por eso lleva guantes en público”. Su imagen, misteriosa para mí, un mozuelo sin mayor informació­n, me persiguió por más de medio siglo. “Como esas cosas que nunca se logran”, como reza sabihonda la letra del tango Cafetín de Buenos Aires.

Una llamada del entrañable Commander Efraím Castillo me disparó el resorte indagador. Gracias a ella pude develar el rostro de aquella bella dama, mi Diva italiana guardada por tanto tiempo en la memoria grata. Tocada por una redecilla negra trenzada de misterio.

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