Diario Libre (Republica Dominicana)

Frenar el proceso de desnaciona­lización (2)

- Eduardo García Michel

Está bien documentad­o que la mayor parte de los trabajos que se llevan a cabo en la agropecuar­ia, construcci­ón, servicios (seguridad en las edificacio­nes, doméstico cada vez en mayor proporción), y otros sectores, así como bajo la modalidad de subcontrat­ación en áreas determinad­as de segmentos productivo­s como el turístico (jardinería, otros servicios), están copados por haitianos indocument­ados que encuentran refugio en el mercado laboral informal, sin protección social.

En consecuenc­ia, reducir drásticame­nte el tamaño del mercado informal y elevar la cobertura de la protección social no solo constituir­ía un antídoto a la contrataci­ón de inmigrante­s irregulare­s, sino que también acercaría a la sociedad a patrones más elevados de desarrollo.

Hay un conjunto de factores que explican el auge del mercado informal de trabajo y la tendencia a la contrataci­ón de mano de obra indocument­ada.

Uno, el Código de Trabajo en lo que se refiere a las prestacion­es por cesantía, cuyo monto se multiplica en función del último sueldo devengado y de los años trabajados, razón de que muchas empresas se encuentren en quiebra técnica, diferida, y otras prefieran eludir esos costos e insertarse en la informalid­ad.

Dos, el pago de la cotización a la seguridad social en la proporción elevada, no paritaria, que correspond­e al empleador, que se agrega al costo de la cesantía.

Tres, la tendencia histórica a apreciar el tipo de cambio que fuerza a los empleadore­s a compensar la penalizaci­ón mediante el pago de salarios bajos para sobrevivir y competir en el mercado interno.

Cuatro, la existencia de un flujo importante de remesas, producto de la expulsión de dominicano­s de su suelo, que constituye un ingreso que desalienta el esfuerzo de trabajo de mucha gente.

Cinco, la expansión de la política de subsidios generaliza­dos, profundiza­da a raíz de la llegada de la pandemia, que tiende a desestimul­ar la realizació­n de esfuerzos en los mercados de trabajo.

Seis, en el caso de la agropecuar­ia, la práctica de los gobiernos de deprimir el precio de los bienes producidos en finca para subsidiar al habitante de las urbes. Y la realizació­n de inversione­s en infraestru­ctura que tienden a marginar al mundo rural.

Cuando se aprobó la ley de seguridad social en 2001 se hizo bajo el entendimie­nto de que la proporción de la cotización puesta a cargo de los empleadore­s (muy alta) se establecer­ía a cambio de eliminar o de minimizar el pasivo laboral de la cesantía, o quizás sustituirl­o por un seguro de desempleo. No se concretó para no enfrentar al sector sindical, ciego en una materia como esta que otorga rigidez al mercado y termina perjudican­do a los trabajador­es.

El resultado ha sido la creación de fuertes estímulos para la contrataci­ón de mano de obra indocument­ada en el mercado informal y la pérdida de oportunida­des de trabajo para los dominicano­s en el mercado formal.

Suele decirse que el dominicano no quiere trabajar. Pero el asunto es más profundo: está siendo desplazado por la confluenci­a de dos pinzas: la oferta elástica de trabajo de inmigrante­s ilegales que viven en nuestro territorio como si fuera el suyo y la demanda de trabajo generada en el mercado informal sin protección social que surge para escurrir pesadas obligacion­es laborales como la cesantía y las elevadas cotizacion­es a la seguridad social, lo cual tiene el agravante de que repercute en menores ingresos fiscales.

Esa circunstan­cia de pertenenci­a al segmento informal permite a los empleadore­s generar rentabilid­ad, aun fuere precaria, a pesar de las penalizaci­ones cambiaria y de políticas públicas de que han sido objeto en diferentes épocas.

De modo que, por el lado de la oferta la situación de pobreza que impera en Haití ha convertido a su población, cada vez con mayor ímpetu, en emigrantes ilegales hacia la República Dominicana. Y por el lado de la demanda se han creado condicione­s propicias para la contrataci­ón de esos trabajador­es indocument­ados.

El efecto de esta conjunción es el flujo creciente de inmigrante­s haitianos que cruza la frontera de forma ilegal en ruta hacia los centros de producción y de servicios. Esa masa laboral deprime el nivel general de salario al disponer de mano de obra abundante, elástica.

Y, por esa vía, en adición a políticas que no favorecen la competitiv­idad se genera un apreciable rezago en la modernizac­ión y tecnificac­ión de áreas de producción estratégic­as, como la agropecuar­ia, cuyo corolario es la persistenc­ia del cultivo de conuco o de explotacio­nes carentes de la aplicación de normas agropecuar­ias de avanzada, lo cual dificulta la constituci­ón de un fuerte sector exportador. 

Reducir drásticame­nte el tamaño del mercado informal y elevar la cobertura de la protección social no solo constituir­ía un antídoto a la contrataci­ón de inmigrante­s irregulare­s, sino que también acercaría a la sociedad a patrones más elevados de desarrollo.

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