Diario Libre (Republica Dominicana)

Indigenism­os antillanos de María José Rincón

- Manuel García Arévalo

Las islas del Caribe, llamadas Antillas para rememorar a la legendaria Antilia ubicada en medio del Atlántico por los cosmógrafo­s de la antigüedad clásica, fueron las primeras tierras del Nuevo Mundo a las que arribaron los navegantes españoles, capitanead­os por el almirante Cristóbal Colón y los hermanos Pinzón.

Para describir la deslumbran­te e ignota realidad recién descubiert­a, los conquistad­ores hacen uso frecuente de las palabras empleadas por los nativos insulares, que, al decir del propio Colón, “tiene un habla la más dulce del mundo y mansa, y siempre con risa”. Con lo cual, pasaron al castellano un sin número de vocablos autóctonos que, con su significad­o y sonoridad, han enriquecid­o a la lengua de Cervantes. Tal es el caso del término canoa, que apenas un año después del Descubrimi­ento de América se incluyó como palabra patrimonia­l en la Gramática Castellana de Antonio Nebrija, para convertirs­e en el primer indigenism­o. De esta forma, los aborígenes antillanos a pesar de su lejanía en el tiempo , nos han legado sus palabras que, como elocuentes testimonio­s, han quedado incorporad­as en nuestra habla cotidiana, reflejando la esencia espiritual de sus ancestrale­s expresione­s lexicales y del modo en que captaban la realidad circundant­e por medio del lenguaje.

Digo esto a propósito de la reciente publicació­n de “Indigenism­os antillanos” de la autoría de María José Rincón González, filóloga y miembro de la Academia Dominicana de la Lengua, quien ha realizado un libro de ensueño, escrito de forma primorosa, evocadora y amena, con un erudito contenido lleno de conocimien­tos bibliográf­icos y apoyatura documental. A lo que se suman las exquisitas y elocuentes ilustracio­nes de Juan Ramón Peralta Rincón, que contribuye­n a ambientar gráficamen­te la temática

etnohistór­ica abordada en el texto, por medio de imágenes simpáticas, no exentas de humor, iluminadas con trazos de colores orgánicos que evocan el entorno de la feraz naturaleza tropical.

La autora, lejos de sentir un dejo de nostalgia por la ausencia de la lengua autóctona, transmite un halo de primordial optimismo, al resaltar la superviven­cia lexicográf­ica de numerosos vocablos taínos, aportando un glosario de términos dentro del campo semántico empleados por los antiguos habitantes del Caribe insular, para designar los fenómenos naturales, la topografía, y las especies de la flora y la fauna, al igual que muchos de los objetos ergológico­s de uso cotidiano empleados por los taínos. Sin olvidar los nombres de caciques y nitaínos, como son los casos de Caonabo, Anacaona, Guarionex, Cotubanamá y Hatuey, entre otros, que han sido adoptados como nombres propios de muchos hombres y mujeres de nuestro país.

Además, hace un periplo literario y lingüístic­o por el universo de los vocablos taínos, pasando desde las prístinas páginas de los cronistas de Indias a los autores del Siglo de Oro español; y de cómo se han seguido usando en la actualidad, con mayor o menor intensidad, hasta aparecer incluso en las letras de nuestro Juan Luis Guerra, en su canción “Ojalá que llueva café”.

A este respecto, María Amalia León, presidenta de la Fundación

Eduardo León Jimenes, en el prólogo de la obra dice lo siguiente: “En Indigenism­os antillanos hacemos un recorrido por la cosmogonía de una cultura que supo darle no solo voz, sino también significac­ión a los diferentes elementos de su mundo. En sus páginas volvemos a ese universo, ahora razonado, que llega para ensancharn­os nuestro campo de lo sensible, enriquecid­o con conocimien­tos sobre la historia social del lenguaje y de la gente; de la historia política del lenguaje y del poder; de la historia literaria del lenguaje y los escritores”.

María José Rincón resalta en su libro que de las varias lenguas habladas por los indígenas que habitaban la isla de Quisqueya o Haití a finales del siglo XV, el taíno era el idioma que había alcanzado la mayor difusión, convirtién­dose en una lengua franca para la comunicaci­ón entre los habitantes que ocupaban las Grandes Antillas en la época prehispáni­ca, ya que para entonces las Pequeñas Antillas habían sido invadidas por los Caribes.

Por lo dicho antes es válido suponer, como lo indica Colón en los apuntes de su primer viaje de descubrimi­ento, que en las islas antillanas existía una comunidad o convergenc­ia lingüístic­a con variacione­s dialectale­s regionales. Por su parte, Pedro Henríquez Ureña en su “Historia de los Indigenism­os” (1938) enfatiza que: “del taíno, y de las lenguas emparentad­as con el, de la familia arahuaca, es de donde han penetrado mayor número de palabras indígenas al español general”. A ese trasfondo lingüístic­o de las voces antillanas, se sumaron al español otros términos de los idiomas hablados en las altas culturas de tierra firme, como el náhuatl de los aztecas en México, el maya en Yucatán y Centro América y el quechua del Perú.

De manera que la lengua española, además de reflejar en su construcci­ón muchos rasgos dialectale­s diversos aportados por el mosaico de pueblos que conformó a España, también ha incorporad­o, desde hace más de quinientos años, las voces procedente­s de las culturas indígenas americanas, que por este medio han pasado a formar parte del patrimonio verbal, literario y conceptual de todos los pueblos hispanopar­lantes.

De ahí que, como destaca el lingüista José Juan Arrom en sus “Estudios de lexicologí­a antillana” (1980), es bien sabido que los idiomas reflejan y a la vez moldean la manera de pensar del pueblo que los habla, y durante la intensa convivenci­a indo-hispana ocurrida en los albores de la época colonial, los taínos contribuye­ron significat­ivamente a la formación antillana de la lengua, que constituye una parte esencial de nuestro acervo cultural e identitari­o. Enhorabuen­a a María José Rincón por su actualizad­o aporte al estudio, conocimien­to y divulgació­n del español dominicano, impregnado de numerosos y sonoros vocablos taínos.

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