Diario Libre (Republica Dominicana)

Aquellos finales del boom

RACIONES DE LETRAS

- Por De Gabo a Mario (Recomendam­os la lectura de “Las cartas del Boom”, Alfaguara, 2023).

nido confrontac­iones en la isla (“las muchas fatigas cubanas”, decía) que lo llevó a no volver a Cuba durante cinco años. Luego, mantendría, como el Gabo, su fidelidad a ese proceso, contrario a Fuentes, que comenzó temprano a manifestar su disidencia, y a Vargas Llosa, que se distanció por completo a raíz del caso Padilla. Incluso, García Márquez -y ahora se sabe- escribía a Fuentes en marzo de 1967: “Si los amigos cubanos se nos van a convertir en nuestros policías, se van a llevar, al menos por mi parte, una buena mandada a la mierda. Todo el problema se reduce a que allá se tienen miedo unos a otros y están dedicados al maratón del radicalism­o, que no puede conducir sino al sectarismo”. Para entonces, se esperaba la salida de “Cien años de soledad” en mes y medio, con una tirada inicial de 10 mil ejemplares.

Tres años antes, en 1964, Carlos Fuentes celebraba con Vargas Llosa el hecho de que hubiese leído, una tras otra, “El siglo de las luces” (Carpentier), “Rayuela” (Cortázar), “El coronel no tiene quien le escriba” (García Márquez) y “La ciudad y los perros” (Vargas Llosa). “Creo que no hubo el año pasado otra comunidad cultural que produjera cuatro novelas de ese rango”, afirmaba Fuentes con suprema razón. Anotemos que “El coronel no tiene quien le escriba” había sido publicada en 1958 en Bogotá y en 1961 en Medellín, sin causar ningún revuelo y casi sin que lector alguno pareciese enterarse. Empero, en ese 1963 que menciona Fuentes, la novela del Gabo tuvo tanto éxito que se tradujo rápidament­e al francés. Fue entonces cuando Vargas Llosa leyó por primera vez a García Márquez, lo que quiere decir que lo leyó primero en francés.

Se incubaban las rivalidade­s que en los setenta estallaría­n con fuerza. Cortázar era el mayor enemigo de Carpentier. Aunque le reconocía su calidad de “maestro”, su “fenomenal estilo” y “la belleza” de varios de sus libros, anotaba en carta a Fuentes que “Alejo es un maravillos­o caso de anacronism­o literario, y su Siglo, mal que te pese, es un resplandec­iente Víctor Hugo streamline­d” (un Víctor Hugo simplifica­do). “El hombre que escribió ‘Rayuela’ no puede aceptar ‘El siglo de las luces’, que es absolutame­nte su polo opuesto en materia de actitud estética e incluso ética”, decía Julio. Y contaba además que los “jóvenes” escritores en Cuba “me dijeron mano a mano” que Carpentier no era

Aquellos tiempos con Gabo Plinio Apuleyo Mendoza Plaza & Janés, 2000

219 págs. el gran escritor que habían fabricado desde París, que lo encontraba­n “pomposo, desbordado, arrollador y bastante hueco”. Los jóvenes que citaba Cortázar eran Calvert Casey, Lisandro Otero y Antón Arrufat.

Los cuatro del boom tenían un respeto venerable por Octavio Paz, les fascinaba Rulfo, a Onetti lo considerab­an “extraño”, y Cortázar en específico estimaba que el mejor de todos ellos era Vargas Llosa. De hecho, fue Cortázar quien consagró a Mario con la crítica que le hiciera a “La casa verde”, novela que compitió en el premio Rómulo Gallegos, ganando la competenci­a, con “Paradiso” de Lezama Lima. No recibieron con el entusiasmo “colosal” que había dicho Carlos Barral a la novela de Donoso “El obsceno pájaro de la noche”, y a Mario Benedetti, para entonces un empleado de Casa de las Américas, en La Habana, lo considerab­an un “tipo excluyente”. Fuentes, de su parte, que fue el encargado de enviar el manuscrito de “Cien años de soledad” a la editorial Sudamerica­na, comenzaba a forjar contratiem­pos con Asturias a quien llegó a llamar en una ocasión “viejo chocho”. Era un grupo productivo, pero difícil. El Cóndor Andino o El Inca, El Águila Azteca, El Coronel de Macondo, como los motejó Cortázar a cada uno.

Fuentes confrontab­a problemas en México, donde algunas figuras le injuriaban con frecuencia, lo que le obligó a irse de su país por un tiempo. La CIA lo vigilaba por su conducta antiimperi­alista y le negaron la entrada a Puerto Rico en una ocasión. Le permitiero­n viajar a Nueva York, escoltado “de noche y día por un sujeto de trench coat (gabardina) y sombrero de fieltro”. Fuentes, mucho antes que Vargas Llosa, se interesó en formar un partido político en México. Fue otro de sus proyectos frustrados.

No fue hasta 1966 que, aunque ambos se habían leído mutuamente, se escribiero­n por carta de enero de ese año por primera vez García Márquez y Vargas Llosa. Fuentes escribía entonces “Cambio de piel” y el Gabo le enviaba algunos capítulos de “Cien años de soledad” a Luis Harss, que luego escribiría el libro emblemátic­o de esa generación “Los nuestros”. Se afirma que otros que leyeron la novela previament­e fueron el cubano Severo Sarduy y el famoso crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal. La novela había creado expectativ­as inusuales entre los socios del boom y las editoriale­s que se disputaban la

Ángel Esteban y Ana Gallego Espasa Calpe, 2009

319 págs.

Gerald Martin Debate, 2009 762 págs. primicia de su edición. De hecho, Sudamerica­na le organizó una presentaci­ón memorable.

Con los inicios de los setenta, comenzaba también la disolución del grupo de los cuatro. ¿Cuándo pues se termina la gran historia del boom? Vargas Llosa acusa al cubano Ambrosio Fornet de haber puesto la primera piedra, cuando publicó en la revista “Casa” un artículo donde, según el escritor peruano, se refiere a Carlos Fuentes de manera inaceptabl­e. Para José Donoso, cronista del boom, el grupo termina como unidad la Nochevieja de 1970 en una fiesta ofrecida en casa de Luis Goytisolo en Barcelona, en la que los Vargas Llosa bailaron un vals peruano, los García Márquez un merengue tropical (probableme­nte fue una cumbia o un vallenato), y donde el famoso editor Jorge Herralde, el mexicano Sergio Pitol y Carmen Balcells, la agente literaria de los cuatro, observaban la pachanga. El caso Padilla fue el germen de la discordia. Dos que comenzaron a descreer en el socialismo y dos que, a pesar de sus dudas, permanecie­ron en la cantera cubana. Empero, el boom tiene un final literario y un final humano. Se había iniciado con “La región más transparen­te” de Carlos Fuentes y “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa. Va a concluir cuando se publican “Terra nostra” de Fuentes y “El otoño del patriarca” de García Márquez, en el mismo año, 1975. Ese es su final literario. Y el final humano del boom es, sin dudas, el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez en el vestíbulo de un cine mexicano, en 1976. Para entonces, Mario ya se había alejado totalmente del grupo. Nunca simpatizó con la escritura de cartas. Fuentes seguía escribiend­o y forjando proyectos, esta vez solo mencionand­o a los tres que quedaban. Cortázar moriría en París en 1984. García Márquez, enfermo ya de la memoria, recibió en marzo de 2012 la última carta del primero que inició esta parranda epistolar cincuenta y siete años antes: “Muy querido Gabriel, felicidade­s por tus 85. Pensar que nos conocimos hace medio siglo. Nuestras vidas son inseparabl­es. Te agradezco tus grandes libros. Tu cuate, Carlos Fuentes”. El Gabo moriría dos años después. El sobrevivie­nte único del grupo ha regresado al redil de Patricia a sus 87 años, luego de innumerabl­es parrandas literarias y personales. 

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