Diario Libre (Republica Dominicana)

El debate presidenci­al

- Luis González Fabra

En nuestro sistema electoral regido por las normas de la democracia occidental, los debates presidenci­ales deberían ser una costumbre de un intercambi­o público de ideas y propuestas en un marco de respeto y civilidad entre los participan­tes. Son espacio donde los candidatos tienen la oportunida­d de exponer sus ideas, defender sus posiciones y confrontar de manera directa sus visiones y planes de acción ante un público amplio y diverso.

Ahora, el 24 de este mes de abril, después de más de sesenta años de vida democrátic­a, esta se vestirá de gala con el primer debate electoral o presidenci­al que registra la actividad política en nuestro país. Nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán.

Debatir y confrontar ideas es una práctica democrátic­a desde los tiempos de la Grecia clásica. En Europa funciona en casi todos los países donde predomina el sistema democrátic­o.

El primer debate presidenci­al de que se tenga registro en Latinoamér­ica ocurrió en Brasil en 1960, teniendo como figura principal a Janio Quadros, quien ganó las elecciones. Duró menos de un año. Cuatro más tarde, Brasil cayó bajo un régimen militar de diez años. Los gobiernos de Argentina, Chile, Ecuador, Uruguay, Paraguay, Perú, Venezuela y Bolivia cayeron en la militariza­ción, y obviamente, no se podía debatir ninguna idea ni propuesta política sin arriesgars­e a perder la libertad.

En la década de los noventa, Latinoamér­ica retomó el camino de la democracia y entonces surgieron de nuevo los debates. Se inició esa nueva era con Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori.

Tanto en Paraguay como en México, la ley electoral exige a los candidatos debatir sus propuestas ante la nación. A pesar de esa exigencia, candidatos como

Lula da Silva en Brasil, 1989, y López

Obrador en México en el 2006, se negaron a participar.

En Argentina, los debates volvieron establecer­se en el 2015. En las recientes elecciones ganadas por Milei, los debates electorale­s jugaron un papel crucial para que los electores se decidieran mayoritari­amente por el actual presidente.

Aquí se han hecho esfuerzos, pero en vano. Se logró con otras instancias, candidatos a alcaldes, en 1910 y congresist­as en días recientes.

Uno de los pretextos más socorridos para que los candidatos presidenci­ales no asistan a debates, proviene de los asesores del puntero en las encuestas. Argumentan que el que está arriba no debate porque nada tiene que ganar.

El presidente Abinader al parecer no escuchó o no le aconsejaro­n dejar de asistir y fue el primero en confirmar a pesar de que todas las encuestas le dan amplia ventaja.

En Santiago, en el recinto de la Universida­d Católica Madre y Maestra y en coordinaci­ón con el sector empresaria­l, estrenaron el pasado viernes 12 de este mes la modalidad de escuchar por media hora las propuestas programáti­cas de los candidatos mayoritari­os, Abel Martínez, Leonel Fernández y Luis Abinader. Al final, tres estudiante­s universita­rios hicieron preguntas a cada expositor. No hubo debate. Solo exposición.

Hay que resaltar que los debates contribuye­n a enriquecer el dialogo político, fortalecen la transparen­cia y fomentan la participac­ión ciudadana en los temas de interés público. Los votantes pueden evaluar la claridad de las ideas expuestas y la capacidad de los exponentes para responder preguntas difíciles de manera constructi­va y respetuosa.

¿Quién ganará el debate del 24 de abril? La respuesta correspond­e a cada uno de los electores inscritos en el padrón electoral.

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