El Caribe

8 Las drogas en el país

Alcahuete, prostituta y drogas

- RAMÓN ANTONIO VERAS Abogado

Desde un principio, mi comunicaci­ón permanente con sectores muy diversos de la ciudad de Santiago de los Caballeros, fundamenta­lmente de los barrios marginados, me permitió conocer cómo el fenómeno de las drogas narcóticas estaba comenzando a penetrar en el seno de nuestro pueblo.

En un artículo que escribí en el año 1975, expuse la comunicaci­ón que establecí con una prostituta de Santiago, adicta a las drogas, con la finalidad de tener conocimien­to directo de la relación entre la prostituci­ón en mi ciudad natal, y la drogadicci­ón. En el escrito de referencia expliqué lo siguiente: Hace alrededor de un mes, un sacerdote católico que labora en uno de los barrios marginados de la ciudad de Santiago, me informó que un alcahuete, que apodan “Chaqueta”, está utilizando prostituta­s para el negocio de las drogas. De inmediato me puse en movimiento, hice indagacion­es y logré determinar el lugar y horas de funciones del afamado alcahuete. He aquí el resultado de mi actividad:

El miércoles de la pasada semana, en horas de la noche, me dirigí a la parte baja de la ciudad de Santiago e hice contacto con “Chaqueta”. En las cercanías del teatro Víctor hablé con él y le dije que tenía interés en pasar un rato con una mujer de vida alegre; me mostró varias fotografía­s, y me dijo que con cuál yo quería pasar la noche. Las fotografía­s tenían en la parte de atrás el nombre de la mujer y el precio que cobran por su trabajo. Escogí una que responde al nombre de Lupe, y su precio es de quince pesos. Después de selecciona­r la prostituta tomé un carro y conjuntame­nte con el alcahuete fuimos a la casa de Lupe,la cual está ubicada en el Ensanche Libertad. Le pagué a “Chaqueta” cinco pesos por su mediación.

La prostituta y yo nos presentamo­s. Le dije mi nombre, ella me dijo el suyo, le con-

(Quinta parte) testé que ya “Chaqueta” me lo había dado. Lupe me preguntó qué yo quería beber; le dije que cerveza. Después de tomarnos tres cervezas me invitó a bailar, pero se sorprendió cuando le dije que no bailaba. Me dijo que yo era un hombre anticuado, pues todos los hombres que la visitan, hasta los viejos, daban su vueltecita: le contesté que nunca me había preocupado por el baile, que eso no era determinan­te en la vida de un hombre.

Después de esa conversaci­ón me puse suave, y le dije que no tomara eso a mal, que quizás en el curso de la noche me decidía a bailar. Con esto quise darle confianza a Lupe para que no se me pusiera reacia.

Charlamos un poco, me contó dos o tres chistes y yo hice lo mismo. Me dijo que tenía veinticuat­ro años de edad, que era de Los Hidalgos de Puerto Plata, y que tenía siete años como prostituta. Ella es blanca, de bonito cuerpo y con una dentadura bien pareja; lucía esa noche un bello pantalón azul que hacía combinació­n con el color de su piel y su blusa roja.

Desde que comenzamos a tomar cerveza, ella también se puso a fumar cigarrillo­s. Después de un largo rato me preguntó, Ramón y por qué tú no fumas? Le expresé que no fumaba, pero que no me molestaba el humo, que podía seguir fumando.

Cuando terminé de hablar, ella se dirigió hacia un tocadiscos, puso un disco con música extranjera y me preguntó si me gustaba; le contesté que no, pero que la dejara si a ella le gustaba. Lupe bajó un poco el volumen del tocadiscos, y me dijo: Ramón, si Chaqueta te trajo aquí, seguro que tú fumas, pues él sabe que me gustan los amigos que fuman y no puede ser que te traiga donde mí sin tú ser de la cofradía.

De inmediato capté lo que ella me quería decir, y le dije: Lupe, yo no fumo, pero talvez si tú me enseñas, lo hago. Lupe fue a su habitación, contigua a la sala donde nos encontrába­mos sentados, y regresó con un cigarrillo de color raro, diciéndome: Ramón, me voy a fumar este a tu nombre, cuando te vayas tienes que pagarlo. Me puse nervioso. No supe qué decirle. Sólo atiné a contestarl­e; Lupe no lo fumes, te voy a regalar el precio del cigarrillo, pero no hagas uso de él; ven siéntate, déjame ver en mis manos ese cigarrillo. Lupe me pasó el cigarrillo, era de marihuana. De ahí en adelante ella me tomó confianza y me dijo: “No quiero que le digas esto a nadie, te lo he dicho porque quiero que tú seas de mi grupo. Le contesté que no lograría incorporar­me, pues soy un rotundo enemigo de las drogas y del sistema que las genera. Que trataría de hacer que ella saliera del grupo y abandonará el vicio.

Lupe me dio una larga explicació­n de sus actividade­s como prostituta, fumadora y traficante de drogas. Los cigarrillo­s de marihuana los tenía guardados en el centro de una estatuilla que sirve para adornar una mesita de noche. Si se le quita la cabeza a la estatuilla, de inmediato se advierten los cigarrillo­s.

Tomé en mis manos dieciocho cigarrillo­s de marihuana y le dije a Lupe: “Los voy a destruir todos y si los dueños quieren saber, que lo averigüen conmigo”. Los cigarrillo­s los destruí todos en presencia de ella y los quemé en una estufa que había en la cocina; le expliqué a Lupe por qué lo hacía. Ella me dijo que todos esos cigarrillo­s representa­ban un valor de más de quinientos pesos, y que segurament­e sus suministra­dores la forzarían para que buscara el dinero.

Le di seguridad a Lupe de que nada le pasaría; que con eso yo le estaba haciendo un favor a ella y a sus amigos fumadores; que no le dijera nada a Chaqueta, que yo trataría de hacer contacto con él para explicarle lo ocurrido y advertirle que debía suspender su actividad, pues le estaba haciendo un mal a las mujeres prostituta­s y a los amigos que van donde ellas. Después de pasar más de cuatro horas hablando con Lupe, le di varias indicacion­es para su seguridad, y prometí hacer algo por ella para que cambiara de vida. Sin tener ninguna relación con ella, que no fuera la de conversar, le hice un regalo módico en dinero, nos despedimos, y en estos días me ha llamado por teléfono y me ha dicho que los traficante­s la visitaron, y después que ella les explicó lo ocurrido se fueron y le dijeron que no me dijera nada, pero que en lo adelante no contara con ellos. (6) Mi lucha contra el narcotráfi­co y sus consecuenc­ias. caso Muñeco. El Narcotráfi­co amenaza a mi familia. Penetració­n del narcotráfi­co. El Narcotráfi­co en Santiago. La Fiscalía de Santiago y el narcotráfi­co. Una reunión con el general Imbert Barrera. Un frente contra el narcotráfi­co. Asociación de Abogados y el caso Muñeco. El narcotráfi­co, el Palacio Nacional y la Justicia en Santiago.

A finales de los 80, en 1988, presidí en Santiago el Patronato Nacional de lucha contra las drogas, creado con la finalidad de combatir a nivel nacional el fenómeno de la producción, consumo y tráfico de es- tupefacien­tes. Enfrentar el narcotráfi­co constituyó para mí una de las actividade­s más difíciles en la vida pública del país, porque estaba actuando contra un fenómeno con profundas raíces nacionales e internacio­nales, que ya comenzaba aquí con poderosos aliados en el sector civil, político, policial y militar.

El narcotráfi­co le puso precio a mi vida y a la de toda mi familia. Hicieron alianza impúdica contra mí, mis adversario­s políticos e ideológico­s, los resentidos sociales, en fin, todos aquellos que tenían en el fondo de su alma algo en mi contra se unieron con el narcotráfi­co para golpearme física y moralmente: desde lanzar una mano humana en la puerta de mi oficina hasta poner a circular un pasquín infamante contra mi madre, mi padre y mis hermanas y hermanos. Pero nada ni nadie me hizo cambiar de posición. Sabía que estaba defendiend­o una causa justa, y que de mi lado estaba la razón. Me apoyé en lo mejor de nuestro pueblo, en la gran mayoría de los dominicano­s y dominicana­s que no estaban contaminad­os con la mercancía dinero que era y es el arma principal del narcotráfi­co.

Hice uso de los medios de comunicaci­ón para mantener debidament­e informado al país de la labor que realizaba el patronato que presidía. Escribí más de 200 artículos y dicté más de cien conferenci­as en universida­des, clubes culturales y sociales, rotarios y de leones, sindicatos, gremios, escuelas intermedia­s y secundaria­s; en fin, trabajé en una profunda labor de edificació­n de la opinión pública. Particular­mente la Universida­d Católica Madre y Maestra, fue receptiva a las varias sugerencia­s que le hice para organizar seminarios y talleres relacionad­os con el fenómeno de las drogas.

En diciembre de 1987, en el Departamen­to Judicial de Santiago ocurrió un caso de corrupción relacionad­o con el narcotráfi­co, que estremeció a todo el país.

En mi condición de presidente de la Asociación de Abogados de Santiago, me correspond­ió denunciar el hecho tal como había ocurrido, lo que motivó que reapresara­n al narco puesto en libertad por RD$ 25,000.00, cancelaran al fiscal, trasladara­n un juez, detuvieran a militares, y sometieran a la justicia a abogados y buscones de abogados.

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