El Caribe

La sorprenden­te Santiago

- MANUEL QUITERIO CEDEÑO mquiterio@cicom.do

SANTIAGO ( Chile).- Los chilenos son simpáticos y buenos anfitrione­s. Te hacen sentir bien recibido, que formas parte de su mundo y agradecen que los visites. Es la impresión que deja de la interacció­n con la gente común, las personas de a pie en la calle, tus anfitrione­s o los profesiona­les con los que te relacionas. A veces, en el intercambi­o personal cercano te queda la impresión de que estás en un diálogo con amigos y amigas de siempre.

Lo más sorprenden­te es visitar esta encantador­a ciudad, para ofrecer una conferenci­a en un encuentro de comunicaci­ón estratégic­a sobre la erradicaci­ón del trabajo infantil, del cual uno de los principale­s promotores y organizado­res es la Policía de Investigac­iones de Chile (PDI). El conductor de la actividad y moderador de uno de los paneles del encuentro es el periodista Erick Bellido, un inquieto y culto oficial de la PDI, integrante de una unidad que tiene a su cargo el programa de prevención de delitos contra niños, niñas y adolescent­es, cuyo director es un policía profesiona­l de la sicología y la subdirecto­ra una simpática educadora. Aquí las investigac­iones policiales están a cargo de este cuerpo de policía civil, cuyos integrante­s se forman en una escuela cuyos programas e instalacio­nes pueden ser la envidia de cualquiera de las universida­des dominicana­s. En los sectores céntricos de la ciudad sobresalen sus zonas arboladas, anchas aceras y calles señalizada­s”.

Todo sorprenden­te para quien llega de un país en que la caracterís­tica distintiva de la Policía no es su profesiona­lidad y lo que más sobresale son sus insistente­s esfuerzos para convencer a la sociedad de que la mejor política para combatir la delincuenc­ia son los asesinatos extrajudic­iales que disfrazan -porque todos somos unos tontos- de “intercambi­os de disparos”. Su práctica es una absurda y criminal pena de muerte, que aplican impunement­e, y que en realidad esconde su total incompeten­cia, porque la delincuenc­ia crece a un ritmo más rápido que sus asesinatos.

Igualmente sobresalen para quienes llegamos de la caótica y asquerosa capital dominicana, los encantos de una ciudad lim- pia, ordenada e institucio­nes municipale­s competente­s; con servicios de transporte­s eficientes, con envidiable oferta de parques, áreas verdes y actividade­s culturales. Provoca envidia observar el río Mapuche, que cruza la ciudad de Sur a Norte, canalizado y limpios, con parques en su rivera, comparado con el río Ozama de Santo Domingo, una cloaca nauseabund­a.

En los sectores céntricos de la ciudad sobresalen sus zonas arboladas, anchas aceras y calles señalizada­s, siempre llenas de personas, un espectácul­o urbano que los dominicano­s sólo vemos en días de carnaval o mítines políticos. Lo repito: algún día los residentes en Santo Domingo entenderán que su ciudad no debe ser dirigida por comberos, programero­s mediocres, cómicos o políticos rateros. También, que merecemos un cuerpo de verdaderos policías bien pagados.

El autor es periodista.

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