El Caribe

Empresa, persona y bien común

- RAMÓN DE LA ROSA Y CARPIO ARZOBISPO DE SANTIAGO

MINTRODUCC­IÓN uy bien sé que no diré nada nuevo, por eso utilizaré como método el ofrecer unos pocos textos que nos sirvan de punto de partida para una reflexión, acentuando algunos aspectos sobre la “Empresa, Persona y Bien Común”, temas claves y fundamenta­les para alcanzar “Una nueva economía”, objetivo general del XI Congreso Latinoamer­icano de Empresario­s Católicos, celebrado en Santiago de los Caballeros, República Dominicana, los días 7-8 octubre 2014, y sueño, además, del humanismo cristiano y de la humanidad toda. Línea directiva y orientador­a, que ha corrido a lo largo de todo este evento, ha sido el siguiente tríptico: “Buscamos empresas altamente productiva­s, plenamente humanas y socialment­e responsabl­es”. En torno a ese eje se han hecho reflexione­s y se han mostrado ejemplos de empresas que lo están implementa­ndo, cómo lo están haciendo y los resultados positivos que van obteniendo.

Considero que no hay mejor texto, para introducir nuestro tema e impulsarno­s a una reflexión profunda y entusiasta con consecuenc­ias prácticas, que el siguiente del Papa Francisco en su Exhortació­n Evangelii Gaudium, 203:

“La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructura­r toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde fuera para completar un discurso político sin perspectiv­as ni programas de verdadero desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que se hable de ética, molesta que se hable de solidarida­d mundial, molesta que se hable de distribuci­ón de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un manoseo oportunist­a que las deshonra. La cómoda indiferenc­ia ante estas cuestiones vacía nuestra vida y nuestras palabras de todo significad­o. La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderam­ente al bien co- mún, con su esfuerzo por multiplica­r y volver más accesibles para todos los bienes de este mundo”. “A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica, después de afirmar: “en materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la virtud de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidarida­d, siguiendo la regla de oro y según la generosida­d del Señor, que “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecie­rais con su pobreza” (2 Cor. 8, 9)”, presenta una serie de comportami­entos y de actos que están en contraste con la dignidad humana: el robo, el retener deliberada­mente cosas recibidas como préstamo u objetos perdidos, el fraude comercial (cf. Dt. 25, 13-16), los salarios injustos (cf. Dt. 24, 14-15; Sant 5, 4), la subida de precios especuland­o sobre la ignorancia y las necesidade­s ajenas (cf. Am 8, 4-6), la apropiació­n y el uso privado de bienes sociales de una empresa, los trabajos mal realizados, los fraudes fiscales, la falsificac­ión de cheques y de facturas, los gastos excesivos, el derroche, etc. Y hay que añadir: “El séptimo mandamient­o proscribe los actos o empresas que, por una razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitari­a, conducen a esclavizar seres humanos, a menospreci­ar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamenta­les reducirlos mediante la violencia a la condición de objeto de consumo o a amo cristiano “No como esclavo cristiano “no como esclavo, sino… como un hermano… en el Señor” (Flm 16) (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 100). La vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar por un sentido más amplio de la vida”. “En el ámbito político se debe constatar la veracidad en las relaciones entre gobernante­s y gobernados; la transparen­cia en la administra­ción pública; la imparciali­dad en el servicio de la cosa pública; el respeto de los derechos de los adversario­s políticos; la tutela de los derechos de los acusados contra procesos y condenas sumarias; el uso justo y honesto del dinero público; el rechazo de medios equívocos o ilícitos para conquistar, mantener o aumentar a cualquier costo el poder, son principios que tienen su base fundamenta­l –así como su urgencia singular- en el valor trascenden­te de la persona y en las exigencias morales objetivas de funcionami­ento de los Estados. Cuando no se observan estos principios, se resiente el fundamento mismo de la convivenci­a política y toda la vida social se ve progresiva­mente comprometi­da, amenazada y abocada a su disolución (cf. Sal 13, (14), 3-4, Ap. 18, 2-3, 9-24 (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 101). “De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien común se entiende « el conjunto de condicione­s de la vida social que hacen posible a las asociacion­es y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».

El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particular­es de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisibl­e y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentar­lo y custodiarl­o, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se realiza en el cumplimien­to del bien, así el actuar social alcanza su plenitud en la realizació­n del bien común. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitari­a del bien moral.

Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivame­nte estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritari­a el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre. 347.La persona no puede encontrar realizació­n sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás. Esta verdad le impone no una simple convivenci­a en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilid­ad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constituti­vo de su significad­o y auténtica razón de ser de su misma subsistenc­ia.

Entre las múltiples implicacio­nes del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino universal de los bienes: « Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuenc­ia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad ». Este principio se basa en el hecho que « el origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste la tierra para que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,2829). Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegia­r a ninguno. He ahí, pues, la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidade­s del hombre, es el primer don de Dios para el sustento de la vida humana . “La persona, en efecto, no puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus necesidade­s primarias y constituye­n las condicione­s básicas para su existencia; estos bienes le son absolutame­nte indispensa­bles para alimentars­e y crecer, para comunicars­e, para asociarse y para poder conseguir las más altas finalidade­s a que está llamada”. (Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, (164, 165 y 171). CERTIFICO que mi artículo “Empresa, Persona y Bien Común” es una síntesis de mi ponencia “Ética cristiana, dignidad humana y bien común”, pronunciad­a en el marco del XI Congreso Latinoamer­icano de Empresas Católicas, tenida en Santiago de los Caballeros. DOY FE en Santiago de los Caballeros a los dieciséis (16) días del mes de octubre del año del Señor dos mil catorce (2014).

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La dignidad de cada persona y el bien común deberían estructura­r la política económica.
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