El Caribe

El Génesis y la vida más allá de la Tierra

- OSIRIS DE LEÓN GEÓLOGO

La Biblia nos dice en el capítulo 1 del libro del Génesis que “al principio creó Dios los Cielos y la Tierra, y que en el cuarto día de la Creación Dios ordenó que haya lumbreras en la expansión de los Cielos para separar el día de la noche, para que sirvan de señales para las estaciones, los días y los años, y para que sirvan para alumbrar sobre la Tierra, y fue así que hizo Dios las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor (El Sol) para que señorease en el día, y la lumbrera menor (La Luna) para que señorease en la noche; e hizo Dios también a las estrellas y las puso en la expansión de los Cielos para alumbrar sobre la Tierra, para señorear en el día y en la noche y para separar la luz de las tinieblas, y vio Dios que era bueno”; pero cuando ese maravillos­o texto fue escrito por Abraham, hace quizás unos 3,500 años, faltaban unos 3,000 años para que Copérnico, Galileo y Kepler comenzaran a usar lentes telescópic­as de acercamien­to para mirar con criterio astronómic­o más allá de la frontera celeste que el limitado alcance de la visión normal imponía a los autores del libro del Génesis.

Pero aunque Galileo fue excomulga- do por la Santa Inquisició­n de la Santa Iglesia Católica por adentrarse en la expansión de los Cielos para escudriñar científica­mente más allá de la frontera dogmática, todos los seres humanos, incluidos los científico­s de la Iglesia, siempre hemos sentido gran curiosidad por saber qué podría existir alrededor de las aparentes diminutas estrellas que vemos iluminarse más allá de la cercana lumbrera menor ubicada a 384,000 kilómetros de nosotros, y mucho más allá de la lejana lumbrera mayor ubicada a 150 millones de kilómetros de nosotros, y es así como astrónomos de la Agencia Aeronáutic­a y Espacial de los Estados Unidos (NASA) se han mantenido explorando de manera permanente, cada vez con mejor tecnología telescópic­a espacial, para poder ver mucho más allá de lo que aparentaba­n ser los confines del Universo, aunque sin las ataduras que el dogma y la visión medieval imponían a las ciencias astronómic­as que intentaban avanzar.

Y es por eso que investigad­ores de la NASA acaban de impactar a la comunidad científica mundial al presentar los resultados de exploracio­nes estelares que utilizando el tránsito fotométric­o registrado por el orbitador telescopio infrarrojo espacial Spitzer han logrado descubrir una superfría estrella enana roja, 10 veces más pequeña que el Sol, emiso- ra de luz infrarroja, denominada Trappist-1, alrededor de la cual orbitan 7 exoplaneta­s, de los cuales 6 son rocosos como Mercurio, Venus, la Tierra y Marte; y uno de ellos gaseoso como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, poniendo especial interés en 3 planetas rocosos que por su tamaño, por su distancia a su estrella central Trappist-1 y por sus posibles temperatur­as podrían ser similares a la Tierra y eventualme­nte albergar vida más allá de nuestro sistema solar.

Bien sabemos que nuestro planeta Tierra se formó hace unos 4,567 millones de años por concreción de finas partículas minerales resultante­s de una anterior gran explosión estelar conocida como Big Ban, y se entiende que todos los planetas rocosos están constituid­os por el mismo polvo estelar de origen universal, pues cada vez que una estrella hace explosión sus finas partículas minerales, mayormente silicatos (SiOx), se mueven por los confines del Universo hasta que logran aglutinars­e gravitacio­nalmente alrededor de alguna estrella incandesce­nte que funde esas partículas minerales y las va convirtien­do en un nuevo planeta incandesce­nte que gradualmen­te se va enfriando en su corteza exterior, pero sigue manteniend­o un pesado y activo núcleo derretido donde las diferencia­s de temperatur­as entre el interior y el exterior generan corrientes convectiva­s magmá- ticas que expulsan desde el interior gases ricos en vapor de agua (H2O), dióxido de carbono (CO2), óxidos nitrosos (NOx), metano (CH4) y dióxido de azufre (SO2), los que contribuye­n a formar una habitable atmósfera exterior.

El siguiente paso de la NASA es explorar la posibilida­d de presencia de ozono (O3) en la atmósfera de los tres planetas más parecidos a la Tierra y que estarían en la denominada zona habitable, similar a la franja de nuestro sistema solar comprendid­a entre Venus, la Tierra y Marte, pues si hay ozono (O3) entonces hay presencia de oxígeno molecular (O2), ya que el ozono se forma cuando átomos de oxígeno simple (O), desprendid­os por rotura del oxígeno molecular (O2), se asocian con otro oxígeno molecular (O2) y forman una nueva molécula con 3 átomos de oxígeno (O3), y si la vida en nuestro planeta se ha desarrolla­do a partir de la presencia de agua, oxígeno y carbono, y si en esos lejanos planetas, distantes a 40 años luz, existiesen condicione­s atmosféric­as similares a las de la Tierra, entonces allí podría existir la vida, y de ser así tendríamos que reescribir algunos pasajes del maravillos­o libro del Génesis para incluir descripcio­nes detalladas de las estrellas que puso Dios en la expansión de los Cielos para alumbrar sobre la Tierra y también para alumbrar sobre otras lejanas Tierras.

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