La solución de Haití tiene que ser conjunta
La semana pasada, el canciller Miguel Vargas Maldonado declaró que esta semana sería convocado el Consejo Nacional de Migración para analizar la situación de los ilegales. En este momento nos enfrentamos a dos migraciones importantes, la de ciudadanos haitianos y la de ciudadanos venezolanos, pero la que siempre ha sido un tema perenne es la de los haitianos, que con gran facilidad cruzan la frontera. Algunos ocupan empleos temporales y regresan a Haití, pero la mayoría permanece de forma ilegal en el país.
El Gobierno dominicano ha invertido mucho dinero en tratar de legalizar a los haitianos que le corresponde la nacionalidad dominicana, algo que Haití no ha hecho.
Las últimas semanas las redes han convertido el tema en algo de primer orden. Las posiciones en muchas oportunidades son extremas, promoviendo repatriaciones masivas, otros con actitudes demasiado tolerantes, frente a un problema que no es de ahora.
Trujillo, en un discurso frente a jóvenes, declaró haberse manchado las manos de sangre para evitar que en cincuenta años, quienes dirigieran los destinos del país fueran los haitianos y no los dominicanos; una acción monstruosa sin dudas.
Joaquín Balaguer, siendo colaborador del prestigioso diario La Información de Santiago decía en 1927: “Hasta ahora nos ha preocupado el imperialismo angloamericano, pero el imperialismo de Haití, irritante y ridículo, tenaz y pretencioso, conspira con mayor terquedad contra nuestro edificio nacional, digno sin duda de más sólida y firme arquitectura”.
Balaguer desde muy joven advertía no sólo sobre las pretensiones de nuestros vecinos, sino que expresaba preocupación sobre nuestra debilidad institucional, para enfrentar lo que de forma pacífica ha venido sucediendo bajo la mirada indiferente de las potencias mundiales, que entienden es más fácil cargar el problema a los dominicanos, que hacer un esfuerzo conjunto para organizar esta depauperada nación.
Juan Bosch, en su desgraciadamente corto gobierno, debió enviar tropas a la frontera debido a la ocupación de la embajada de nuestro país en Haití. Recuerdo que fueron momentos muy tensos y en una alocución radial el presidente Bosch decía que estábamos dispuestos a enfrentar, por los medios que fueran, el ultraje de los famosos Tontons-Macoutes. En el 1983, decía el Profesor Bosch que los haitianos nos invadieron en múltiples oportunidades con las armas, pero que como ya no podían hacerlo por esa vía lo harían empujando a sus nacionales a nuestro país.
Continuaba diciendo “que esto podía afectar nuestra democracia porque los haitianos se encuentran en la etapa más primitiva del hombre, por eso vemos el salvajismo de sus actos y la destrucción de su propio país”.
Cuando el terremoto del 2010, en la primera visita de un gobernante francés, Nicolas Sarkozy, condonó la deuda que mantenía esta pobre nación, de la cual se lucró con creces Francia por 56 millones de euros y prometió en ese momento ayuda por 270 millones para reconstruir el devastado país.
En ese momento las ofertas de ayudas fueron multimillonarias, ¿dónde han ido las mismas?, ¿llegaron a entregarse? Ese siempre será el misterio, lo que sí es claro que la situación no ha cambiado mucho.
Haití es un país difícil de ayudar y eso quienes mejor lo hemos comprobado somos los dominicanos. Cuando el terremoto fuimos los primeros en decir presente. Recuerdo haber ido varias veces personalmente, debido a la posición que ocupaba en la CDEEE y después de varias semanas y el gran esfuerzo realizado por Hipólito Núñez, en la reconstrucción de las líneas eléctricas, tomamos la decisión, luego de informar al entonces presidente Fernández, que nuestra presencia ya no era aceptada con buenos ojos.
La presencia de la mano de obra haitiana es un tema que lleva a posiciones diferentes. Esta ha ocupado trabajos que ya los dominicanos no aceptan desarrollar; han deprimido el salario a nivel nacional, pero de alguna forma, han contribuido al desarrollo de nuestra nación.
Sin dudas, no de la mejor manera, porque lo que hemos hecho, como sucede en todas los demás países donde abunda la mano de obra ilegal, es aprovechar no para el desarrollo nacional sino para el crecimiento de ciertos sectores con salarios más bajos.
Nosotros no podemos olvidar los veintidós años de intervención donde se pretendió eliminar la lengua española; se eliminó la propiedad privada; se abolieron nuestras tradiciones; se incendiaron nues- tras ciudades; se asesinaron y violaron niños y mujeres.
A pesar de que la historia se repite si no aprendemos de ella, el mundo se rige por normas y actuaciones diferentes, pero subyace siempre la intención de que el problema debe resolverse en la isla y no las naciones poderosas.
Es mucho lo que se especula. Se ha llegado a decir que no pueden existir dos países en una misma isla. Que debíamos crear nuevas provincias en una misma nación, pero todo esto es fruto de mentes que no conocen la historia.
Lo cierto es que el problema existe. Nos consume millones de pesos de nuestros servicios hospitalarios; enfermedades erradicadas en nuestro país vuelven a brotar, fruto del caos sanitario de nuestros vecinos.
Hemos sido solidarios, pero a la vez débiles en hacernos respetar como nación soberana. No somos monigotes ni de potencias ni de organismos internacionales. Pero tampoco la solución es la radicalización de nuestras posiciones.
Es imposible pensar que tan cerca de países desarrollados pueda existir una nación como Haití, las soluciones deben partir de un consenso internacional, donde gobiernos y empresarios juguemos el papel que nos corresponde.
Francia tiene un presidente joven, bien podría ser uno de sus proyectos dirigir un verdadero esfuerzo de construir un Haití diferente. Inversiones francesas, una especie de protectorado que ayude a desarrollar instituciones que no existen y que entiendan que nosotros como nación seremos los primeros en apoyar ese esfuerzo, pero siempre como República Dominicana.